A eso se reduce, lamentablemente, la política inmediata de Catalunya. Realpolitik frente a sentimientos y legalidades, ambos legítimos. Disculpe el lector mi entrada de caballo siciliano, pero eso es lo que hay. Basta de quijotismo (admirable versión castellana) o basta de andar con el lirio en la mano (nuestra versión). La pregunta, dura, simple, directa, es: ¿queremos que personas que, con todo el derecho del mundo, llevan su anticatalanismo hacia la asimilación españolista, gobiernen la Generalitat?
Si no acudimos a votar el 21-D y si, al mismo tiempo, no se presentan unas listas ganadoras (dejo abierto lo que cada uno entienda por listas ganadoras), hasta el 21 de diciembre de 2021 detendrán el poder de la Generalitat políticos acostumbrados al anticatalanismo y al reduccionismo de sardanas de hogar de ancianos.
Si alguien piensa en resistencialismo del estilo "esta no es mi legalidad" o "mi estado nació el 27 de octubre", va errado. La política no se hace en la Wikipedia. Se hace en las instituciones y en la calle.
La calle, si no desfallecemos, pertenece a la sociedad civil, una vez empoderadas amplias clases medias —ni las más populares ni, evidentemente, las elites. La batalla política decisiva radica en recuperar las instituciones; fuera de las instituciones, a menos que se active una revolución violenta, no hay capacidad política de dirigir.
No hay que confundir capacidad de influir, de presionar, incluso de asfixiar —que es lo que puede hacer la calle—, con la política que se despliega desde las instituciones legítimas, que es la que dispone de los mecanismos formales de dirección política. Entrelazar a ambas es caballo indiscutiblemente ganador.
Desde mi punto de vista, seguramente nada purista ni virginal, pero pegado a ras de tierra, hace falta, inmediatamente, formular listas y animar a la gente a votar el 21-D, por más que esta convocatoria sea fruto de la usurpación de nuestras instituciones. Reitero: pensad en cuatro años de Arrimadas al frente del Palau de la Generalitat.
Animar a la gente a ir votar, incluso de mala gana, no será fácil, pero hay que hacerlo: prevalece el principio de oportunidad como principio de dignidad sobre el principio, también de dignidad, pero ofendida.
Lo que es, según mi opinión, bastante más difícil se centra en la cuestión de quién y cómo se presenta. Lo primero de todo, si no hay una conjura de partidos sobre que lo que hace falta es ganar por mayoría de votos esta elección, no conseguiremos nada y la melancolía podrá perdurar una generación o más. Lamerse las heridas y compadecerse no lleva a ninguna parte.
Dado que nadie piensa marcharse a Sierra Maestra, hay que recuperar las instituciones, como dijo el president Puigdemont ayer al mediodía, de forma cívica, democrática y haciendo oposición. ¡Qué mejor oposición que ganar las elecciones por mayoría en votos y en escaños!
Dicho esto, otra cosa es qué programas. Restauración de la Generalitat o independencia son irrenunciables. Justicia social, luchar contra la pobreza y la desigualdad, también.
No hay mucho tiempo para pensar una estrategia electoral reintegradora de la Generalitat. El poco tiempo de que se dispone, además, tendrá que dedicarse a defenderse de los múltiples ataques ilegales e injustificados del Estado (querellas, destituciones, faltas de control parlamentario y judicial...) y del juego sucio electoral con la complicidad de los órganos de control. Tarea enorme y pesada; sin embargo, por si alguien lo había olvidado, recordémoslo: a low cost no hay nada.
No son pocos los frentes que se abren. Pero el peor horizonte es el que manifiesta el título de esta pieza. Eso, a día de hoy; porque, tal como van las cosas, mañana o pasado mañana el enfoque puede ser diferente, incluso frontalmente opuesto a las líneas precedentes.