A nuestras vidas acaba de llegar un nuevo concepto que ha sido bautizado con el nombre de "El pin parental". Reconozcamos que está logrado porque detrás de un eufemismo que podría indicar modernidad se esconde caspa como para llenar todas las piscinas ilegales que hay en la Costa Brava y desprende un olor de armario cerrado que llega a las afueras de Plutón.
Pero, ¿qué caray es eso del "pin parental"? Bien, no es nada más que un intento de VOX de decidir de manera sectaria cómo tenemos que educar a nuestros hijos. Y consiste en que, en caso de aplicarse esta norma, los padres tendrían potestad de prohibir a sus hijos de asistir a "cualquier materia, charla, taller o actividad que afecte cuestiones morales controvertidas o sobre la sexualidad que puedan resultar intrusivos para su conciencia e intimidad".
De momento, si el nuevo gobierno de Pedro Sánchez no lo detiene, eso se aplicará en Murcia, lugar donde VOX ganó a las últimas elecciones generales y donde el partido de ultraderecha pide imponerlo a cambio de apoyar a PP y Ciudanos para aprobar los presupuestos. Y, mire por dónde, una vez más estamos ante un debate sobre la libertad. Pero sobre la libertad de los que la reclaman para imponer sus ideas, a menudo minoritarias, por encima del bien común. Es el debate sobre quien piensa que libertad individual quiere decir escoger a la carta las obligaciones y deberes que tú tienes con el resto de la sociedad. Es aquello que en Catalunya conocemos muy bien porque aquí se ha expresado combatiendo la inmersión lingüística en las escuelas a través de una guerra política que intenta crear dos sociedades separadas por la lengua y que tiene como objetivo romper la cohesión y destruir la convivencia.
Pues mire, no, los padres (y las madres) no pueden decidir las materias ni los contenidos que sus hijos tienen que recibir o no en la escuela. E incluso ni en casa, si eso perjudica la relación de la criatura con el resto de la sociedad. El aprendizaje y las competencias que tienen que tener los niños una vez acaban su etapa de formación son una cuestión social que tiene que depender del consenso común y no de las ideas, la mayoría de las veces muy locas, de unos padres a quien o bien les falta un hervor, o bien forman parte de una secta, o bien defienden unos postulados manifiestamente perjudiciales para sus hijos.
De la misma manera que no tendrían que poder decidir sobre la salud de sus hijos (y con el tema vacunas algún día se tendrán que tomar decisiones), los padres no tienen que poder decidir la manera como una sociedad decide educar a los niños. Y si unos padres quieren que sus hijos estudien en una escuela-secta, que se la paguen ellos, pero incluso allí debería existir un pin parental, pero al revés de lo que plantea VOX. Este consistiría en que "cualquier niño tiene que recibir cualquier materia, charla, taller o actividad que afecte cuestiones morales controvertidas o sobre la sexualidad, aunque los padres consideren que son intrusivos para la conciencia y la intimidad de sus hijos".
Sí, porque los niños tienen que conocer que hay muchas otras maneras de pensar, más allá de la de sus padres. Y cuantas más maneras de pensar conozca un niño más posibilidades tendrá para escoger y será más probable que cuando sea adulto tenga una formación más sólida.