Manuel Valls es un político experimentado. Siendo como era un emigrante español, escaló puestos de responsabilidad en el Partido Socialista y en la administración francesa, desde el cargo de concejal a alcalde, de alcalde a diputado y ministro y, finalmente, a primer ministro, hasta que cayó en desgracia como todos los socialistas que, en vez de ofrecer una alternativa de cambio, siguieron a rajatabla las consignas de los conservadores para hacer frente a la crisis. A pesar de ello, no se puede negar que, a diferencia de lo que estamos acostumbrados en política, la ambición de Manuel Valls es proporcional a su talento. Es cierto que en Francia su carrera política estaba terminada, pero si se ha decidido a desembarcar en Barcelona es porque ha hecho sus cálculos y se ve capaz de ganar la alcaldía. Se lo juega todo y, efectivamente, hoy por hoy, es el gran favorito.
El martes, Valls hizo en el CCCB una presentación impecable, sin presencia de partidos, con las baldosas del Eixample como única bandera y una propuesta muy transversal, aunque se definiera como "un hombre de izquierdas con principios y valores republicanos". Nada que ver, por lo tanto, con el discurso de Ciudadanos, pero el auditorio sí lo era. No asistió Albert Rivera. Inés Arrimadas le dio la bienvenida por Twitter. Hizo acto de presencia el diputado Nacho Martín Blanco y había gente relacionada con Societat Civil Catalana. Valls dijo lo que dijo, dirá lo que dirá y presentará la lista que querrá. Sin embargo, tampoco hay que aceptar gato por liebre. Manuel Valls es el candidato de Ciudadanos para ganar la alcaldía de Barcelona con todas las consecuencias, que no serán pocas. Valls podía haberse postulado como candidato del PSC, que, sin duda, lo habría acogido con los brazos abiertos, pero ha preferido Ciudadanos porque el apoyo socialista ya lo tiene asegurado antes o después de las elecciones, mientras que como candidato socialista no tendría nada asegurado.
Difícilmente nadie estará en condiciones de arrebatarle a Manuel Valls la victoria en votos que, sin mayorías absolutas, otorga la alcaldía automáticamente
Manuel Valls es, hoy por hoy, el gran favorito no sólo porque ya tiene, y más que tendrá, el apoyo del establishment barcelonés, financiero y mediático, sino también porque tiene asegurado el apoyo de los partidos que apoyaron el 155. En cambio, el otro bloque se presenta bastante dividido e incluso enfrentado. En todo caso, los números cantan.
Es cierto que no se pueden extrapolar con exactitud los resultados de unas elecciones a otras, pero los comicios del 21 de diciembre, cuando votó más gente que nunca en Barcelona ―más del 80%―, marcan el techo máximo de lo que pueden obtener cada una de las candidaturas soberanistas por separado y el máximo de votos potenciales de Ciudadanos. Huelga decir que, con la apuesta por Valls, Cs va al alza. De hecho, lo que hace Manuel Valls es homologar un partido demasiado radical y agresivo para atraer a la sociedad bienpensante de Barcelona. En cambio, no se puede esperar que los soberanistas tengan en unas municipales más votos que el 21-D. Si añadimos el desgaste natural de la alcaldesa Colau y los ataques que recibe y recibirá del establishment, difícilmente nadie estará en condiciones de arrebatarle a Manuel Valls la victoria en votos que, sin mayorías absolutas, otorga la alcaldía automáticamente. Bueno, la única posibilidad de que Manuel Valls no gane sería que hubiera un solo candidato soberanista a la alcaldía, pero ya se ve que los independentistas prefieren perder cada uno por su lado que ganar. Y no perderán sólo Barcelona.