Esta semana, dejando de lado el testimonio de Xavier Trias, ha proseguido el turno de la gente ordinaria, de la gente de la calle, es decir, de la gente verdaderamente grande.
Esta semana ha declarado gente de toda edad y condición, gente que no sufrió ningún tipo de represión por votar, por participar festivamente en un acto, como dijeron muchos, el más emotivo de su vida, para hacer realidad un sueño.
De todos los testigos han quedado claras varias cosas, cada una tan importante como las otras, ya que su jerarquización es difícil. La alegría, el sentimiento de pueblo, cierto miedo al oír lo que pasaba en colegios electorales vecinos. De todas, para mí, la más importante, y aquí sí que hay que jerarquizar, es un aspecto que no sé en qué medida será apreciado por el tribunal y por los media del oficialismo, especialmente del oficialismo más obtuso: que el referéndum del 1-O fue del pueblo, de los ciudadanos.
No fue de la gente en el sentido que normalmente se dice de las votaciones. Obviamente, las elecciones son de la gente, el resultado es de la gente, de los votantes. Pero el referéndum del 1-O disfrutaba de un plus único, nunca visto antes: la gente se lo hizo suyo desde el primer momento.
En efecto, a lo largo de los últimos días, las acusaciones, hasta que lo han dejado un poco por inútil, han intentado averiguar por qué la gente fue a pasar la noche antes u horas antes en los colegios, cómo llegaron los ordenadores y el resto del material electoral en los centros de votación, qué pasó cuando las cosas no funcionaban o se torcían.
La respuesta fue unánime: lo hicieron ellos sin instancias oficiales. Eso es lo que en la sala del juicio no acaban de comprender, pero que no tiene otra explicación que el referéndum, si bien fue una idea de los políticos, para decirlo de forma sencilla, fue una realización de la sociedad civil y de la ciudadanía. Desde toda la gesta de la logística de las urnas a la electrónica de la computación de datos, pasando por la salvaguardia de la integridad de los colegios electorales hasta el recuento, los particulares, los voluntarios, fueron los protagonistas. Desde informáticos jubilados que ayudaban a gente que fue a buscar entre los vecinos ordenadores o cables de conexión, pasando por algún tipo de avituallamiento; y lo que no hemos visto, pero sí percibido. Todo, claro está, sin tirar un papel al suelo.
Desde toda la gesta de la logística de las urnas a la electrónica de la computación de datos, pasando por la salvaguardia de la integridad de los colegios electorales hasta el recuento, los particulares, los voluntarios, fueron los protagonistas
Contrasta esta pacificidad ―si se me permite la palabra― con los aterradores y apocalípticos testimonios de los agentes que repartieron de lo lindo, pero de forma exquisita y proporcionada, cuando lo hicieron, según manifestaron.
Qué ocasión perdida y qué enorme lesión del derecho de defensa cuando los letrados interrogaban a los integrantes de los operativos de las policías estatales bajo juramento sobre su comportamiento y Marchena no dejó contrastar sus irreales versiones con la realidad. No poder apretar a los testigos enfrentándolos a lo que en verdad llevaron a cabo es, reitero, una gran lesión del derecho de defensa, por más que se dediquen al final de la vista horas y horas de proyección de vídeos admitidos como prueba documental.
Un aperitivo, perfectamente editado, nos lo ofrece este tuit de La Veu de Lleida, del 18 de abril pasado, al hilo del interrogatorio que hacía a un miembro de la Policía Nacional el abogado Benet Salellas sobre su actuación en el IES La Caparrella, de Lleida. Como habla el documento por sí mismo, no hay que decir nada más. El contraste entre la realidad y lo vivido es, literalmente, sideral.
La pacificidad de la ciudadanía también se puso de manifiesto esta semana. Recordad los múltiples vídeos viralizados en las redes sociales de policías cantando a pleno pulmón "¡a por ellos!" o "que nos dejen actuar". No han quedado filmados los orines de algunos policías, en Calella, sobre los pocos manifestantes delante de su hotel en los días posteriores al 1-O. Pero sí que han quedado relatados. Como ha quedado relatado el testimonio del llamado policía nacional (jubilado) independentista, quien manifestó su compromiso cívico y la censura a la actuación de sus excompañeros, revolcando literalmente el interrogatorio del fiscal, el que no dormía, somnolencia recogida por Miquel Strubell hijo.
De todos modos, a pesar de ser muy relevante judicialmente todo lo anterior, y no digamos políticamente, el testigo más chocante, más rotundo, más ciudadano, fue el de una profesora jubilada de Vallbona d'Anoia: su preocupación era que las fuerzas policiales no les robaran las urnas (minuto 4.50). Queda claro que el referéndum fue obra de este tipo de ciudadanos, política y materialmente. Poco más que añadir.