Pedro Sánchez prometió un gobierno de izquierdas y no ha cumplido. Con ello ha malversado su credibilidad política cuando era el líder español que tenía más. O, mejor dicho, el único que tenía. Sánchez ha dilapidado su capital. La credibilidad la ganó negándose a facilitar la investidura de Mariano Rajoy y la hizo crecer después enfrentándose en inferioridad de condiciones a la vieja guardia del PSOE, al Ibex35 y a El País para conquistar la secretaría general del partido con el apoyo de las bases. Aumentó su prestigio ganando la moción de censura a Rajoy y generó enormes expectativas de cambio que le propiciaron la victoria electoral del 28 de abril. Sin embargo, tras el fracaso para lograr la investidura, su principal mensaje ha sido una gran mentira: "Lo he intentado por todos los medios pero nos lo han hecho imposible". Es una evidencia que no ha intentado nada más que ganar tiempo para forzar nuevas elecciones. El victimismo implícito en la frase "nos lo han hecho imposible" sólo la puede tomar en serio su club de fans.
Desde el 28 de abril y durante dos meses Sánchez no movió ficha y después no ha hecho más que marear la perdiz hasta llegar a la situación de buscar unas nuevas elecciones que le permitan gobernar a su gusto. Quizás le sale bien la jugada, o quizás no.
Hay que entender que Sánchez ha optado por ir a nuevas elecciones porque, con el resultado electoral del 28-A, cualquier opción habría sido inestable e incluso agónica
Hay que entender que Sánchez ha optado por ir a nuevas elecciones porque, con el resultado electoral del 28-A, cualquier opción habría sido inestable e incluso agónica. La coalición con Unidas Podemos Sánchez no la ha querido, primero porque le suponía un conflicto con el deep state, que ya le derribó una vez, pero también porque más allá de los discursos para engatusar a la gente que se considera de izquierdas, Sánchez sabe que no podrá llevar a cabo las políticas de cambio que le reclamaría Pablo Iglesias. Hay que recordar que en las propuestas del PSOE ni siquiera se ha atrevido a incluir la derogación de la reforma laboral del PP. Así que con Podemos dentro o fuera del Gobierno, la legislatura se presentaba para Sánchez como un auténtico calvario porque, además, para las votaciones importantes como los presupuestos, necesitaría el apoyo de los independentistas catalanes y eso es pecado. Atrapado entre Iglesias, una derecha española beligerante y el directorio europeo ejerciendo de mosca cojonera, la presidencia de Sánchez sería un sin vivir.
Otra cosa habría sido un pacto de estabilidad con Ciudadanos, que a pesar del rechazo de las bases socialistas expresado la misma noche de las elecciones, en un principio Sánchez estaba dispuesto a facilitar, según han reconocido dirigentes tan significados como José Luis Ábalos. Aquí ha surgido un imprevisto como es la actitud cerrada de Albert Rivera, que no tiene como objetivo asumir el papel de partido bisagra capaz de pactar a izquierda y derecha, sino que ha decidido disputar el liderazgo de la derecha para convertirse en alternativa de Gobierno .
Pedro Sánchez ya ha pedido a los españoles supuestamente de izquierdas que le voten más para poder gobernar con comodidad, pero se le ha puesto muy difícil convencer a nadie que desde un punto de vista de izquierdas votarle a él ofrezca garantías de cambio. La estrategia de Sánchez no es diferente de la practicada por sus antecesores. La prioridad de los socialistas siempre ha sido hegemonizar el espacio de la izquierda, y desde esta posición cuando el PSOE ha tenido que buscar alianzas en el Parlamento español siempre ha mirado a su derecha y nunca a su izquierda. CiU y PNV eran los aliados recurrentes y nunca Izquierda Unida o el Partido Comunista. Si ahora Sánchez convertía Podemos en un partido con poder político real y una visibilidad superior, consolidaría la fuerza política que impediría al PSOE recuperar la hegemonía. Así que el discurso de campaña de Pedro Sánchez será el que será, pero el objetivo es acabar con Podemos, que le estorba más que Esquerra Republicana.