La situación política catalana acelera la respuesta a diestro y siniestro de las diversas esferas del Estado. O dicho de otra manera: sin política, el poder solo es poder físico, puro y duro, lo cual tiene poco recorrido. Pero los garrotazos llueven y lloverán.

Ayer jueves tuvimos cuatro buenos ejemplos de nervios e impotencia del poder, políticamente capado por voluntad propia. En primer lugar, salida de caballo siciliano por parte del marianismo calificando de sectaria, como mínimo, la convocatoria de la sesión de investidura de Jordi Turull. En boca de quien provocó por cobardía unas nuevas elecciones en seis meses parece un sketch de Polonia. Lo que pasa es que perdieron sus ilegítimas e inconstitucionales elecciones del 21-D y todavía no lo tienen asimilado. Cualquier candidato independentista les parecerá mal. Además, es una falta de respeto al sistema democrático: sobre el Govern de Catalunya sólo deciden los ciudadanos de Catalunya. Eso tampoco lo entienden.

Los otros tres ejemplos son, mira por dónde, tres resoluciones judiciales. La primera, el auto del TC, procesalmente formalista, que desampara en lugar de amparar, remite al recurrente, Jordi Sànchez, a empezar un nuevo circuito judicial con el fin de intentar alcanzar la libertad condicional. Tanta pureza procesal choca con la resolución del 27 de enero, en virtud de la cual, sin admitir todavía el recurso del gobierno monclovita, lamina las posibilidades de que el president Puigdemont formulara su investidura, creando unas medidas cautelares, que, por mucho que remuevan las disposiciones legales, no figuran en ningún sitio.

Una segunda resolución del TS de 20 de marzo pasado ratifica la decisión del juez instructor y mantiene el confinamiento carcelario de Jordi Sànchez. No haremos aquí una análisis de esta ni de ninguna otra resolución, que con una argumentación circular concluye lo que niega: que Jordi Sànchez está en la prisión por su ideología independentista. Es más, en su caso, el argumento que el preso es tildado de "autonomista" por la CUP "no proporciona sino motivos para sospechar de una radicalización por influencia de esta Agrupación, que en nada favorece el cambio de contexto tenido en cuenta por el instructor en la resolución recurrida, o la pretendida variación de las circunstancias que en su día llevaron al Instructor al mantenimiento de la situación acordada”. O sea, que el "rechazo" de la CUP puede hacer recaer a Jordi Sànchez en los delitos que indiciariamente se lo imputan. O sea que por la "mala" influencia de la CUP sobre quien ha estado en contacto con ella, del prisionero no se puede pensar otra cosa que es un independentista irrecuperable y, por lo tanto, delictivo.

En otras palabras: votar sin miedo es indicativo de una capacidad criminal desbordante. Decirlo en público sobrepasa toda norma

La segunda resolución, y última muestra de la enorme inquietud del régimen, la tenemos en el auto que deniega la libertad provisional al conseller Joaquim Forn. Como es sabido, sufre una enfermedad, que algún medio —decirle periodístico sería insultar a la profesión periodística—, vulnerando su intimidad, se ha encargado de hacer público. Pues bien, al respecto el TS alude a una “enfermedad del recurrente, cuya existencia no consta a esta Sala y que no fue alegada ni documentada por la defensa”. Admitiendo que fuera así, es incomprensible que un tribunal, al saber de una enfermedad de un justiciable que comparece ante él, no se interese por su estado de salud. No en términos de educación protocolaria, sino en términos de que el estado de salud de una persona bajo la custodia de los poderes públicos es responsabilidad de los poderes públicos. Este pasaje me parece una buena medida del grado de humanidad de la Arcadia de la democracia, fomentadora de todos los derechos y garantías.

Dicho esto, la resolución es rica en delicadísimos y sofisticados argumentos jurídicos y fácticos. A modo de ejemplo, el siguiente: “el recurrente publicó un tweet en el que proclamaba: ‘Votaremos, no nos da miedo’, lo cual, examinado en el contexto en el que tiene lugar, es fuertemente indicativo de una incitación, dirigida a las mismas masas sociales favorables a la independencia que ya habían actuado con violencia en los referidos incidentes, a acudir a votar el 1 de octubre en el referéndum ilegal”.

En otras palabras: votar sin miedo es indicativo de una capacidad criminal desbordante. Decirlo en público —en un tuit— sobrepasa toda norma, que tiene como consecuencia incitar a las masas —sin que conste que estas hayan hecho nada— a conducirse con una violencia antes mostrada —no se dice ni dónde, ni cuándo ni con qué intensidad ni con qué nocivos resultados sobre personas y/o cosas—, todo en el marco de un referéndum ilegal que, recordamos no era delictivo, pues estaba expresamente descriminalizado desde 2005.

Si estas son unas gruesas pinceladas de ayer mismo, la investidura frustrada que tuvo lugar por la tarde en el Parlament cae de nuestro lado. Desconozco el intríngulis de las negociaciones que avisto difíciles y no siempre regadas con la máxima generosidad y salpimentadas con más reticencias multilineales de las necesarias. Me interesa, como la mayoría de la ciudadanía, creo, el resultado.

Hacer república no es hacer magia. Hacer república es hacer bienestar físico, social y político

No me interesan legítimas muestras de dignidad personal, institucional y ciudadana pisoteadas. En todo caso, me interesaría la ciudadana. Pero esta la limpiamos el 21-D. No me interesan los purismos ni las vanguardias elitistas, custodias y depositarias de las esencias, la aplicación e interpretación de las cuales sólo es accesible sin mácula a dichas élites.

Me interesa, como la mayoría de la ciudadanía, creo, salir de este callejón sin salida que es el 155, que ha convertido Catalunya en una especie de protectorado administrado desde una lejanía que ni lo comprende ni lo quiere comprender, donde la desidia y el maltrato es la moneda ordinaria. El trato que recibe Catalunya recuerda al que daban en los territorios ultramarinos los funcionarios que eran enviados con la etiqueta de castigo.

Hacer república no es hacer magia. Hacer república es hacer bienestar físico, social y político, es decir, producción de riqueza, acceso equitativo a la misma con unas instituciones que fomenten la primera y aseguren el segundo, es decir, un sistema razonablemente democrático.

Si encima del clima opresivo creado y arreglado desde fuera, nosotros nos dedicamos a flagelarnos, los que saldrán maltrechos seremos nosotros. Que también salgan otros, no es ningún consuelo. Cuanto peor, mejor es una pésima política que conduce a la nada.

Esperamos no tener que derramar ninguna lágrima por las consecuencias personales y de país por la lamentable sesión parlamentaria de ayer.