La derecha, aquí y en las Españas, es considerada y, por lo tanto, se autoconsidera, para sintetizar, la ideología más adecuada para gobernar. Como, según ellos y sus corifeos, hoy la política es esencialmente economía, quién mejor que los que vienen de los business o llevan el business en la sangre para gobernar. El primer gran cuento es que hoy, como ayer, gobernar sea adoptar solo decisiones económicas, es decir, primero el dinero por encima de todo. Según este pensamiento, si hay dinero, toda irá bien. Solo hay que salir a la calle para ver la gran mentira que eso cobija en su seno. El dinero no corre si no lo tienes. Por lo tanto, lo que hace falta primero es un reparto equitativo de los cuartos para que todo el mundo los pueda hacer correr. Eso no quiere decir, ni de lejos, ni expropiar ni comunismo, en sus dos versiones más caricaturescas que son las que la derecha ha hecho correr siempre.
La otra forma de hacer política es la de hacer que el dinero corra en todas direcciones para mantener un mínimo nivel de vida digno, desmontando la pobreza sistémica y la desigualdad derivada de un reparto tendencioso del dinero, es decir, de la riqueza. ¿Por qué? Pues, porque la propia fuerza de trabajo es el único medio del cual la inmensa mayoría de la población dispone para llevar a cabo su propio proyecto de vida. Y, como siguiendo a los liberales de verdad, no a los iliberales que nos hacen creer que son liberales, la felicidad es el fin que persigue cualquier ser humano, la política tiene que supeditarse a este hito. Las excedencias, de atribución libre para sus creadores.
La economía necesariamente funciona mal cuando dichos emprendedores —el empresario que toma riesgos parece olvidado— solo ven el beneficio como único objetivo. Lógicamente, quien invierte capital quiere tener rendimientos; exactamente igual —y eso se olvida— que quien invierte su esfuerzo personal en la empresa de otro: también asume riesgos. Las cifras de paro lo demuestran. Para estos emprendedores el modelo capitalista perfecto es el chino: el único impuesto de hecho es el diezmo al Estado/partido a cambio de un universo económico sin perturbaciones sociales: sindicatos, vagas, derechos sociales (limitación horaria, descanso, seguridad laboral, trabajos de menores y personas vulnerables...). ¡Ah! Y de pagar impuestos, nada.
Para estos empresarios, digámosles chinófilos, la competencia es un estorbo. Una forma de eliminarla o, cuando menos, zafarse, es jugar con ventaja, lo que ahora los modernos llaman información privilegiada, y que toda la vida del Señor, se ha llamado "tengo un amigo" o "tengo un amigo que tiene un amigo". Ya tenemos el retrato del aprovechado, antes llamado estraperlista, denominación que vuelve con fuerza a la vista de los hechos. Aquí tenemos la indiscutible superioridad extractiva de la derecha económica: exprimir al máximo y sin control la necesidad pública, forrándose con dinero público.
Estamos ante un diseño generalizado que es fruto de una corrupción estructural y secular, muy arraigada en los Madriles y áreas de influencia, pero no solamente, como bien sabemos por estas regiones. Esto tiene unas raíces históricas de unos vicios muy anteriores al franquismo, que este potenció: se lo encontró hecho y supo sacar provecho, provecho que los herederos siguen cultivando.
Tomemos como ejemplo a China y sus mascarillas en un momento de urgencia máxima. No hay mascarillas, pero he aquí que una serie de chulos que ni tienen ni han tenido nunca ni directa ni indirectamente negocios con China y todavía menos en el sector sanitario, tienen un amigo muy bien colocado, que tiene un hermano, un primo y/o el teléfono de la persona bien colocada o los teléfonos de los amigos de referencia y, como no hacía falta en plena pandemia ningún tipo de concurso público para comprar, obtienen contratos adjudicados por vía directa. Si tienes el teléfono, no te hacen falta más referencias.
A la nada inusual corrupción china se han añadido los estraperlistas habituales —genuina estirpe aborigen— que, en la más pura escena picaresca, tienen un resorte tan importante o más que el amigo, el amigo del amigo y los teléfonos de los dos. Se produce el milagro: siendo titulares de sociedades ridículamente capitalizadas, es decir, sin el hombro financiero para pagar al contado importados millonarios, porque el contado era la única forma de funcionar en el mercado persa chino con intermediarios aparentemente malayos, y más, si los sujetos eran desconocidos en los mercados de origen, de repente tienen cuartos contantes y pagan las mercancías un dólar encima de otro. ¡Milagro!
Este milagro es el que hay que investigar. Una vez más no es el dedo, sino la luna la que hace falta investigar y situar en el firmamento. Esto va más allá, mucho más allá de amigos y teléfonos. Eso va de financiadores, de oscuros financiadores, normalmente. Y quien ha puesto los cuartos o quien los ha hecho poner es el corruptor en jefe. Porque lo que nadie se creerá es que toda esta dirigencia que ya tendría que estar a pan y agua no se ha llevado, ni directa ni indirectamente, ni un duro del mercado persa que ha supuesto la pandemia.
Estamos ante un diseño generalizado que es fruto de una corrupción estructural y secular, muy arraigada en los Madriles y áreas de influencia, pero no solamente, como bien sabemos por estas regiones. Esto tiene unas raíces históricas de unos vicios muy anteriores al franquismo, que este potenció: se lo encontró hecho y supo sacar provecho, provecho que los herederos siguen cultivando.
Haber pillado un par o dos de alelados, por ahora, con las manos en la masa, no satisface el desmantelamiento del montaje sistémico de la corrupción. Es tan solo la epidermis. No son las comisiones desmesuradas de un puñado de horteras. ¡Como si en los centros de poder regalaran el dinero sin obtener sus propias ganancias, vaya! Como decía el malogrado Tony Judt al principio de la crisis del 2008 —de la que todavía no hemos salido—, "alguna cosa va mal".
Entre nosotros va muy mal, porque la corrupción es el alfa y omega de las rancias costras dirigentes que todavía, en buena parte, son dominados. Mientras se pueda proclamar sin miedo al error "Es la corrupción, estúpido," nada irá bien.