Ahora que viene Sant Jordi hay un libro de lectura imprescindible para entender lo que está pasando en España. Hay que leer El director, de David Jiménez (Libros del KO). El exdirector de El Mundo pone negro sobre blanco la caída de la libertad de prensa y del derecho a la información con un relato impresionante sobre la claudicación y/o colaboración de los medios y de no pocos periodistas con el complot del gobierno del PP, las instituciones del Estado y la oligarquía financiera para tapar la corrupción y eternizarse en el poder.
Jiménez asumió la línea editorial tan beligerante contra el proceso soberanista catalán que ha mantenido siempre el diario fundado por Pedro J. Ramírez, lo que hace más interesante el relato realizado desde dentro de la trinchera. "El Gobierno ―escribe Jiménez― había liderado el mayor ataque contra la prensa en democracia con una campaña en la que el ministro [Jorge Fernández Díaz] había participado activamente y que estaba dirigida por cuatro mujeres: la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría; su jefe de gabinete, María González Pico; la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez de Castro, y, haciendo la guerra por su cuenta, la secretaria general del PP María Dolores de Cospedal".
Jiménez destapa la guerra sucia de las cloacas del Estado a través de uno de los diarios ―no fue el único― que fueron más utilizados para destruir adversarios políticos del Gobierno, alterar resultados electorales en Catalunya y propagar todo tipo de informaciones objetivamente falsas que incluso llegaron a ser avaladas por los tribunales. "Toda una generación de supuestos periodistas de investigación había prosperado comprando un material que sabían averiado, en un juego de favores donde la verdad era una molestia prescindible", dice Jiménez en su libro. La lectura de El director es necesaria para medir el grado de decadencia de la democracia española y que la gente sepa que los periodistas tampoco somos de fiar, que a veces el periodismo se convierte en una categoría de la delincuencia, y para que la sombra de la sospecha nos persiga hasta que podamos mirarnos al espejo o, mejor, hasta que unos y otros podamos mirarnos a los ojos sin ganas de preguntarnos: ¿no te da vergüenza lo que haces?
El director pone negro sobre blanco la decadencia de la democracia española y sirve para que la gente sepa que los periodistas no somos gente de fiar y que a menudo el periodismo deriva en una categoría de la delincuencia
Y dicho esto, como la vida genera intereses diversos, este Sant Jordi me compraré la última novela de Gemma Sardà, Mudances (Comanegra), porque tiene un estilo que me engancha y, sobre todo, porque me enriquece literariamente con su dominio magistral del idioma. Es un referente, una influencer del catalán más de lo que os imagináis. También me compraré ―y me leeré― dos novelas premiadas, El fill de l’italià, de Rafael Nadal (Columna), premio Ramon Llull, y Digues un desig, de Jordi Cabré (Enciclopèdia), premio Sant Jordi. No los voy a leer por el premio, sino porque ambos autores son colegas y todo lo que han escrito hasta ahora me ha parecido que hablaban de algo muy cercano, como si lo que pasaba en sus libros coincidiera con vivencias o pensamientos míos.
No compraré, pero leeré, Mare, de Ada Castells (La Campana), porque Ada me ha prometido que me lo traerá dedicado después de Sant Jordi. Son las ventajas de formar parte de su club de fans. Y ya he leído Joc d'oficis (Cossetània) de Jaume Collell, porque el colega me lo hizo llegar antes de la Diada. Es una interesante y singular descripción de personajes del periodismo, del teatro y de la política que hace pensar por qué estamos donde estamos. Sílvia Soler podría hacer lo mismo y enviarme El fibló (Columna) por los viejos tiempos y los nuevos.
Por razones obvias, este Sant Jordi regalaré algunos libros de los presos. De los presos políticos, quiero decir. Es una recomendación más vital que literaria, claro. Tienen un efecto sobrecogedor más bestia que la poesía. Recomiendo especialmente los Escrits de presó, de Joaquim Forn (Enciclopèdia). Los Contes des de la presó, de Oriol Junqueras (Ara), conviene tenerlos en la biblioteca de casa para que los lea una generación tras otra, hijos, nietos, biznietos y lo que venga. Todavía no he leído el libro de Jordi Cuixart y Gemma Nierga, Tres días en la cárcel (Plaza&Janés), ni tampoco Esperança i Llibertat, de Raül Romeva (Ara), dos buenas ideas de regalo que agradeceré.
Este Sant Jordi no compraré El riesgo de la verdad, de Josep Antoni Duran i Lleida (Planeta), porque ya lo he leído y ya le he hecho bastante propaganda, que, por cierto y para variar, no estuvo muy bien recibida por el autor. No conoce el proverbio que hablen de ti aunque sea bien. Tengo en la mesita de noche Catalanes y escoceses, del galardonado historiador John H. Elliot (Taurus), del cual me ha interesado más todo lo que no hace referencia al momento actual, porque en cuanto al procés este erudito premio Príncipe de Asturias hace afirmaciones sobre la realidad catalana que yo considero poco documentadas y acientíficas y sospecho que influidas por su alumna, Cayetana Álvarez de Toledo, a quien el autor no escatima agradecimientos por haberle introducido en los círculos españoles más selectos. Ya he acabado El orden del día, de Éric Vuillard (Tusquets), premio Goncourt 2017, que me lo regaló el amigo Ricardo Mir de Francia, conocedor de mis angustias por el nuevo ascenso del fascismo. Vale la pena estar avisados. Tengo pendiente, también en la mesilla de noche, La guerra futura, de Lawrence Freedman (Crítica), y todavía no Identidad, de Francis Fukuyama (Deusto), porque los adivinadores del futuro con apoyo científico siempre aportan ideas sugerentes. Buena Diada