Da igual si eran 100.000 que 200.000, el acto de Perpinyà marca una inflexión en el procés soberanista. Es difícil imaginar ningún otro movimiento político en Europa capaz de movilizar a tanta gente dispuesta a superar tantas dificultades y desplazarse lejos de casa para demostrar su existencia colectiva. Perpinyà marcará una inflexión, porque este movimiento que ha emergido en buena parte de forma autónoma a los círculos del poder convencional determinará el funcionamiento político del país de los próximos tiempos.
Y lo más interesante es la composición transversal, transgeneracional e incluso diría que de sentimiento plurinacional y plurilingüístico. El castellano también era idioma de uso corriente entre la riada de gente que caminaba el sábado hasta el Parque de las Exposiciones. "Soy un catalán de Lorca, de Murcia, lo tenemos difícil pero ¿qué le vamos en hacer? Habrá que seguir insistiendo, no tenemos otra...", comentaba el viernes por la noche cerca del Castellet un hombre rodeado de parientes, hijos y un nieto en cochecito, todos ellos ya nacidos en Catalunya. Este diagnóstico lo hacía cerca del Castellet la víspera del acto multitudinario pero resume prácticamente el sentido del acto del sábado.
"¿Saldremos adelante?" era la pregunta más repetida en las conversaciones no sólo en el Parque de las Exposiciones, también en los bares, en los restaurantes, en coloquios improvisados en las calles de Perpinyà cuando se juntaban unos cuantos. La pregunta no puede disimular un cierto escepticismo que, en vez de mover al pesimismo, parece un acto de realismo. "La lucha será más larga de lo que nos pensábamos, pero no tenemos más remedio que seguir insistiendo. Desistir no es una opción", afirmaba un grupo llegado de Les Borges Blanques.
Los millares de personas que se han reunido el viernes en el estadio de la USAP y sábado en el Parque de las Exposiciones de Perpinyà es pues la constatación de la existencia de un movimiento que va más allá de la política convencional, que trasciende los partidos, que ha venido para quedarse y que pase lo que pase está determinado a seguir expresando su voluntad política. "Caminamos porque queremos ser y queremos ser para caminar", cantaban Lluís Llach, Roger Mas y Gerard Jacquet, recogiendo el sentir del auditorio.
Lo menos importante del acto de Perpinyà es la aclamación / proclamación de Carles Puigdemont. Más trascendente es el movimiento que emerge, convocado a "un estado de movilización permanente"
Habrá quien por intereses inmediatos de corto vuelo quiera reducir la movilización en torno al presidente Carles Puigdemont a una estrategia puramente electoral de cara a las elecciones próximas de lo que se denomina el espacio postconvergente. Sin duda en Perpinyà había mucha gente que en el pasado había confiado con el proyecto político de Jordi Pujol i d'Artur Mas; también he reconocido algunos que confiaron en el Partido de los Socialistas, en Esquerra Republicana, en Iniciativa por Catalunya y en otras opciones seguramente más radicales, pero ni ellos ni los tiempos son ahora los mismos de antes. Las circunstancias también les ha cambiado a ellos personalmente. Hay gente nueva que se ha movilizado por una autoexigencia de dignidad democrática, como un grupo de mujeres jóvenes del Pallars que renegaban hartas de "simbolismos y días históricos". Decía una de ellas que "con todo lo que está pasando no es posible quedarnos de brazos cruzados", pero añadía a continuación: "A mí los partidos no me interesan".
Es también un hecho inaudito el contraste entre las ansias movilizadoras y las ganas de comprometerse de la gente independentista y las críticas unánimes que se hacían notar en todas las conversaciones contra los partidos, contra las riñas internas, contra las estrategias de uno o la práctica política del otro. Los independentistas están fastidiados más que nunca, han perdido la fe en los dirigentes de los partidos, pero no por eso tirarán la toalla.
Así que tal como está evolucionando el procés es probable que la política en Catalunya dé un giro. Hasta ahora ha sido la sociedad que se ha adaptado a las directrices de los partidos, pero todo hace pensar que a partir de ahora los partidos que quieran salir adelante no tendrán más remedio que adaptarse a las nuevas exigencias de la gente y eso supone una metamorfosis complicada de consecuencias todavía imprevisibles.
Así que seguramente lo menos importante del acto de Perpinyà es la aclamación / proclamación de Carles Puigdemont, que después de la impresionante movilización del sábado no queda ninguna duda en que volverá a someterse al veredicto de las urnas. No tiene más remedio. Ni quiere ni puede defraudar tanta y tanta gente que lo sigue considerando el principal referente de la resistencia republicana. Y él mismo ha procurado pronunciar un discurso obviamente presidencial, evitando cualquier tentación partidista, pero dejando las cosas lo bastante claras incluso a los que esperan sacar algún provecho de su popularidad. Su opción es del todo incómoda, especialmente para los partidos que la han patrocinado, cuando convoca a todo el mundo a "persistir en un estado de movilización permanente".