La política actual, no solo en nuestro país —basta echar una ojeada por todas partes— no pasa por su mejor momento. En líneas generales, y salvo las excepciones que cada uno quiera, no vamos sobrados precisamente de políticos y políticas inteligentes, audaces ni generosos. Encima, su independencia o, cuando menos, autonomía, respecto de los sindicatos de intereses de todo tipo no ofrece tampoco un panorama alentador. Reitero, ponga el lector las excepciones que quiera.
Uno de los pocos ámbitos donde nuestros servidores públicos pueden mostrar sus cualidades personales sin tropiezos es en las relaciones personales, en su empatía, no ya con respecto a los ciudadanos que los votan e intentan controlarlos, sino en un espacio todavía más limitado de las relaciones personales entre ellos mismos.
Cuando el jueves pasado, la diputada de Esquerra Republicana Jenn Díaz cerró su discurso con una salida del armario de las víctimas calladas de la violencia machista, todo el Parlament se levantó y la aplaudió. Bueno, exactamente todos, no. El grupo parlamentario más numeroso de la cámara, el que se vanagloria de haber ganado las elecciones, pero que es incapaz de generar consensos para gobernar, se quedó prácticamente como un solo hombre sentado en los escaños. La imagen, ya viral, es literalmente demoledora.
Que Ciudadanos no es un partido ni remotamente feminista es algo que está muy claro. Su líder en Catalunya lo ha mostrado de forma cristalina, especialmente en ocasión de la huelga del 8 de marzo pasado.
Sin embargo, ahora la cosa no va de feminismo —o no solo de feminismo—. Va de empatía, de solidaridad, de piedad hacia una persona que se desnuda públicamente el alma y se confiesa víctima de un delito de abuso de poder, un mal trago por el que no todo el mundo puede o quiere pasar.
La explicación que la diputada y senadora naranja Lorena Roldán dio en el programa Aquí Cuní del viernes pasado es un puro insulto a la inteligencia. No hace falta sino escuchar el absurdo de su vana retórica a partir del segundo 22 y durante poco más de dos minutos.
Se quedó en shock, afirma. Podría ser. Pero ¿se quedaron todos los diputados naranjas en shock? ¿Todos y todas —o casi— los parlamentarios y parlamentarias de este grupo? Esta sería la manifestación de una especie de leninismo fuera de registro. Todos los parlamentarios del mismo grupo cortados por el mismo patrón emocional y empático. Quizás es eso la nueva política... de los reaccionarios de siempre.
No es admisible que después, una vez visto el alcance del destrozo, el oportunismo más vergonzoso moviera a algunos de estos diputados a acercarse, fuera del marco del hemiciclo, a la diputada Jenn Díaz. Después, impietosos e impietosas diputados y diputadas naranja ya no vale. Rojos de vergüenza quedarán para siempre en nuestras retinas. Y, aún más grave, descalificados como personas respetuosas con los males de los otros, con los males que sufren los inocentes.
Tanta impiedad hace sentir escalofríos cuando se sabe que son representantes de una parte de nuestro electorado. Quiero pensar que sus electores, conciudadanos míos, no son impietosos como sus representantes.
Impiedad.