El comisario jubilado José Manuel Villarejo tuvo una participación estelar —y se lo veía muy satisfecho— en el FAQS del sábado pasado, el 22 de mayo. Desde el punto de vista periodístico, poder someterlo a las preguntas, directas, claras y nada aduladoras, tanto de la conductora del programa, Cristina Puig, como de los periodistas, Carlos Enrique Bayo, Sara González, Neus Tomás, Jordi Pons y, finalmente, de Quico Sallés, fue un auténtico scoop. Y tan visto dentro como fuera de Catalunya. Seguro. Otra cosa es poder distinguir de todo lo que dijo y de cómo lo dijo lo que es verdad, lo que es mentira radical de intoxicación, lo que es fantasía de pescador de caña, y lo que es más peligroso e inescrutable, las medias verdades. Todo eso aderezado dentro del legítimo marco —y que no se puede dejar de lado ni un minuto— del derecho de defensa y de no declararse culpable, cosa que incluye el derecho a declararse culpable extrajudicialmente de lo que se considere oportuno, en función de la estrategia de defensa. Por lo tanto, lo que dijo de sustancioso Villarejo —permitidme el latinajo de rigor, por favor— se tiene que coger cum grano salis. Espectáculo, al fin y al cabo, dio mucho. Ahora se trata del rendimiento de su alocución, lo bastante milimetrada. Auténtica tarea de inteligencia como diría el susodicho.
Establecido el marco del relato en su derecho de defensa, un superficial análisis lingüístico —el profundo hace falta dejárselo a los que son especialistas— combinado con su gestualidad y apariencia de semiocultación (gorra, gafas, diversidad de acentos...) que le da a todo una coloración irreal, encontré tres notas lo bastante definitivas de su talante marrullero y tramposo, propio de uno que dice que ha estado de agente secreto en medio mundo. En primer lugar, muchas de sus frases eran aserciones o descripciones incompletas, con lo cual no se puede saber si el enunciado es cierto, incierto, mentira o invento delirante. Al dejar la frase pendiente de un sobrentendido, la solución al enigma la puede encontrar quien comparta sus mismas coordenadas. Solo apto para quien está en el ajo. O sea que en la mayoría de las ocasiones en que utilizó este chapucero recurso retórico nos quedábamos con las ganas.
No es suficiente con utilizar palabras gruesas; hay que determinar hechos y personas concretas. Los periodistas que intervinieron sin ambages en el FAQS, fueron agudos y obtuvieron muchas palabras, pero hay que contrastar sus declaraciones, lingüísticamente muchas veces fragmentadas, para conocer un intríngulis razonable, es decir, lo más ajustado a la realidad posible
Con su ademán próximo a la imagen de legionario en el Hogar del Soldado, despechugado, blandiendo cubata y faria simultáneamente, utilizó el adjetivo aberrante infinidad de veces, tanto para definir excesos, como imposibilidades, irrealidades o, directamente, ilegalidades; o simplemente de forma incomprensible por quién lo dice, es decir, el mismo Villarejo. Resulta obvio que cada una de estas acepciones tiene un significado diferente con consecuencias diferentes. Otra vez, el hombre del gorrito juega con el personal, dejando que su imaginación fluya, no necesariamente dentro del campo de la verdad, sino, incluso, de la plausibilidad.
Finalmente, la palabra estrella fue chungo, cosas chungas. Se hartó de repetirla, especialmente en hechos autoatribuidos, en sus actuaciones, no sin ahorrarse el plural mayestático, giro retórico que una vez más nos sumerge en la tinta de calamar expulsada intencionadamente. Ciertamente, muchas veces al decir chungo se podía referir a ilegalidades, que seguramente en el terreno del espionaje y de cuyo patriotismo se erigió en paladín, podrían constituir delitos a los cuales no serían ajenos ni él mismo, ni colegas suyos —amigos y compañeros dentro y fuera de la policía parece tener ya pocos—, ni otros funcionarios del Estado —hizo referencia explícita a la magistrada Lamela—. De nuevo, sin embargo, no podemos saber exactamente qué actos fueron chungos y quién los perpetró.
No es suficiente con utilizar palabras gruesas; hay que determinar hechos y personas concretas. Los periodistas que intervinieron sin ambages en el FAQS fueron agudos y obtuvieron muchas palabras, pero hay que contrastar sus declaraciones, lingüísticamente muchas veces fragmentadas, para entender un intríngulis razonable, es decir, lo más ajustado posible a la realidad. No será tarea fácil. Como no lo fue con un antecesor suyo, el subcomisario Amedo, auténtico manantial de palabras con no poca fanfarronada.
Al fin y al cabo, un último ejemplo: después de un interesantísimo programa, no se supo ni cuántas copias había de sus discos duros y otras unidades de almacenamiento, ni quién las tenía, ni por qué. Ni si había hecho tantas —¿las mencionó todas?—, él no tenía ni una. Al fin y al cabo, ¿de dónde salen las actuales revelaciones de grabaciones ya antiguas pero jugosas? Inverosímil.
Pero el programa valió la pena y periodísticamente fue de 10. Trabajo nos ha dejado. Para empezar: ¿normalizaremos definitivamente el término chungo y sus inflexiones?