Todos tenemos en la retina la imagen, vista en directo o en diferido, de la bofetada de Will Smith a Chris Rock, el domingo pasado, hora de Los Ángeles, durante la entrega de los Oscar. Me interesan las reacciones a los chistes de Rock. No me interesan ni la interpretación de caballero errante vengando la ofensa a su doncella; ni, por lo que las salsas rosas del faranduleo insinúan, la, a ratos bien larga, relación tempestuosa, sábanas de por medio o no, entre este par de tres. Eso da para otra pieza. De todos modos, tengo todavía mis dudas si en el teatro pactado no hubo una rabieta de Smith: ni por su sonrisa que muestra cuando escucha la ocurrencia del de Carolina de Sur ni por el sonido de la bofetada ―de efectos especiales me pareció― y el hecho de que Rock no se mueve ni un centímetro como consecuencia del impacto que visual y sonoramente parecía implicar el cachete.
Me centro en la libertad de expresión del presentador y si tiene que ser motivo de sanción, como he oído reiteradamente, incluso, penal. Como advertencia, tengo que decir que la libertad de expresión, contrariamente a lo que se suele decir por estos lares, es prácticamente ilimitada: ni el buen gusto, ni la educación ―o su absencia―, ni el malestar que pueda causar en la persona o personas que reciben o presencian la expresión, ni como dice una inadecuada jurisprudencia constitucional, porque sea o no necesaria, son límites. Estos son el odio, la violencia o menosprecio denigratorio equivalente al odio o a la violencia.
El hecho de ser un memo maleducado o, incluso, servirse del atril público para ofender gratuitamente a los demás, burlándose de su físico, de cómo van vestidos o de otras exterioridades, no se consideraría, en principio, ni generador de odio, ni un menosprecio que rebaje en prácticamente nada la dignidad de una persona. Criticar agriamente, como se ha hecho en los mismos Oscar, en alguna ocasión, la apariencia de un pisador o de una pisadora de la alfombra roja, por hiriente que resulte, no merece ningún tipo de reproche jurídico, ni penal, ni civil ni laboral.
El hecho de ser un memo maleducado o, incluso, servirse del atril público para ofender gratuitamente a los demás, no se consideraría, en principio, ni generador de odio, ni un menosprecio que rebaje en prácticamente nada la dignidad de una persona
Como la cosa va de cine, propongo una especie de juego. Tenemos la escena final, ya conocida y de la cual partimos; acto seguido, analizamos unas hipotéticas tomas alternativas.
Escena final [interior, teatro, escenario y reacciones platea]: un presentador negro hace un chiste sobre un detalle físico, la alopecia, de la esposa negra de un asistente negro en la gala de los Oscar. [La alopecia, nadie lo sabía, es consecuencia de una enfermedad que se manifesta solo en la falta de pelo y no se hace pública la causa].
Toma alternativa 1 [id.]: un presentador negro hace un chiste sobre un detalle físico, la alopecia, de la esposa blanca de un asistente negro en la gala de los Oscar. [id.].
Toma alternativa 2 [id.]: un presentador negro hace un chiste sobre un detalle físico, la alopecia, de la esposa blanca de un asistente blanco en la gala de los Oscar. [id.].
Toma alternativa 3 [id.]: un presentador blanco hace un chiste sobre un detalle físico, la alopecia, de la esposa negra de un asistente negro en la gala de los Oscar. [id.].
Toma alternativa 4 [id.]: un presentador blanco hace un chiste sobre un detalle físico, la alopecia, de la esposa blanca de un asistente blanco en la gala de los Oscar [id.].
Toma alternativa 5 [id.]: un presentador blanco hace un chiste sobre un detalle físico, la alopecia, de la esposa blanca de un asistente negro en la gala de los Oscar. [id.].
Someto a los inquisidores de guardia y al público en general la comparación de todas estas variantes y las que se puedan seguir haciendo. Saldrán a colación términos como racismo, misoginia, supremacismo o similares. Ninguno de ellos llega al dintel ni de odio, ni de violencia, ni de degradación rozando el cero de la dignidad. Que molestará, y quizás mucho, casi seguro. Que es incómodo, también es posible. La respuesta, la bofetada, sobre la cual no entro ―porque está obviamente injustificada bajo cualquier circunstancia―, no cambia en nada si hay ofensa o no. La respuesta, especialmente la penal, no puede depender del hecho de que la presunta víctima se sienta ofendida: es una privatización del derecho penal. En efecto, es enviar a alguien a la prisión o imponerle una fuerte multa porque el sujeto se siente herido en sus sentimientos. No es legítimo que el derecho se encargue de eso.
Sólo veo dos soluciones razonables; de rabiosas, irascibles, irracionales, en una palabra, muchas. Pero oportunas, dos complementarias. Por una parte, saber quién y con qué criterios contrató y supervisó a Chris Rock como presentador de la gala, dado que es un personaje sobradamente conocido por su, digamos, irreverencia o, por lo menos menos, discutible sentido de la oportunidad. Y la segunda: no volver a contratarlo.
Además, una tercera: como he dicho, que los inquisidores y las inquisidoras de guardia se olviden de presentar querellas sin freno. No toca en absoluto.