Es cierto, los GAL siempre vuelven; mejor dicho, nunca se han ido. El terrorismo de estado no se va nunca. La hipocresía de los que se hacían el sueco, tampoco.
Recordemos: el ministro del Interior (internado en la prisión de Guadalajara, que fue hito de peregrinaje gubernamental y partidario), el secretario de Estado de Seguridad, el director de la Policía, diputados, abogados, un montón de comisarios, algún general y otros mandos y subalternos de los cuerpos de seguridad, condenados a penas de prisión. Se libraron parcialmente por indultos sólo los políticos.
En este contexto, decir como dijo el presidente del Gobierno que no sabía nada del tema, que el Estado no había organizado nada, fue una tomadura de pelo, en su día y ahora también. La entrevista de Iñaki Gabilondo, el 9 de enero de 1995, a Felipe González, después del Telediario de rigor, resulta increíble. Ni el entrevistador lo creyó, como él mismo explicó ayer a Aquí, amb Josep Cuní.
Ahora, con la desclasificación parcial de documentos de la CIA relativos a terrorismo negro de la época en todo el mundo, hemos sabido qué pensaban los analistas de la CIA sobre quién había dado la orden de organizar a los GAL. La dio el gobierno presidido por Felipe González. Verdad o no, eso es lo que los agentes destinados en la estación de Madrid informaron a Langley. Gran parte es información periodística, pero otra parece de campo, directamente recogida, obviamente sin citar fuentes ni otros activos.
Penalmente, que González y otras altas instancias del régimen ordenaran, consintieran o toleraran los GAL y sus inexcusables crímenes ahora es irrelevante. Con la regulación penal entonces vigente, los delitos estarían prescritos y ninguna acción sería posible contra los responsables ahora más desnudos que antes. Seguramente, no serán los últimos documentos que nos aportarán más indicios sobre qué pasó, por qué pasó y quién hizo que pasara.
Según mi opinión, hay dos aspectos sobre los cuales hay que apuntar unas consideraciones no menores.
Si quienes hacen la guerra sucia y los que la aplauden tan convencidos están de su razón, me asalta una duda: ¿por qué no pregonan a los cuatro vientos su patriotismo desinteresado?
En primer lugar, que los GAL fueron organizados desde el Estado es una evidencia meridiana. Sí, eso es así, aunque González, al volver de China en 1985, dijera que gato blanco o gato negro, lo importante era que cazara ratones, resultaba entonces y resulta ahora igual y absolutamente inaceptable. ¿Dónde quedan, en boca de los paladines del constitucionalismo, el respeto a la ley, sólo a la ley y muy sometido a la ley? O es que, para según qué cosas, el estado de derecho contempla un estado de necesidad que justifique tal, para los demás, execrable vulneración de la ley.
La guerra sucia siempre ha tenido, incluso en las filas progresistas, aquí y por todas partes, partidarios, incluso animadores y bastantes editorialistas de doble faz. No tantos como detractores, pero sí un fuerte apoyo, con argumentos del calado intelectual del orden de: "A los terroristas, a los enemigos del Estado, no les daremos caramelos, ¿verdad?". Pero si quienes hacen la guerra sucia y los que la aplauden tan convencidos están de su razón, me asalta una duda: ¿por qué no pregonan a los cuatro vientos su patriotismo desinteresado? ¿Por qué no presumen de lo que creen el fortalecimiento del estado gracias a la liquidación física de los que, dicen, son sus enemigos? Si fuera una página tan gloriosa, en el terreno personal y en el colectivo, ¿por qué conformarse con enmedallar a subordinados y no recibir ellos mismos distinciones públicas, pensiones, incluso, en abundancia? ¿La labor no se lo merece? ¿O la guerra sucia, como las hemorroides, se lleva con digno silencio?
El otro aspecto que llama la atención lo encontramos en el hecho de que, cuando otros líderes sistémicos han sido pillados en falta, se les ha, con razón, vituperado y desposeído de dignidades, honores y consideraciones. Hoy por hoy, no veo ningún movimiento en este sentido: consejos de administración, guías áulicas bien retribuidas y otros parabienes no parece que le vayan a ser retirados a González.
Con lo cual, vuelvo a la tenebrosa primera cuestión. ¿Realmente, la guerra sucia no es, en verdad, limpia? ¿La guerra sucia, al fin y al cabo, no merece el reconocimiento público por el patriotismo demostrado? A fin de cuentas, visto el devenir, ¿la guerra sucia no es envidiable y nada reprobable? Si todavía, a pesar de un acuerdo no vinculante del Congreso de los Diputados, no se ha desenmedallado a Billy el Niño, no parece que haya que esperar respuestas mucho más duras con respecto a lo que queda de los dirigentes de los GAL.
En todo caso, el comportamiento social y político nos lo dirá.