Junts per Catalunya y la CUP han querido hacerse una foto en sus escaños para reclamar la convocatoria del pleno de investidura que por la mañana ha sido aplazado por el presidente del Parlament, el republicano Roger Torrent, pero así como los cupaires se han hecho la foto de protesta, los diputados de JxCat se lo han pensado mejor y han dejado plantados a los fotógrafos. Antes de hacerlo, los líderes de la coalición —o lo que sea— entendieron que una foto de minoría insuficiente o de mayoría rota sólo sería celebrada por los unionistas y que lo que había que hacer no era hurgar en la herida, sino apresurarse a restañarla. Y se han arremangado. El pleno aplazado no tardará mucho en reanudarse.
A ver, por razones obvias, ERC nunca ha estado ni estará en el mismo bando de cualquier agrupación política que pueda sonar, parecer o recordar a la antigua Convergència, aunque sea tan diferente y heterogénea como Junts per Catalunya, pero ahora los de Puigdemont y los de Junqueras, a pesar de ellos mismos, están condenados a navegar juntos, no tanto como para llegar a Ítaca como para continuar a flote con una cierta dignidad. En todo caso, como diría Jaume Rodri, no están en el mismo bando pero sí en el mismo barco, y si se hunden, eso seguro que lo harían juntos. Y si esto sucediera, lo que flotaría en la superficie sería toda la mierda acumulada desde el 1 de octubre incluidas las disputas en la cárcel que nos harían enrojecer a más de dos millones de catalanes.
Esto lo han entendido todos después de los primeros reproches y enseguida se han puesto a trabajar para tratar de acortar todo lo que se pueda el aplazamiento del pleno de investidura decidido por el presidente del Parlament. Si Dios quiere, tendremos pleno mañana o pasado. Ayuda —por una vez— el hecho de que el Tribunal Constitucional ya haya rechazado hoy mismo las alegaciones de Junts per Catalunya y por lo tanto ya se puede actuar en consecuencia. Lo que estratégicamente no puede permitirse la parte catalana es perder la iniciativa y dejar el calendario a la voluntad del Tribunal Constitucional, que se podría eternizar semanas y meses deliberando, mientras el 155 y el cansancio tengan su efecto.
Tal y como se han desarrollado los acontecimientos, lo que el independentismo catalán, del partido que sea, tampoco se puede permitir es tumbar la candidatura de Puigdemont antes de que lo hagan las instituciones españolas. Si no surgen jugadas más sucias que harían pensar muy mal, Puigdemont recibirá un apoyo de la cámara catalana con la fórmula más audaz imaginable y después ya hablaremos. Ya hablaremos si conviene que Jordi Sánchez asuma el encargo democrático de liderar un Govern a las órdenes del president legítimo, Carles Puigdemont. La única fuerza que tiene el soberanismo catalán es poner el Estado español ante sus propias contradicciones. Todos los esfuerzos y las trampas españolas son evitar que el Rey tenga que firmar el nombramiento de Puigdemont y se encontrarán que quizás Felipe de Borbón deberá recibir en la Zarzuela a un chico trasladado en furgón desde Soto del Real que le dirá que él sólo le lleva un mensaje del president en el exilio. Será fenomenal.