Pasada la frontera mágica del 100, el gobierno de Sánchez ya tiene claro lo que hará con los procesados por el procés. Aparte de condecorar por su magnífica actuación al jefe policial del 1-O, donde se repartió estopa en abundancia, se alteró la convivencia ciudadana ―en contra de una orden judicial explícita― y no se encontró ninguna urna, la hoja de ruta sanchista con respecto a los imputados y, por extensión, a las aspiraciones mayoritarias de los catalanes, es ofrecerles el indulto. Lo ha expresado Teresa Cunillera, no sólo delegada del Gobierno en Catalunya, sino alma máter del sanchismo en esta tierra.

Como pasa a menudo, los superiores han hecho que los subordinados se retracten. La delegada del Gobierno ha tenido que plegar velas en tercera persona. Sus declaraciones suponen un avance de la sentencia: sólo se puede indultar a quien es condenado. Cunillera ha dado por hecho el castigo, algo que formalmente y políticamente atenta contra la dañada separación de poderes, especialmente en lo que se refiere al Tribunal Supremo.

Me temo, sin embargo, que las cosas, van más allá. Si bien estas manifestaciones no representan ningún compromiso formal, sino que se formulan como desiderátum hoy por hoy sólo personal, está claro por dónde van los tiros. La fuente es más que autorizada y no habla por hablar, sino por lo que debe escuchar un día y otro.

El indulto plantea una serie de problemas: el primero, si lo piden los condenados, les supone asumir la culpabilidad por los hechos por los cuales han sido castigados. Si lo piden terceros, no. Pero en el caso de los imputados por el procés, a pesar de ser una decisión estrictamente personal, no creo que ninguna de las dos vías tenga lugar.

Pero el tema central no es este: no es aceptar la culpabilidad y pedir perdón. El tema central reside en que hay que pasar por todo el proceso judicial, y salvo conformidad con los hechos y las penas durante el juicio, esperar a que este acabe.

O lo que es lo mismo: la hoja de ruta sanchista, más inteligentemente que la del marianismo que lo precedió, se conforma con pasar por la apisonadora a los, para ellos, renegados catalanes, dar el escarmiento con unas penas como dios manda (eso de todo el peso de la ley, aquí, una ley más falsa que un duro sevillano).

La liberación de los presos y el retorno de los exiliados quizás le costaría ser desahuciado por el neoaznarismo más virulento, pero pasaría a la historia, a la buena, no a la de la infamia

Y, después de esta exposición pública, y después de la pena infamante de un proceso que todo apunta que lo ganará el régimen sin bajar del autobús, y después del escarnio, y después de, al fin y al cabo, esta inmensa picota procesal, continuar encerrándolos e instarlos a pedir el indulto.

Tal petición pasaría, a buen seguro, por renunciar a todos los recursos ordinarios y extraordinarios, singularmente a los europeos, y así evitar el escrutinio sobre la legitimidad democrática de su encausamiento, juicio y condena. Petición que, para acabar de remachar el clavo, tiene que ser informada por el tribunal sentenciador, aquí, la sala segunda del Tribunal Supremo.

Si este es el panorama que ofrece el sanchismo, ¿cómo piensa hacer política el Dr. Sánchez Pérez-Castejón? ¿Cómo aprobará los presupuestos generales del estado? ¿Sin presupuestos podrá llevar a cabo las suyas, hasta ahora sólo pronunciadas, políticas sociales y de reversión de las marianistas? ¿Piensa el sanchismo que la promesa del indulto le dará votos suficientes en unas elecciones, anticipadas o no, y conservar el Palacio de la Moncloa?

El indulto puede marcar la fecha de caducidad de Sánchez y el camino a la papelera de la historia. La liberación de los presos y el retorno de los exiliados, algo en su mano, dado que de ella depende la fiscal general del Estado, quizás le costaría ser desahuciado por el neoaznarismo más virulento, pero pasaría a la historia, a la buena, no a la de la infamia.

Dicen que los políticos tienen un ego desmesurado. Quizás. De vez en cuando convendría que se lo miraran y tal vez les aconsejaría lo que sienta mejor al ego: poca espuma y mucha esencia.