Uno de los debates más falsos que se ha suscitado durante el procés ha sido sobre la unilateralidad. Renunciar con antelación a la unilateralidad no tiene mucho sentido cuando la inmensa mayoría de los procesos de soberanía han tenido éxito después de un pronunciamiento unilateral. Ahora bien, proclamar o reivindicar la unilateralidad con antelación cuando no se dispone de ninguna de las herramientas que se requieren para llevarla a cabo acaba resultando grotesco.
Hay que recordar que ni un referéndum ni una declaración resuelve automáticamente el conflicto. Generalmente, va seguido de una guerra, de un conflicto armado que suele ganar quien tiene más fuerza militar o quien cuenta con más aliados externos. Es francamente inimaginable que esto pueda ocurrir aquí y ahora, así que no habría que darle muchas vueltas, pero parece necesario repetir obviedades, cuando menos, para denunciar la charlatanería.
Uno de los procesos con menos derramamiento de sangre fue lo que por aquí llaman "la vía eslovena". Eslovenia consiguió la independencia primero con un referéndum unilateral en el que participó el 93% de los eslovenos y en el que el 95% votó a favor de la emancipación. Tampoco fue suficiente. Antes, los gobernantes eslovenos habían organizado en secreto un ejército para hacer frente a una guerra con las tropas de la federación yugoslava. El conflicto armado sólo duró diez días y se registraron 64 muertos y más de 300 heridos. Fue determinante y definitivo que Alemania y el Vaticano se apresuraron a reconocer Eslovenia como nuevo estado soberano.
En 1996, Umberto Bossi declaró la independencia de la Padania y convocó un referéndum que tuvo mucha participación y un voto favorable masivo. Nadie le hizo caso, prácticamente ni siquiera el gobierno de Roma. Hubo intervención judicial, pero nadie acabó en la cárcel y todo quedó en una anécdota intrascendente.
Renunciar con antelación a la declaración unilateral de independencia no tiene mucho sentido, pero proclamarla cuando no se dispone de ninguna de las herramientas que se requieren para llevarla a cabo acaba resultando grotesco
Todo el mundo valoró el 1 de octubre como una demostración ejemplar de movilización democrática en favor de las ansias soberanistas en Catalunya, de su derecho a votar y decidir su futuro colectivo, pero cuesta entender que alguien llegara a creer que con aquel éxito de participación, el 43,03%, estaba todo hecho. El grado de participación no llegó ni de lejos a la contundencia eslovena y el Estado hizo una demostración de fuerza represiva ante una población voluntariamente desarmada y pacífica. Algunos políticos europeos criticaron la brutalidad policial y se solidarizaron con la gente apaleada por pretender votar, pero ninguna potencia internacional ni ningún estado europeo abrió boca si no fue para apoyar la unidad de España. Y, al fin de cuentas, los mismos que organizaron el 1 de octubre han reconocido que no fue un referéndum de autodeterminación como es debido. Hablan del "mandato del 1 de octubre", pero a continuación reivindican otro referéndum, ¡uno que sea válido!
Los eslovenos tenían un ejército secreto organizado antes de su referéndum, mientras que en Catalunya no tenía ni las estructuras de estado prometidas y sólo la Fiscalía consideró el cuerpo de Mossos una fuerza armada al servicio de la independencia, algo que los tribunales y los mismos mandos del cuerpo ya dejaron claro entonces que era todo lo contrario. Como no podía ser de otra manera, el major de los Mossos se ha reafirmado de cara al futuro. Si es necesario detener al president de la Generalitat porque se salta la ley, obviamente española, no dudará en hacerlo.
Ahora han surgido voces reclamando volver a convocar un referéndum aunque no sea acordado con el Estado. Aquí se confunde la frase de Jordi Cuixart "ho tornarem a fer”, que tiene todo el sentido en boca del presidente de Òmnium, y ninguno en boca de los responsables políticos. Cuixart tiene todo el derecho —y merece el reconocimiento público— de mantener la lucha por las libertades y los derechos fundamentales. Sin embargo, los responsables políticos no pueden plantear volver a hacer lo que hicieron y cómo lo hicieron habida cuenta de los dramáticos resultados: prisión, exilio, represión, suspensión del autogobierno y bloqueo político.
Así que los partidarios de conseguir la independencia por la vía pacífica y democrática sólo pueden tomar como referencia los ejemplos de Escocia y Quebec, dos naciones que han podido celebrar referéndums de independencia en estados de larga tradición democrática como son el Reino Unido y Canadá. El inicio del combate democrático por la soberanía se puede situar en ambos casos en la primera mitad del siglo pasado, así que han tenido que armarse, pero armarse de paciencia y de persistencia, hasta conseguir los respectivos referendos al cabo de casi un siglo. Y además los perdieron.
La paciencia y la persistencia de escoceses y quebequenses se ha traducido en trabajo político, en buen gobierno en algunos casos y en el fomento del sentido de pertenencia, y estas variables evolucionan no con grandes consignas, sino en la medida del prestigio institucional, el orgullo colectivo y el interés moral o material inmediato.
Obsérvese lo que ha hecho Pedro Sánchez. Había perdido la iniciativa política, sufrió una dolorosa derrota en las elecciones en Madrid, parecía que el Gobierno PSOE-Podemos se hundía. Sin embargo, a continuación ha aplicado el mandato de Jesús ante la tumba de Lázaro. Levántate y anda. Estaba muerto y se ha puesto a andar. Ha aprobado los indultos de los presos políticos, ha pactado la reforma de las pensiones, ha aprobado la ley trans, están al caer la ley de la memoria histórica, la ley de libertad sexual, la ley de la vivienda y todo el mundo está pendiente de la repartidora de los fondos europeos en clave Next Generation …
Desde este punto de vista, la asignatura pendiente del independentismo es demostrar que es más útil que sus adversarios en la defensa de los intereses ciudadanos. Y esto requiere liderazgo para convertirse en referencia principal, como cuando la gente se manifestaba frente al Palau de la Generalitat para cualquier reivindicación aunque no fueran de su competencia. Nunca hay que rendirse, ni renunciar a nada para llegar a Ítaca, pero nunca es suficiente con una declaración unilateral de independencia. Requiere mucho trabajo previo y, al final, resulta que aquello de "fer país" es la termita auténticamente revolucionaria.