El amigo y, sin embargo, compañero periodista Joaquim Coca me hizo llegar un whatsapp que decía lo siguiente:
No es lo mismo plantar flores que arrancarlas.
No es lo mismo hacer un dibujo que destrozarlo.
No es lo mismo construir un castillo de arena que pisarlo.
No es lo mismo poner un lazo amarillo que arrancarlo.
No es lo mismo la libertad de expresión que el intento de impedirla.
Me pareció una reflexión acertada y como entendí que se trataba de hacerla correr, hice un copy and paste y la tuiteé.
Me pareció oportuno dado que el mismo día la nueva fiscal general del Estado, María José Segarra, había declarado que "tan lícito es publicitar una opinión ideológica, como manifestar una opinión contraria retirando material que se ha depositado".
Mi sorpresa fue la repercusión del tuit. En el momento de escribir este artículo, el tuit había generado 298.155 impresiones. Como hubo mucha gente que me felicitaba, aclaré en un segundo tuit que yo no era el autor del texto, a quien no tengo el gusto de conocer y aprovecho para, desde aquí, felicitarla o felicitarle y agradecer su agudeza.
Enseguida pensé que después de las declaraciones de la fiscal general, tenía sentido divulgar aquella reflexión en castellano, que ahora mismo lleva 62.760 impresiones.
Reconozco que, de entrada, me satisfizo el feedback generado por aquellas frases tan cargadas de sentido, pero bien mirado es una constatación de la situación anómala en la que nos encontramos atascados. Que no es lo mismo hacer un dibujo que destrozarlo, que no es lo mismo hacer que deshacer, es una obviedad y el hecho de que nos emocionemos cuando alguien expresa algo tan evidente resulta francamente inaudito.
Se puede entender que haya quien no quiera la independencia de Catalunya, pero el lazo amarillo no es una reivindicación independentista sino una demanda democrática. Solo reclama la libertad de personas encarceladas que, al menos según un tribunal alemán, no pueden ser acusadas de los delitos que se les imputan y por tanto no se cumplen los requisitos para que sufran la prisión preventiva que están soportando.
Pedir la libertad de presos de cualquier condición por las razones que sean siempre ha tenido una componente piadosa y/o humanitaria. El fenómeno que no tiene precedentes es la movilización contra la gente que pide libertad y aún más insólito es que se pretenda presentarlo como una causa tan noble y legítima como cualquier otra.
Es desde este punto de vista que la posición de la nueva fiscal general del Estado legitimando la acción de los pelotones de Ciudadanos en connivencia con la extrema derecha resulta desalentadora, sobre todo viniendo de una persona de trayectoria progresista cuyo nombramiento había abierto enormes esperanzas.
Los últimos incidentes hacen temer que el nuevo gobierno de Pedro Sánchez está más vigilado/tutelado que los de Adolfo Suárez durante la Transición por los militares. Que un policía agreda a un periodista, insulte a diputados o que un guardia civil arranque lazos amarillos y que la delegada del Gobierno, Teresa Cunillera, de larga trayectoria democrática, no pueda hacer el mínimo gesto de autoridad ante la opinión pública sobre los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, pone en duda si manda más ella o el agresivo policía franquista y los responsables que le encubren.
Algunos ingenuos pensábamos que el nuevo presidente español aprovecharía el verano para cambiar de política antes de que fuera demasiado tarde. Que la fiscalía, para apaciguar el conflicto, cambiaría las instrucciones políticas que recibieron sus antecesores nombrados por Mariano Rajoy. De momento, sin embargo, la impresión que dan es que están más pendientes de sus adversarios, los cuales están dispuestos a hacer lo que sea para expulsarlos del Gobierno, que de quien ha hecho posible el cambio político y suministra apoyo parlamentario.
Quedan pocos días de verano. Y llega septiembre, y la Diada, y el 1 de octubre, y los juicios. Si no han sido capaces de reconducir la situación, esto será una hecatombe.