Sostenía Jaume Vicens Vives que la vida de los catalanes es un acto de afirmación continuada y que el móvil prioritario de esta afirmación es la voluntad de ser. Han pasado muchas cosas, de hecho, ha pasado casi todo desde que se publicó Notícia de Catalunya cuando España vivía bajo una dictadura autárquica. Sin embargo, si el historiador gerundense hubiera paseado el miércoles por Barcelona, habría vuelto a escribir las mismas frases. Nunca como ahora los comentarios de la gente, e incluso las pancartas, han sido tan críticos con los líderes y con los partidos que han votado. Muchos asistentes a la manifestación expresaban su enojo sin ambages admitían que se lo habían pensado dos veces antes de hacer el esfuerzo de llegar hasta la Gran Via, pero como me comentó un señor que me exigía "caña con los políticos", "independientemente de lo que hagan ellos, si no estamos hoy aquí, no seremos".
Hace quince o veinte años, las manifestaciones de la Diada reunían unos pocos miles de asistentes en su mayoría militantes de partidos extraparlamentarios. Las ediciones multitudinarias, en 1976, en 1977 y desde 2012 hasta ahora, han sido excepcionales motivadas por la excepcionalidad de cada momento. La gente responde cuando cree necesario hacer constar su existencia como sujeto político. Desde este punto de vista, las disquisiciones sobre si la manifestación de este año fue un éxito o un fracaso a base de comparar las cifras de asistentes con años anteriores sólo responde a un interés propagandístico de los medios comprometidos con la derrota politicomilitar del movimiento. Aceptando las cifras de la Guardia Urbana, huelga decir que el soberanismo es el movimiento político con más capacidad de movilización de Europa. No hay otro tan capaz. Dicho lo cual, hay que averiguar la efectividad de esta capacidad en relación a los objetivos que se persiguen.
La sociedad catalana no está tan desesperada como para reventarlo todo y no lo está porque todavía tiene mucho que perder, pero España también. El empecinamiento del estado español en la derrota militar ha bloqueado el funcionamiento político de España
Cuando la Transición y las negociaciones por el restablecimiento de la Generalitat, el president Tarradellas desafió a Adolfo Suárez con sacar un millón de personas a la calle y boicotear la restauración de la monarquía. La movilización se produjo y el presidente del Gobierno accedió inmediatamente a pactar el restablecimiento de la institución republicana. Ahora, la situación es diferente. Los catalanes siguen dispuestos a salir a la calle por la Diada, pero es obvio que los efectos no son los mismos.
La cuestión es qué hacer, qué se puede hacer y qué no se puede hacer para forzar los cambios que se persiguen y es de una cierta urgencia aclararlo para poder determinar cuál será la respuesta a la sentencia del Supremo. Porque más que la sentencia, la respuesta que obtenga será lo que determinará el cambio político en Catalunya y en España.
La propia presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, ha reconocido que "sólo con movilizaciones no se podrá hacer la independencia", es decir, que habrá que hacer algo más, y algo más, descartado todo lo que no sea pacífico y no violento, sólo puede ser hacer política. Y, ojo, que hacer política es practicar el arte de lo posible.
Es muy fácil imaginar que después de la sentencia, los catalanes se pondrán en pie de guerra y pararán el país durante quince días o un mes y amenazarán de quiebra la economía española. También es fácil de imaginar la ocupación de los puertos, los aeropuertos y bloquear los pasos fronterizos hasta doblegar el Estado. Es fácil de imaginar, pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. La sociedad catalana quiere ser y continuará afirmándose, pero no está tan desesperada como para reventarlo todo y no lo está porque todavía tiene todavía mucho que perder. Ahora bien, España también pierde. El prestigio de la democracia española y, sobre todo de sus líderes, ha caído en picado. Jueces y mandatarios españoles han sido y estarán sometidos a constantes escrutinios por parte de instancias europeas... El empeño del estado español en resolver el conflicto mediante una derrota militar ha bloqueado el funcionamiento político de España desde hace casi una década... Llegados a este punto, cabe destacar que es para estas situaciones en que nadie sale ganando que la civilización inventó la política... para continuar la guerra por otros medios.