Los posicionamientos políticos expresados en los últimos días por líderes y organizaciones políticas soberanistas permiten vislumbrar una próxima batalla campal del independentismo que, de entrada, será visto con una gran preocupación como si se tratara de un fenómeno autodestructivo ―posibilidad no descartable― pero que, a la larga, puede convertirse en la catarsis necesaria para que el movimiento partidario del derecho a decidir de los catalanes aclare de una vez quiénes son, quién lo lidera y hacia dónde va. A menudo se dice que para que nazca lo nuevo primero debe morir lo viejo, así que cuanto antes reviente todo, mejor para los impacientes.
Para empezar, la convención de ERC ha dejado claro que no piensa participar en nuevas experiencias unitarias; la Assemblea Nacional Catalana ha decidido todo lo contrario, propiciar elecciones primarias para presentar candidaturas en las principales ciudades, supuestamente unitarias pero inevitablemente propias; el PDeCAT defenderá JxCat como el instrumento político unitario del soberanismo contrapuesto a los anteriores y está por ver si JxCat se deja. Y la CUP seguirá ganando apoyos a base de llenarse la boca en el Parlament de lo que deberían hacer y no hacen los demás. Y como todo está tan movido, surgirán nuevas iniciativas por todas partes capaces de dinamitar el escenario como la de Jordi Graupera en Barcelona, que está cerca de conseguir las 40.000 firmas de apoyo.
Dicho de otro modo, todos están a favor de la unidad siempre y cuando la lideren ellos, y si no, ¡a las barricadas! Aplican la tesis desarrollada en los años ochenta por Alfonso Guerra en las batallas internas del PSOE a la hora de elaborar listas electorales: "Prefiero perder con los nuestros que ganar con los suyos", decía. Los dirigentes de partido, si pierden "con los suyos" pueden continuar controlando la organización, mientras que si contribuyen a la victoria con otros líderes, corren el riesgo de desaparecer del mapa. Un ejemplo paradigmático es lo que ocurrió con Iniciativa per Catalunya. Vio la posibilidad de ganar juntándose con Podem y con Ada Colau y lo consiguieron. Tuvieron más éxito que nunca. Ganaron las generales y la alcaldía de Barcelona, pero de Iniciativa nadie se acuerda y de Joan Herrera y Dolors Camats sólo los que los echamos de menos aunque no lo crean.
Las hostilidades acaban de empezar y crecerán hasta enero, cuando se juntarán los juicios contra los líderes encarcelados con las batallas municipales y una crisis en el Govern de la Generalitat susceptible de desembocar en elecciones anticipadas
Hay que decir, además, que los partidos soberanistas internamente no son una balsa de aceite. Se ha destacado, por ejemplo, que el 96% de los militantes republicanos ha aprobado la ponencia política de ERC, pero también es cierto que la dirección tuvo que asumir buena parte de las 1.450 enmiendas presentadas por las bases, entre ellas la asunción de la vía unilateral por la independencia y el significativo cambio del título del documento. De "Fem República" se pasó a "Ara, la República catalana", por imperativo de los militantes, después de que el líder del partido, Oriol Junqueras, cargara por escrito contra las "proclamas acaloradas y vacías".
Paradójicamente, donde el pragmatismo de Junqueras encontraría más comprensión sería en una parte del PDeCAT que tiene ganas de volver a hacer política en Catalunya, en Barcelona y en Madrid, pero ya se sabe que ERC y PDeCAT se odiarán cordialmente hasta el día del juicio final. Los exconvergentes, en su conjunto, siguen teniendo el corazón partido entre reivindicarse y refundarse, con buena parte de la militancia entregada en cuerpo y alma al liderazgo legitimista de Puigdemont y la otra parte convencida de que hay que recuperar las señas de identidad de la antigua Convergència para volver a ocupar la centralidad política del país. Y el PDeCAT está dentro de Junts per Catalunya, donde mandan los independientes reclutados por Puigdemont, empezando por el president Torra y siguiendo con las conselleres con más visualidad como Elsa Artadi y Laura Borràs.
Así pues, la batalla campal y multilateral del soberanismo se librará antes de las municipales del año que viene, pero comenzará muy pronto. La carta de Oriol Junqueras a la convención de ERC rechazando el "nacionalismo excluyente" y "las proclamas vacías", que todo el mundo ha interpretado como un ataque directo a Quim Torra, denota unas ganas enormes por parte del líder de ERC de aclarar definitivamente la situación, pero introduce al mismo tiempo otro factor de inestabilidad. La animadversión constatada hace difícil imaginar una acción de gobierno cohesionada. Tampoco hay mayoría parlamentaria estable y la CUP seguirá tan estupenda hurgando las contradicciones desde la oposición. Las hostilidades acaban de empezar y crecerán hasta enero, cuando se juntarán los juicios contra los líderes encarcelados; las batallas municipales, que en según qué pueblos y ciudades, especialmente en Barcelona, tendrá componentes cainitas, y una crisis en el Govern de la Generalitat susceptible de desembocar en elecciones anticipadas. Que nadie se asuste. Inexorablemente, después de la tormenta vendrá la calma.