Hoy, primero de junio es un, si no gran, muy buen día. Se ha desahuciado al presidente más mediocre, más resentido y más cruel a causa de su total incompetencia política, de su nula empatía y de su inaudita capacidad de mentir. Y con una relación constatada con la corrupción difícil de creer; y eso aunque no lo hemos visto todo. Una hoja de servicios que hace temblar a todos, menos a Ciudadanos que, con entrega, lo ha apoyado hasta el último momento, como muestra palmaria de su designio regenerador.
Bien. Pasermos página. ¿Qué esperamos del nuevo presidente? Con la razón en la mano, bien poco. ¿Qué esperar de quien hace dos semanas abandonó la reforma constitucional (reforma de la cual nunca hemos visto ningún texto articulado) para reformar, endureciéndolo claro está, el código penal como único instrumento en la lucha contra el secesionismo? Esperar, esperar, muy poco.
¿Se podía aventurar, por ejemplo hace 72 horas, sin sonrojarse, lo que ha pasado, y cómo, hoy viernes? La época de los pitonisos en política hace tiempo que caducó. Tenemos confirmaciones de ello cada día.
Lo que sí que es lícito es manifestar deseos. Aquí van unos cuantos. El primero, que todo este estruendo político permitirá hacer Política y encauzar la situación políticamente. Fácil no será; no hacerlo hemos visto que tampoco, pues, en el mejor de los casos para el sistema, nos situamos en el empate eterno. En ningún sitio está escrito que las cosas tengan que ser fáciles.
Para empezar a hacer Política hay que hacer el inventario de los activos y pasivos de Sánchez: como Rajoy está dotado de una resiliencia insospechada. Pero a diferencia de él, no parece ni rencoroso ni cruel, pero muestra un grado de debilidad preocupante. Tras él, a diferencia de Rajoy, no tiene un partido unido que responda al unísono a su voz de orden. Pactar, sin embargo, aunque sea instrumentalmente, con una cierta izquierda (Podemos) y varios grupos nacionalistas, que van desde la derecha a la izquierda, lo que valió el ácido calificativo del ahora callado Pérez Rubalcaba de gobierno Frankenstein, podría ser un activo notable.
Sea como sea, Sánchez rezuma optimismo y determinación, cosa ajena a su predecesor, que sólo soltaba displicencia y postergación de los problemas. Esta apariencia más positiva podría ser debida a una enorme irresponsabilidad. La vida y la Política están llenas: optimismos, más o menos egocéntricos, brotan en el peor momento y arrastran a todo el mundo en su caída. Podría ser así. Lo veremos.
El convencimiento de un imperativo moral por el cual vale la pena inmolarse políticamente, es la raíz de por qué estos actores políticos son tan grandes, como mínimo, como los héroes en los que se piensa siempre de primeras
Por eso entro en la fase, reitero, no de pronóstico, sino de deseo. A buen seguro que, como todo político, Sánchez quiere entrar en la historia. Políticos en la historia hay muchos. Algunos, como salvadores de la patria en peligro (Roosevelt, Churchill o De Gaulle serían colosales referencias contemporáneas), pararon el fascismo.
Otros pasarán igualmente a la historia por políticas menos épicas, pero no menos importantes: Brandt, Mitterrand, Kohl, Palme, Moro, Mandela... Y muchos otros tejieron sistemas de paz y prosperidad y el mundo cambió como nunca lo había hecho en la historia, rehuyendo la violencia y practicando el compromiso permanente para ampliar y retejer las alianzas. Hay que reparar que no todos han pasado a la historia de forma gloriosa, a pesar de éxitos indudables, y que muchos, a pesar de los éxitos, se tuvieron que salir por la tangente de la Política para no volver nunca más.
Los más grandes dentro de estos grupos son los que eran plenamente conscientes de que el objetivo a abarcar era el que era, el que dictaba su imperativo moral, nada egoísta, sino altruista y bienhechor del bien común. Sabían, sin embargo, que chocarían con la incomprensión de propios y extraños, cosa que, más temprano que tarde, haría que tuvieran que salir por piernas de la escena pública. Eso, después de haber producido un legado histórico monumental. Este convencimiento de un imperativo moral por el cual vale la pena inmolarse políticamente, es la raíz de por qué estos actores políticos son tan grandes, como mínimo, como los héroes en los que se piensa siempre de primeras.
Uno de estos hombres fue Pierre Mendès-France, PMF como se hacía llamar, político francés, un insobornable radical-socialista de la III y IV República francesa, de la cual fue durante solo siete meses primer ministro. En efecto, fue primer ministro un semestre largo, pero cambió la historia de Francia y del mundo abriendo la puerta a la descolonización.
Se desprendió, primero, de Indochina y de Túnez, estaba convencido de la independencia de Marruecos y empezó a abordar la de Argelia —la causa de la su caída—. Este camino era, desde siempre, su imperativo moral, imperativo moral seguramente compartido por muchos franceses (no digamos por los colonizados), pero que no osaban de manifestarlo en público o eran manifiestamente hostiles.
PMF sabía perfectamente que abrir la puerta grande a la independencia para las colonias francófonas tendría efectos históricos sobre Francia y el mundo entero. Sabía que lo hacía rápido o no podría acabar el trabajo que se tenía que llevar a cabo. Era así o el problema de la descolonización se enquistaría, costaría vidas, muchísimas vidas, dinero, muchísimo dinero, y, al fin y al cabo, exangües y arruinados, la independencia de las nuevas naciones llegaría dolorosamente, pero también inexorablemente. En resumen: un problema de todo menos fácil.
Si es audaz, Sánchez puede poner en marcha una política de regeneración económica y, sobre todo, de reestructuración institucional radical
Sánchez Castejón, con como mínimo la mitad del partido en contra suya, con los barones aparentemente conformes, unos aliados no siempre lo suficientemente templados y una herencia económica y políticamente envenenada hasta decir basta, si es realista, milagros aparte, no puede sostener razonablemente que su mandato será largo. Ya hemos visto cómo la prensa endeudada hasta más arriba de las cejas lo ha recibido. Repasen las ediciones digitales de hoy de los diarios en papel: algunas cabeceras son más que un poema.
Sin hacer pronósticos —y milagros aparte—, Sánchez tiene todos los números para ser Sánchez el Breve. Pues precisamente aquí radica su fuerza.
Si es audaz, es decir, pasa de los que en su partido ya se la jugaron hace veinte meses y ahora lo esperan en la primera curva, y sabe encontrar un aliado personal, que dé la cara, entre los grupos que le han dado apoyo, puede poner en marcha una política de regeneración económica y, sobre todo, de reestructuración institucional radical.
Eso quiere decir, tanto reducir la intolerable nueva desigualdad social como pactar con Catalunya un status, que pasa por un referéndum, que supusiera el fin de las hostilidades y la creación de plataformas de mutua confianza, de democracia avanzada y prosperidad. ¿Quién se podría oponer a eso?
Oponer la unidad de España, con toda la carga legítimamente sentimental que comporta, no es suficiente para abdicar de la Política —como voy escribiendo hoy— en mayúscula.
Cualquier mínima aproximación a Catalunya, a pesar de ser radicalmente racional, no es fácilmente comprensible con las pasiones expulsadas, el mandato de Sánchez igualmente sería breve. Esta sí o sí brevedad es un incentivo incontestable para hacer las cosas bien. Porque hacerlas mal, como he visto, no tiene ningún rendimiento positivo.
Brevedad por brevedad, como PMF, hacerlo bien es el pasaporte a la historia de verdad, no a la de la mediocridad ignominiosa de los corruptos y mentirosos. Reavivar la democracia no es tarea menor.