Al cumplirse cinco años del relevo de Juan Carlos I por Felipe VI al frente del Estado, hemos tenido que soportar toda la parafernalia reverencial de los medios del establishment compitiendo entre ellos para ver a quién era más más obediente con las consignas de exaltación a la monarquía. Es interesante subrayar que, en esta ocasión, los elogios desmesurados se referían tanto o más a la monarquía que al monarca, señal que lo que más angustia es la continuidad del régimen.
Por exageradas e incluso repugnantes que sean las adulaciones, dificilmente se puede esconder la realidad. Un rey amado por el pueblo tendría en sus primeros cinco años de reinado el balance más entusiasta y, he aquí que desde que se coronó Felipe VI, su reputación y la de la monarquía ha pasado de la nada a la más absoluta miseria. Las demostraciones de apoyo y afecto se notan tan artificiales que recuerdan los actos de desagravio que se autorganitzava Franco.
Ciertamente, buena parte de los problemas iban en el pack de la herencia. La abdicación de Juan Carlos I fue un acto de servicio, parece que en absoluto voluntario, para asegurar la continuidad de la empresa familiar. Se hizo aceleradamente y casi en secreto al comprobar que el ascenso fulgurante de Podemos y del independentismo catalán suponía toda una amenaza al régimen. Todo fue tan precipitado que expertos constitucionalistas han puesto en duda la legalidad del procedimiento, muy especialmente el traspaso de poderes como capitán general y ninguna de las Fuerzas Armadas. Los mismos que acusan de golpe de estado los hechos de octubre en el Parlament de Catalunya, avalan el relevo al frente del Estado que se hizo impidiendo el debate parlamentario. La coronación de Felipe VI ha sido la más triste que se recuerda, sin los faustos propios de las celebraciones de la realeza, sin reyes ni reinas ni princesas; de hecho, sin invitados internacionales.
En cinco años de margen, Felipe VI no ha sido capaz de remontar el desprestigio de la institución que representa y, en cambio, las movilizaciones republicanas crecen considerablemente. El CIS no pregunta sobre partidarios de la monarquía o la república, no fuera que Su Majestad se ofendiera, y El Confidencial, que no parece precisamente un medio amigo de revoluciones, ha publicado una encuesta en la cual el apoyo a la monarquía solo supera en 8 décimas el 50%, pero prevé un futuro difícil para la institución cuando dos tercios de los jóvenes españoles prefieren la República.
En octubre de 2017, la monarquía borbónica se estaba muriendo, pero desde el discurso del 3 de octubre, Felipe VI encarna más que nunca la unidad de España y ha convertido a los republicanos en antiespañoles. ¿Y si los catalanes lo que hicieron fue morder el anzuelo?
Me sabe mal tener que decirlo, pero observando encuestas y posicionamientos, si algún hecho ha mejorado en el conjunto de España la popularidad del Rey fue su discurso del 3 de octubre de 2017, cuando tomó partido contra las reivindicaciones soberanistas de Catalunya. Felipe VI quiso aprovechar los hechos de Catalunya para pronunciar un discurso que lo legitimara, como su padre se legitimó con lo que hizo durante el golpe de estado del 23-F. Ciertamente son discursos incomparables en situaciones diametralmente diferentes, pero en los dos casos el objetivo prioritario no era salvar la Constitución, sino la monarquía. De hecho, la Constitución fue traspasada cuando establece que el Rey "arbitra y modera", cuando lo que hizo fue tomar partido y radicalizar la situación.
En octubre de 2017, la monarquía borbónica se estaba muriendo y Felipe VI y sus asesores encontraron en el conflicto catalán la ocasión de rehabilitarse. Contaban con que en Catalunya y seguramente en el País Vasco su intervención no gustaría, pero sería muy celebrado en la España del "A por ellos" si conseguía envolverse con la bandera rojigualda en un momento muy oportuno. Desde el 3 de octubre, el Rey encarna más que nunca la unidad de España y ha convertido a los republicanos en antiespañoles. Ser ahora republicano en España es como dar apoyo a los catalanes y a la independencia. Son, más o menos, traidores a la patria, como en tiempos de Franco. Incluso Podemos ha relegado progresivamente la cuestión republicana en sus discursos.
Sí, sí. Sabe mal decirlo así, pero el procés le ha ido de perlas a Felipe VI. Tiene que estar muy agradecido a los catalanes, que lo han convertido en un héroe en el resto de España cuando parecía que no tardaría en hacer las maletas como su bisabuelo. De hecho, siempre he dudado al respecto: ¿Y si resulta que los catalanes no han hecho otra cosa que morder el anzuelo?