Hace once semanas que en Catalunya no tenemos un gobierno sólido y cohesionado después de las elecciones del 14-F. En principio, no es culpa de Madrid, para nada, pero en Madrid están encantados.

Por primera vez se alcanza una mayoría electoral independentista -la de diputados casi es habitual-, pero este capital se dilapida en cuestiones abstrusas para la ciudadanía.

ERC quiere ir por caminos lentos, en ocasiones empinados hacia la independencia, ya que los atajos han dado poco de sí, con la intención de arrancar en Madrid un acuerdo político que empiece a dar una solución de fondo. Vista la fuerza que se manifiesta allí ni se molestan en mover un dedo, sino al contrario, la máquina de la represión sigue a pleno rendimiento. La desunión del independentismo rompe cualquier planteamiento por mínimamente reivindicativo que sea.

JuntsxCat quiere que el gobierno, en el cual no pueden ser mayoritarios -perdieron lo que presentaron como su plebiscito-, sea un mero ente administrativo. La política hacia la independencia la tiene que llevar a cabo el Consell per la República, ente privado con menos de cien mil socios, que nadie ha votado y es ajeno a cualquier tipo de control.

Visto desde fuera, este y no otro parece el obstáculo insalvable. Por mucho que, como se hacía en las negociaciones antiguamente en la UE, se pare el reloj, podemos llegar al 26 de mayo o con nuevas elecciones o con un gobierno minoritario.

Podría ser que los intereses partidistas de algunos sectores de JuntsxCat, que este fin de semana celebra su congreso fundacional del que no se oye hablar, pasaran o por ir a nuevas elecciones o por dejar prosperar un débil, por minoritario, gobierno de la Generalitat.

Con el espectáculo del cuento de las negociaciones para constituir gobierno, ya no es Catalunya quien marca la agenda española

Otros sectores de Junts seguro que pugnan por una reedición de la coalición actual, en un coma profundo de récord Guinness. Sin embargo, esta coalición no puede ser fruto de un intercambio de carteras utilizando una automática cruz de san Andrés, ya que las circunstancias políticas no son las de diciembre de 2017. Ni en Catalunya, ni en España, ni en La Moncloa. No se trata de un intercambio de carteras, sino de reclutar a las personas más adecuadas para los sitios de gobernación en la doble vertiente de dirección política de Catalunya, y de proseguir la política de forzar el sanchismo a asentar las bases de un pacto por la solución del problema político. La crisis sanitaria, la reconstrucción nacional y social, los retos de futuro presentan tal revolución en los paradigmas tradicionales que la acción política al uso resulta inviable. Savia nueva y de la buena; nada de automatismos.

No puede ser que la tragicómica anécdota del trumpismo cañí, calificativo el primero del The New York Times, se presente ahora como el principal problema de España. Con el espectáculo del cuento de las negociaciones para constituir gobierno, ya no es Catalunya quien marca la agenda española. ¿Cómo se puede ser tan ciego para no ver la pérdida de protagonismo cuando es el momento en el que se tiene al alcance más fuerza política para la gobernanza de Catalunya? Aquí y allí.

Hablar del capital del 1-0, que es de la ciudadanía, no de la clase política, y poco o nada de la victoria independentista del 14-F, ya es muy indicativo. Como jugada maestra no se diría, a la vista de los resultados, que lo pueda ser.