Este refrán castellano es de lo más preciso. Y referido a la existencia del catalán, todavía más. El olvido permanente del catalán en la oficialidad pública española es lacerante.
A pesar de lo que dice el artículo 3. 3. de la Constitución: “La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección”, ni la propia edición oficial, en el BOE de la Constitución, viene en catalán, como se puede ver en esta impresión de pantalla de ayer a las 18 horas:
Que se encuentra en otras versiones y presentaciones, sí, pero no en la fuente oficial que los juristas y ciudadanos consultan a diario.
Desde una posición absolutamente supremacista, el castellano se considera no sólo la lengua oficial de España, sino superior a todas las demás lenguas oficiales españolas. Una cosa es que sea la lengua común y otra cosa es que sea superior. La lengua es un atributo de las personas, de cada uno de los ciudadanos, que los vincula entre sí y con una determinada comunidad de cultura y sentido. Así, atribuir a una lengua superioridad sobre otra o al resto, es un ataque a la igualdad individual y colectiva. Además, constituye una muestra tan insoportable como ilegítima de supremacismo y desprecio del patrimonio cultural que se dice que integra la riqueza del país. Conferir supremacía a una lengua sobre el resto supone rebajarlas.
El lamento del retroceso o pérdida del castellano en los territorios con otra lengua oficial resulta, con los datos tanto de los informes PISA como los del mismo Ministerio de Educación, falso. El castellano goza de muy buena salud en toda España y el dominio del castellano por parte de los alumnos no monolingües es superior a los de estos. Si alguna lengua sufre, es la minoritaria, convirtiéndose en muchas ocasiones en una lengua de resistencia.
Pero no se trata ahora del enésimo intento de desmontar la ley de normalización lingüística con la finalidad perversa de crear dos comunidades idiomáticas y, por lo tanto, dos sociedades, a pesar del éxito, internacionalmente reconocido, de la normalización de la legua propia de Catalunya, avalado por todos los organismos serios. Ahora contemplamos con qué desenvuelta frivolidad, con qué nonchalance, en el anteproyecto de ley general de comunicación audiovisual se hacen todo tipo de reservas, legítimas por supuesto, de espacios para el castellano, fijando incluso unos mínimos, pero ninguno para las demás lenguas oficiales.
En la actual nueva etapa digital, el catalán y las otras lenguas no castellanas no pueden quedar arrinconadas, como una simple anécdota antropológica
O sea, que las plataformas de streaming, por ejemplo, no están obligadas a emitir ni a subtitular en catalán, siempre que lo hagan en castellano y esta lengua ocupe todo el bloque reservado legalmente. Ni se impone la obligación de emitir la locución de deportes, de espectáculos en general o acontecimientos de interés, en diferentes lenguas, como sí que hacen ahora algunas plataformas privadas.
Técnicamente es posible. Si no se hace es porque no se quiere, sea por animosidad contra las lenguas no castellanas o por pura rutina supremacista, como patrón de conducta asumido de forma natural.
El anteproyecto de esta norma insiste mucho en una expresión un tanto cursi, pero muy plástica: la alfabetización mediática. En el mundo en el que ya estamos, el de las TIC, dominarlas a nivel de usuario es cada vez más imperioso. Apuesta el proyecto de norma y apuesta bien por este tipo de alfabetización.
No dominar, a nivel de usuario, la tecnología digital y todas sus aplicaciones y derivadas, supone un empobrecimiento personal y cultural. Así como la imprenta abrió la cultura al mundo al poder producir publicaciones en serie y no meramente manuales, la digitalización de los medios de comunicación ―y no solos de estos― permite abrir nuevos espacios técnicos, científicos, sociales, económicos y, por encima de todo, culturales insospechados.
En la actual nueva etapa digital, el catalán y las otras lenguas no castellanas no pueden quedar arrinconadas, como una simple anécdota antropológica. Es más, en igualdad de condiciones, como el castellano se defiende de la penetración del inglés y se reserva, siguiendo el modelo francés de la excepción cultural, un espacio para sobrevivir con no sólo con dignidad, el catalán es acreedor del mismo trato.
Todas las lenguas, en tanto que patrimonio personal, tienen los mismos derechos a ser preservadas. La extensión del catalán no es comparable, por ejemplo, a la del chino, el inglés, el castellano, el francés o el portugués. Ahora bien, a ningún danés, letón o estonio le dirían que su lengua no tiene que tener la debida protección y el correspondiente fomento institucional en el ámbito, también, audiovisual.
Como no se lo diríamos a ellos, no se puede aceptar que nos lo digan a nosotros. La rectificación del anteproyecto y la plena protección y fomento del catalán audiovisual es otra imperiosa necesidad que hay que satisfacer sin ningún tipo de excusa.