Cuando daba clases de periodismo en la Blanquerna, en los buenos tiempos del admirado decano Miquel Tresserras, me inventé un método para jerarquizar las noticias. Decía a los alumnos que un hecho era noticia en la medida en que era nuevo, trascendente e insólito. Y después les demostraba como otras consideraciones más subjetivas, e incluso inconfesables, intervenían a la hora de diseñar portadas de diario o sumarios de telediario. Este martes lo he recordado y me preguntaba cómo explicaría a los alumnos o cómo algunos de mis alumnos que ahora hacen portadas me explicarían a mí por qué la intervención de Carles Puigdemont en el Parlament ha sido significativamente relegada en los medios, en comparación, sin ir más lejos, con las intervenciones de la semana pasada de los presos en la misma comisión parlamentaria.
El hecho de este martes en el Parlament tenía todos los ingredientes para la atención mediática. Es un hecho nuevo, porque era la primera vez que el vencedor de las elecciones del 21 de diciembre se dirigía a la Cámara. Es un hecho insólito, porque Puigdemont se ha visto obligado a hablar en conexión telemática desde el exilio. No es muy habitual que digamos. Hombre, y es trascendente porque Puigdemont sigue siendo considerado por gran parte de la Cámara y de la ciudadanía como el president legítimo, pero sobre todo porque el protagonista principal de todo lo que ha pasado explicaba su versión de los hechos que han supuesto la mayor conmoción que ha sacudido el país desde la muerte de Franco, o quizás antes y todo.
Unos en el exilio y otros en la prisión se reprochan mutuamente el desastre hasta un extremo irreconciliable. Mientras manden los dos, la guerra estéril continuará. El estropicio sólo lo podrá reparar uno solo. O ninguno
Parece como si la versión de Puigdemont no interese. No a la gente, claro, que lo volvió a votar en las elecciones europeas, sino a sus adversarios políticos y sus correas de transmisión mediática. Eso confirma que Puigdemont, tanto como entusiasma a toda esta gente que no sólo lo vota sino que ya ha provocado el sold out hotelero en Perpinyà, también asusta y mucho a todos los que piensan que sólo nos llevará al desastre, unos porque piensan que la independencia ya es un desastre y no hay que decir nada más, y los otros porque consideran que se tiene que tocar con los pies en el suelo y no se puede presentar batalla frontal contra el estado español porque, de acuerdo con las enseñanzas de Sun Tzu en El arte de la guerra, no se tienen que plantear batallas que no se pueden ganar.
Para lo que no hace falta ser especialista en estrategia es para llegar a la conclusión de que no puede ganar ninguna batalla un frente dividido y enfrentado entre sí contra un ejército organizado, que es lo que pasó, por ejemplo el 37, cuando en Barcelona se enfrentaban republicanos, comunistas oficiales, trotskistas y anarquistas mientras los rebeldes franquistas avanzaban por las Terres de l'Ebre. Ahora no estamos en la misma situación, pero algunos aspectos son lo bastante parecidos para hacer reflexionar.
Puigdemont ha dicho este martes en el Parlament que:
"Si el Estado hubiera dado las garantías que respetaría mis condiciones, yo habría convocado elecciones, a pesar de las incomprensiones y el tacticismo de algunos, que mientras el país entraba en unas horas críticas preferían jugar irresponsablemente a sacar partido de ello".
"Recibí las críticas de sectores que hoy dan lecciones de moderación y me acusan de radical"
"Celebrar elecciones a cambio de evitar el 155 habría ahorrado mucho dolor y sufrimiento".
Quim Torra afirmó la semana pasada que la legislatura no tenía más recorrido porque se había roto la confianza mutua de los socios de Govern en un momento decisivo. Lo cierto es que esta confianza se rompió hace mucho tiempo, en el momento más decisivo de todos, cuando se hizo un simulacro de DUI aunque Puigdemont no quería y Junqueras, sin decirlo, tampoco. Unos en el exilio y otros en la prisión se reprochan mutuamente el desastre hasta un extremo irreconciliable. Mientras manden los dos, la guerra estéril continuará. El estropicio sólo lo podrá reparar uno solo. O ninguno.