Mascarada es el título finalmente. Más adecuado habría sido "tomadura de pelo" o, incluso, "id a hacer puñetas".
La investidura de Pedro Sánchez ha sido una mascarada (o los otros sinónimos). Todo el mundo sabía que no llegaría a ningún lado. La soberbia sanchista, pidiendo a los demás que le hicieran premier, cosa que él ―con razón― se negó a hacer y le costó el cargo y una reconquista, ha hecho estragos. España, la arcadia de la democracia de Occidente, lleva, de hecho, desde el 2015 con gobiernos interinos o inestables. Toda una muestra de eficiencia. Quizás a Sánchez le preocupe mucho España; lo que es seguro es que los españoles ni le preocupan ni le ocupan lo suficiente.
Lanzaban a la cara de los contrincantes (que se hacían decir negociadores) que el de delante hablaba sólo de cargos y no de programas. Igual soy duro de oído, pero de programas, de mesas negociadoras de programas, no he oído hablar, ni de lejos.
Dicho esto, Unidas Podemos ha pecado de infantilismo novel. Pablo Iglesias es mejor orador que estratega. Ante lo que su partido y él mismo han denunciado sobre el menosprecio con ofertas vergonzantes de cargos, lo cierto es que, volviendo al juego de cartas español por excelencia ―pero vasco de raíz―, el mus, se tenía que lanzar un órdago.
Un estadista el jueves le habría dicho a Pedro Sánchez: "Lo que nos ofrecen es una falta de respeto. Sin embargo, no sufra. Lo votaremos igual. Por nosotros tiene la investidura ganada. En cada ley, en cada política a desarrollar ya nos encontraremos". Un aprendiz listo de política, aspirante a lo que parece la profesión del momento, es decir a spin doctor, respondería: "Pues pactaremos la legislatura, pieza a pieza, con la derecha".
Como los spin doctors tienen poco de doctos, eso supondría la tumba del PSOE. En efecto, en las próximas décadas se podría despedir de La Moncloa y otros centros de poder. "Con Rivera no", recuerden. Como que alguien inteligente debe quedar en Ferraz, no hubieran tenido más remedio que aceptar la apuesta de una hipotética hábil Unidas Podemos y tragarse un montón de políticas de mala gana.
Otra vez, quien ha estado a la altura política y moral del momento ha sido la periferia nacionalista, soberanista y/o independentista
Sea como sea, otra vez, quien ha estado a la altura política y moral del momento ha sido la periferia nacionalista, soberanista y/o independentista. Otra vez, salvando el honor de un Congreso de los Diputados ineficaz y sólo dispuesto a elecciones, otras, el 10 de noviembre.
Hay tres palabras en inglés de difícil traducción que expresan, según mi opinión, la esencia de la política democrática, que, en la gestión de los temas realmente importantes, no puede ser más que fruto de la negociación entre diferentes, a veces, entre muy diferentes. Aunque la diferencia, la diversidad, la disidencia o el espíritu crítico están mal vistos por el oficialismo tridentino, al repetir estas tres palabras inglesas, hoy día, más que nunca, se manifiestan carencias radicales en el quehacer político español.
Hablo de confidence, commitment y accountability. Quieren decir tanto como crear confianza, es decir, la única forma de que el otro esté convencido de que el pacto se llevará escrupulosamente a cabo; compromiso, pero no solo el compromiso, sino buscarlo como objetivo; o, finalmente, redención de cuentas, es decir, dar explicaciones públicas ―asumiendo las consecuencias, si es necesario― del qué, cómo y por qué se ha hecho lo que se ha hecho o se ha omitido.
No sé los lectores. Quien suscribe todo esto no ha visto una pizca de ello. Y no sólo no ha visto ni un poco de estos conceptos morales ―es decir, de pautas de actuación―, ahora que se habla tanto de relato ―otra vez los spin doctors―, en los discursos parlamentarios ―lo único relevante en una sesión de investidura―, sino que no había ni relato ni discurso. Únicamente una sucesión de frases de la dimensión adecuada para ser tuitetadas en las redes o para dar hechos los titulares a los media.
Un hilo de tuits no es un discurso. Es más propio de quien alimenta su argumentario de guiones de series televisivas y no de las lecturas y experiencias, en algún caso, ancestrales, que están en su base y se desconocen.
PS. A pesar de no haberse hablado de corrupción en el debate de investidura ―como si el país fuera una patena cegadora―, se ha oído hablar mucho de delincuentes. Estos sabios constitucionalistas que pueblan la arcadia del estado de derecho, admiración de propios y extraños y la envidia del universo, desconocen, a pesar de estar vigente, la protección europea de la presunción de inocencia. Si al lector le apetece, le invito a leer sólo el artículo 4 de la Directiva (UE) 2016/343 del Parlamento Europeo y del Consejo, del 9 de marzo de 2016, por la cual se refuerzan en el proceso penal determinados aspectos de la presunción de inocencia y el derecho a estar presente en el juicio. Recuerden: constitucionalistas.