Desde esta semana y por voluntad de los presos de ETA que regresaban a su casa, las víctimas ya no tendrán que sufrir y volver a sufrir la inconmensurable pena al ver que se rendía homenaje público a sus victimarios, en su inmensa mayoría asesinos convictos y hasta ahora poco arrepentidos. Ciertamente no es obligación de los delincuentes arrepentirse ni de las víctimas perdonar, pero ambas manifestaciones de voluntad contribuyen a una mejor convivencia cívica.
Es más, sin, como mínimo, no vanagloriarse de los crímenes horribles y del daño sin límites causado, no puede haber perdón ni se puede convivir. La convivencia es sumamente difícil e injusta. De otra manera se paraiguala el daño causado por la violencia ciega y la aflicción legal que el asesino puede recibir por sus acciones.
Dicho esto, está una parte de la sociedad, especialmente, la parte más oficialista de la sociedad y más vengativa, encarnada en los partidos de la derecha extrema y de la extrema derecha —partidos que tienen la opción real de gobernar, no olvidemos—, que se niega, no ya a perdonar, sino a reconocer la voluntad que, poco a poco, paso a paso, los victimarios explicitan y acompañan con hechos en el sentido de superar el pasado de plomo causado. En el fondo, se niegan a aceptar aquello inevitable: llegará el momento, de seguir así, en el que finalmente, los victimarios pedirán perdón a las víctimas de su barbarie, petición de perdón que no cuesta nada de imaginar que será, hace falta que lo sea, pública. No será mañana, pero, seguramente, pasado mañana.
Así, esta parte más cainita de la sociedad española —de la cual se autoexcluye cada vez más buena parte de las víctimas, cosa que hay que resaltar— niega todo valor de sinceridad y de efectividad a estas iniciativas que llevan a la disolución sentimental de ETA. Esta banda criminal renunció a la lucha armada hace diez años. Hace tres que anunció su disolución. Sin embargo, falta mucho, todavía, para resolver más de 300 asesinatos.
Más de trescientas vidas y familias truncadas tienen el derecho inalienable de saber quien|quién y por qué motivo fueron víctimas inocentes de esta sanguinaria sinrazón. Los tiempos facilitará estas soluciones.
Dicho esto, cuesta mucho entender —o vistos los personajes, nada— el menosprecio con que este cambio de actitud en los mismos presos de no ser recibidos nunca más como heroicos guadaris, sino como presos que vuelven de la prisión, con el lógico alivio de sus familias y amigos.
Cuesta, digo, de entender —o no tanto— esta cerrazón por parte de quien sigue yendo a misas en memoria de un sanguinario dictador, que ejerció su omnímodo poder durante 40 años después de un delictivo golpe de estado, y que diga que van por error. A los másters, incluso los que se regalan, eso debe salir.
Cuesta, digo, de entender —o no tanto— esta cerrazón por parte de estos que no repudian el franquismo. De quienes no solo no repudian el franquismo sino que, un día y en el otro, lo encuentran justificado en todo o en parte, atribuyéndole cosas buenas. Casi se diría que lo echan de menos.
Cuesta, digo, de entender —o no tanto— esta cerrazón por parte de aquellos que, todavía con poder institucional o con aspiraciones de recuperar lo que creen que es su hábitat natural, consideran que las víctimas físicas del franquismo ni son víctimas ni merecen ningún tipo de respeto o reparación por simbólica o moral que sea. Incluso que fueron muertas con amor.
Cuesta, digo, de entender —o no tanto— esta cerrazón por parte de aquellos que, desde las poltronas que consideran suyas por cuna, exigen constantemente la condena de todos los terrores menos el de estado, del que son herederos o todavía contribuyentes originarios.
No cuesta, digo, de entender que muchos de estos empeñados en no mostrar ni una brizna de empatía con las víctimas directas de la represión franquista, que se empezó, recordémoslo, con un criminal golpe de estado, siguen disfrutando de privilegios generados a partir de los espolios de la posguerra, sobre los cuales han construido enormes patrimonios personales.
Puede ser que la doble moral no se pueda erradicar totalmente. Puede ser que la doble moral sea la moral de los que no tienen moral. Pero lo que no puede ser de ninguna de las maneras es que su griterío, el de los todavía represores supervivientes y el de sus herederos, pretenda silenciar el clamor de las víctimas de la barbarie. De todas las barbaries en nuestra casa, la del estado, la primera.
O sea que bienvenido el agur al ongi etorri. Por todas partes. Para siempre. Contra todos los victimarios. Por todas las víctimas.