Buscado o no, el MoncloaGate ―cada día con más víctimas― tapa, en cierto modo y de momento, el CatalanGate. Algo de forzado el MoncloaGate debe tener, cuando las investigaciones sobre si los teléfonos del presidente y de su ministra de Defensa sufrían infecciones se iniciaron el jueves de la semana pasada. Podría ser un efecto sobrevenido, a causa de alguna indicación de expertos sobre la vulnerabilidad de las comunicaciones al más alto nivel institucional español.
Pero también podría ser una versión carpetana del fiasco francés de Dien Bien Phu, la batalla en 1954 por la cual los colonialistas galos perdieron Vietnam y después pasó todo lo que pasó. Encerrar las propias fuerzas, teóricamente superiores militarmente, a esperar un ataque de soltados nativos a los que se podría vencer fácilmente, resultó en todo lo contrario. El fin de las glorias galas. Vaya, un fiasco monumental que cambió la geopolítica mundial. Es lo que tienen las jugadas maestras.
Es lo que le podría pasar al Gobierno al haberse empeñado a proclamar contradictoriamente ―alguien diría que hipócritamente―, por un lado, la máxima transparencia en el tema de las escuchas de Pegasus ―¿solo de Pegasus?― y, al mismo tiempo, negarse a discutir fuera de la inescrutable comisión de secretos oficiales el escándalo que asola, ahora, Madrid, capital del régimen.
No admitir una comisión de investigación abierta y sin obstáculos que se sumergiera dentro de este escándalo, del tipo de escándalos que pueden hacer caer un gobierno e, incluso, un régimen, es una tomadura de pelo a la ciudadanía. No se puede decir, además, que sea precisamente un ejemplo de coraje. Y más todavía: es un error colosal.
Es una tomadura de pelo porque no hay círculos cuadrados. No hay transparencia secreta. No hay que darle más vueltas. Dejar olisquear un poco en la secreta comisión de secretos algún informe debidamente maquillado es una nueva tomadura de pelo, tanto a la ciudadanía como a sus representantes. Es un revés al constitucionalismo por parte de los que se llaman constitucionalistas y que pagan el precio que tienen que pagar para seguir siéndolo.
Es una falta de coraje que ruboriza a los más melifluos. Claro que saldrían cosas, cosas que se quieren mantener escondidas ―no necesariamente secretos de estado― en una comisión transparente de investigación. No todas las cosas, pero una buena muestra sí que saldría. Con una primera consecuencia: echar a la calle, si no habían dimitido ya ―algunos están tardando ya demasiado en hacerlo―, tanto a directivos políticos (la ministra de Defensa y la directora del CNI, por ejemplo) como a cargos teóricamente técnicos, como los responsables tanto de la seguridad de La Moncloa, de los ministerios, como del contraespionaje.
No admitir una comisión de investigación abierta y sin obstáculos que se sumergiera dentro de este escándalo, del tipo de escándalos que pueden hacer caer un gobierno e, incluso, un régimen, es una tomadura de pelo a la ciudadanía
Todo este berenjenal, a menos de siete semanas vista de la cumbre de la OTAN en Madrid. ¿Con qué confianza vendrán jefes de estado, de gobierno, ministros de Defensa y el generalato europeo en un lugar donde incluso el presidente es espiado, de lo cual se da cuenta casi un año después de haber sido infectado?
La falta de transparencia mantiene la irresponsabilidad de los responsables y es la puerta de la desconfianza. Situación idónea para hacer política de altos vuelos.
Es, finalmente, un error, porque la teórica izquierda no puede comportarse como el férreo extremo centro. El extremo centro es secreto, dureza, opacidad y represión. El gobierno más progresista de la historia, demostraría, por lo menos, que es gobierno, que manda, si cogiera el toro por los cuernos y lo pusiera todo patas arriba.
No puede alegarse protección del estado cuando se protege, como mínimo, la falta de profesionalidad. Quizás, se protege la delincuencia y el aplicar a los disidentes políticos y sociales la maquinaria represiva y oculta del Estado. En eso se diferencia, también y muy principalmente, la izquierda de quien no lo es. Pegasus es la piedra de toque de la democracia. Empuja hacia la democracia, hacia más democracia, por encima de todo si es inequívocamente progresista.
La cosa todavía puede empeorar. En efecto, la, en parte, inteligente nota del ministro Bolaños acierta de lleno cuando dice que las escuchas son ilícitas y externas. Obviamente, son ilícitas y son externas al sistema legal de escuchas ―esté configurado como esté configurado―. Externas no quiere decir, en ninguna acepción, extranjeras, es decir, intrusiones vinculadas a potencias ajenas. La propia nota del ministro apunta, más que hacia fuera ―tal como él mismo se apresuró en destacar―, hacia dentro.
Dicho más claramente, a una organización ilegal de espionaje y de otras cosas. Lo que yo vengo calificando de deep CNI. Ni más ni menos que sujetos vinculados a los servicios secretos ―a los muchos que hay―, sirviéndose de los instrumentos públicos puestos a su disposición para ejecutar su agenda no siempre patriótica.
No desenmascarar a estos delincuentes puede comportar, más allá de la caída de ministros o gobiernos, la del propio régimen. La ceguera, en tiempo de transparencia, es del todo inapropiada.
Alguien tendría que decirles a los cínicos ciegos, guardianes de la transparencia secreta, que no es nada descartable que el CatalanGate y el MoncloaGate estén conectados por la intervención de los mismos ilegítimos sujetos y procedimientos. Palomitas.