Como era previsible, JuntsxSí no se ha reeditado en estas, dicho educadamente, peculiares elecciones, claramente plebiscitarias. ¿Razones? Múltiples. Algunas más evidentes que otras.
En primer lugar, las tensiones, con grandes o pequeñas deslealtades, hoy de unos, mañana de otros. Todos los gobiernos de coalición tienen tensiones. Hay en los gobiernos unitarios, imagínese entre socios de diferentes posicionamientos ideológicos, aunque con un programa electoral común.
Con el añadido nada menospreciable de que quien tenía que presidir la Generalitat fue tirado a la papelera de la historia, una frase tan gratuitamente vacía como humillante —ahora que se habla de humillaciones. El president fue otro diputado, más bien desconocido, y que tuvo que rebuscarse. Cierta independencia con respecto al partido, seguramente buscada queriendo, ha tenido como consecuencia que tuviera que crear su propio planeta político, no siempre en consonancia con sus siglas originarias. El paso de Mas a Puigdemont fue un mal momento para todos más allá del PDeCAT. Y eso queda.
La, si se me permite, proustiana recherche de l'indépendance ha desplazado de forma muy acusada el eje partidista clásico y legítimo: derecha/izquierda. La acción de gobierno en el terreno de llevar el día a día de la administración no ha dado mucho de sí. Hay que recordar, sin embargo, que, antes de la ilegal intervención de las cuentas de la Generalitat, se había llegado a una situación de superávit y se encaminaba el final del ejercicio dentro de los márgenes de déficit marcados por el Estado y que el Estado no cumple en años luz. Entre otras cosas porque el Estado, con dinero barato, no deja de endeudarse y vaciar la hucha de las pensiones, hasta agotarla. Pero eso es otro cantar.
La proustiana recherche de l'indépendance ha desplazado de forma muy acusada el eje partidista clásico y legítimo: derecha/izquierda
La gestión política al margen del procés ha sido perturbada, como la del mismo procés, por la apelación constante de los perdedores y minoritarios en Catalunya a recurrir todas las disposiciones legales. Asfixia política, asfixia económica, asfixia de país. Pero, sin embargo, creciendo y creciendo por encima de la media española. No siempre gracias a la colaboración del mundo empresarial asentado y oficial, más bien en contra de sus designios y abundantes presiones.
La decepción final, por ahora y por un buen tiempo, del procés tiene muchos padres y muchas madres. Decía hace unos días que no es hora de reproches. La autocrítica tiene que venir, pero de aquí a unas fechas, no corriendo el riesgo de hacer la travesía del desierto.
Estas son algunas de las posibles causas, más o menos directas, de la falta de una lista unitaria. Para no hacernos más trampas en el solitario que las necesarias, también ha pesado lo que podrían eufemísticamente denominar dificultades de intendencia electoral, incluida cierta dificultad de movimientos de los candidatos privados de libertad o exiliados, con estrategias procesales diferenciadas, cosa esta última lo más natural del mundo.
Haría falta dejar aparcados reproches interpartidistas, desincentivar las críticas mutuas y mostrar caminos firmes de entendimiento
No ha estado nunca claro tampoco si ir juntos o separados la antigua CDC, en cualquiera de las mutantes fórmulas que su realidad le permite, y ERC era mejor o peor para sumar más diputados. Y no hay que despreciar, aunque sea inoportuno, la sombra de corrupción que planea sobre CDC: el panorama judicial que tiene por delante es todo menos bonito. No puede extrañar que, a la espera de una más que probable ráfaga judicial, sea más bien triste emprender abrazados la aventura electoral, con reconstitución institucional y de proyecto a corto y medio término incluida, que enfrentamos.
Una vez más resulta altamente perceptible la falta de una fuerza hegemónica soberanista (CDC no lo ha sido nunca) como hay en el Quebec, en Escocia o en las repúblicas báltico. No tenemos esta fuerza netamente soberanista y de eso se resiente la marcha política. Afloran demasiadas contradicciones y tensiones en el bloque soberanista, entre otras cosas, para no ser plenamente soberanista, grietas que se ensanchan con la controversia izquierda/derecha.
A estas alturas de la vida política catalana la unión electoral era imposible. Que sea posible después de las elecciones, formando un gobierno de coalición o con apoyo parlamentario, se verá. Sin dejar de lado una especie de alianza de progreso, horizonte no descartable a priori, se diga lo que se diga y lo diga quien lo diga. En campaña electoral el ruido es brutal y desmotiva al elector.
Visto este panorama, haría falta dejar aparcados reproches interpartidistas, desincentivar las críticas mutuas y mostrar caminos firmes de entendimiento. Avisto que es eso en lo que aspira la ciudadanía. Es una entrega que los políticos no pueden rehuir. A toda costa, hay que forjar una especie de unidad. ¿Seremos capaces?