El martes, ante la Casa Blanca, hubo concentraciones convocadas por organizaciones de defensa de los derechos civiles que protestaban por la crueldad del Gobierno de Estados Unidos, que en su cruzada contra la inmigración ilegal decidió separar a las familias, arrancando los hijos de los sus padres y encerrándolos en auténticas jaulas. El mismo día, el secretario de Estado, Micke Pompeo, y la embajadora ante las Naciones Unidas, Nikki Haley, anunciaban la retirada de Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Y mientras pasaba todo esto, el rey de España le decía a Donald Trump que "compartimos el valor de la democracia". No tenía mejor día para decirlo.
La represión practicada por el Estado español contra el soberanismo catalán ha desprestigiado enormemente al régimen político español. Las imágenes del 1 de octubre han sido determinantes, pero ha habido más factores como el exilio del presidente Puigdemont, la diferente actitud de los tribunales europeos con los miembros exiliados del Gobierno catalán, así como el descubrimiento de que en España aún se venera la figura del dictador Franco como no se hace en Alemania con Hitler ni con Musolini en Italia. Constatando que esta impresión de una España oscura y autoritaria ha cuajado en el escenario internacional, cada vez que Felipe VI abre la boca en el extranjero es para jurar que España es una democracia, algo que nunca haría la reina Isabel de Inglaterra, ni Carlos Gustavo de Suecia, ni Harald de Noruega, ni la reina Margarita de Dinamarca... por la sencilla razón de que no es necesario. No les hace falta.
La visita de Felipe VI y la reina Letizia a la Casa Blanca fue muy protocolaria. Trump no pasó de decir que Estados Unidos y España se quieren mucho y que los españoles son gente muy maja. Lo que corresponde a las visitas poco solemnes. Felipe VI fue igualmente protocolario en su intervención, pero llevaba el guión inoportuno para un día tan movido, por cierto, el Día Internacional del Refugiado.
Después de mirar, remirar y revolver las páginas de la edición de papel del The Washington Post no he sido capaz de encontrar ni un breve que informara del magno evento. El rey y la reina de España programaron un viaje a Estados Unidos que, casualidades de la vida, ha coincidido en el tiempo con el ingreso en prisión de su cuñado y con el cuarto aniversario de la abdicación de su padre. Es difícil entender la estrategia de la Zarzuela: primero organiza el viaje y luego procura que no se hable de ellos. Porque sin duda es uno de los viajes que ha ocupado menos espacio informativo y a menudo en páginas secundarias. Incluso algunas crónicas han ido a parar a la sección de cotilleos. Últimamente al rey de España todo le sale mal y debería reflexionar por qué.
El rey y la reina de España programaron un viaje a Estados Unidos que, casualidades de la vida, ha coincidido en el tiempo con el ingreso en prisión de su cuñado y con el cuarto aniversario de la abdicación de su padre
Ha sido casi una semana de gira por los Estados Unidos y los colegas que suelen cubrir los viajes de Felipe VI no han disimulado su enojo por el hecho de que ni Felipe ni Letizia se han acercado siquiera a los periodistas, obviamente para evitar que les preguntaran sobre el cuñado y sobre Catalunya, dado que Tarragona y Girona son los destinos siguientes del jefe del Estado español y su presencia en territorio catalán está provocando un campeonato a ver quién proclama el rechazo más estridente.
Es comprensible. Desde que gobiernan los soberanistas, el jefe del Estado niega la relación institucional con los representantes legítimos de los catalanes, ya sea el presidente del Parlament o el president de la Generalitat. Catalunya no es independiente y mientras no lo sea el presidente de la Generalitat es el representante ordinario del Estado en Catalunya. El jefe del Estado tiene la obligación de recibirlo y de escuchar lo que le tenga que decir. Si no lo hace significa que no reconoce la voluntad política democráticamente expresada por los catalanes, lo que equivale a romper el pacto constitucional.
Todo esto deberá hacer reflexionar al monarca, porque ir con miedo y rodeado de policías a todas partes pendiente de la gente que le pita es mal síntoma. Si en Catalunya no es bienvenido y cada vez la bandera republicana está más presente en cualquier manifestación de protesta en toda España, quien tiene un problema es Felipe VI. Y el problema no se resuelve jurando que eres demócrata sino ejerciendo como tal.