El tenor madrileño ha visto como las investigaciones llevadas a cabo por el Sindicato Americano de Artistas Musicales, el American Guild of Musical Artists (AGMA) han culminado estableciendo abusos sexuales y de poder de Domingo hacia 27 compañeras.
Cuando, en pleno arranque del #Metoo, Angela Turner Wilson denunció que el cantante le magreó los pechos en el camerino de la Ópera de Washington y se añadieron, sin revelar su nombre, otros 26 colegas. La reacción, especialmente en Europa y en España, fue tanto de incredulidad como de censura a las víctimas. Lo primero es compresible; lo segundo, para nada.
Pensar que en el mundo del espectáculo, y no sólo en el mundo del espectáculo, una vía de selección del personal femenino y de su promoción es catar sexualmente, aprovechando su vulnerabilidad en razón de la prevalencia intimidatoria por parte del sujeto, es negar múltiples evidencias. Que el hecho existe parece innegable, que Domingo fuera de la troupe de los abusadores quizás podría no haber sido cierto.
Él se defendió negando los hechos e intentado desprestigiar a las denunciantes. Se añadieron los que creen que la depredación sexual es una de las bellas artes y que tiene que ser soportada por las mujeres sí o sí. Y los fans, que son legión, son sin embargo los más acríticos. Lo habitual.
Pues bien, la investigación del AGMA, realizada tanto en la ópera de la capital federal como la de Los Ángeles, donde Domingo era director, ha dicho lo que ha dicho. El agresor ha reconocido rápidamente su responsabilidad, ha manifestado propósito de enmienda y ha pedido perdón respecto del posible daño infligido. Volveremos al respecto. Hay que recordar que ante las denuncias de mujeres agredidas, sus contrataciones en los Estados Unidos generaron una catarata de cancelaciones y ha sido despachado de la ópera angelina. La cosa no tiene pinta de acabar ni aquí ni así. Parece que no todas se conformarán con disculpas y cancelaciones.
Sea como sea lo que tenga que pasar, hay que destacar tres aspectos. El primero, que las denuncias de las mujeres abusadas están siendo aceptadas también por los tribunales. Se lo pueden preguntar a Harvey Weinstein, a pesar de su maquillaje de hombre desvalido y postrado. Se ha roto un techo de cristal. La anormalidad era lo anterior: por defecto, las mujeres no eran creídas. Un prejuicio que no casa con la condición de ciudadana de cualquier mujer. El testigo de una mujer valía menos que el de su barón agresor.
En segundo lugar, no resulta extraño —y así será seguramente todavía mucho tiempo— oír excusas del orden de "no vale juzgar con parámetros actuales actuaciones de hace diez, quince, veinte, treinta años". Falso. Se confunden —y nos quieren confundir— los que así argumentan. De hecho quieren mantener la impunidad haciendo pasar por galanterías tronadas las agresiones de la mano de la prepotencia o, incluso, de la violencia, de la superioridad en una relación de supremacía para obtener beneficios sexuales. Forzar el coito, en una suite dorada o en el sofá destripado de un camerino, ha sido siempre delito. Levantar o hacer levantar las faldas para ver el sexo femenino era y es delito. Sobarlo, Trump incluido, también. Como lo era y lo es ahora, desabrochar el escote o subir o hacer quitar la ropa interior para ni que sea verle los pechos. O sea, que no vengan con historias.
Lo que pasa es que hace diez, quince, veinte o treinta años las mujeres no osaban denunciar a los predadores sexuales entronizados en su torre de marfil, pues se jugaban su porvenir personal y profesional. Lo que se ha acabado ahora, espero que de forma vehemente, es la impunidad. Sin impunidad estos babosos cobardes no son nada: su torre de marfil es una chabolita de papel que soplando les deja, a ellos sí, con las vergüenzas morales al aire.
Finalmente, un leitmotiv de todas de las disculpas: pedir perdón por si alguna víctima se ha sentido ofendida o molesta. Esa coletilla por defecto de las declaraciones raya el cinismo intolerable. ¿Cómo puede ser que piense el predador que el daño de su asquerosa acción genere sólo un daño eventual y no cierto? ¿Porque cree que ha sido denunciado? ¿Quizás por qué sus víctimas se lo pasaban bomba? Encima de ofender física y moralmente a sus víctimas, con declaraciones estereotipadas de este tipo se ofende la inteligencia de todos juntos.
La mujer que es víctima de estas agresiones —con permiso del amarillismo mediático y la miseria que parece inacabable de algunos y algunas— tiene que verse ahora reforzada. Tiene que saber ver que cedros más altos que los del Líbano caen como un castillo de naipes cuando la razón emerge. Pero eso no pasa por hacer una caridad de buen samaritano, sino por dejar de no creer por sistema en la mujer agredida, sabiendo que disponemos de medios para averiguar razonablemente la verdad y desenmascarar esta plaga predadora.
La tarea de todos es enorme. No hay bastante con el deseo de mejora. Hace falta arremangarse y trabajar. No más palabras bonitas. Es la hora de los hechos. De los de verdad. Trabajemos juntos, por el cambio pleno.