Que la Rusia de Putin ha seguido de cerca las vicisitudes del movimiento independentista catalán es tan comprensible como que lo han hecho tantos y tantos países de Europa, América y Asia. Que el líder ruso ha querido utilizar el conflicto y las consecuentes contradicciones europeas en beneficio propio es una evidencia que no tiene sentido esconder ni disimular. Que ha habido contactos de funcionarios rusos con dirigentes independentistas catalanes es algo conocido que no debería escandalizar a nadie porque forma parte de sus obligaciones, tanto de los rusos como de los catalanes. Dicho esto, que el proceso soberanista catalán forme parte de una conspiración antieuropea de extrema derecha pagada con el oro de Moscú no es ninguna paranoia, sólo se puede considerar una fantasía fabricada por quienes necesitan desprestigiar el movimiento que, a pesar de todas sus fallos, ha puesto en evidencia la decadencia moral de la democracia española. Y sabe mal que The New York Times, tan ecuánime y riguroso en sus informaciones sobre el Procès, esta vez se haya dejado enredar.
Josep Lluís Alay, protagonista principal de la historieta de espías, es un hombre que domina ocho idiomas y tiene amistades y contactos en todo el planeta. Esto solo ya le ha dado fama de hombre inquietante, pero además con su compromiso con el independentismo y específicamente con el president Puigdemont se ha convertido en objetivo preferente de los servicios de inteligencia españoles. Lógicamente le han seguido por todas partes y tienen documentado cada paso que da. Por supuesto, eso Alay lo sabe, pero la inteligencia española, con tantos datos que tiene, no ha sido capaz de establecer conclusiones definitivas y documentadas y ha tenido que conformarse con utilizar intermediarios que sí tienen prestigio para que le hagan la trabajo sucio.
Desde el inicio del proceso soberanista, lo que se llama “la internacionalización del conflicto” ha sido una preocupación fundamental tanto de los independentistas como del Estado español. Las reivindicaciones catalanas, cuando se centraban más en el derecho a decidir que en la independencia, fueron recibidas con simpatía en muchos países y preferentemente en medios progresistas. Tanto fue así que el entonces ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, movilizó a todas las embajadas y consulados con unos manuales de cómo tenían que hacer para contrarrestar la campaña de explicación del conflicto que hacían sobre todo grupos de voluntarios catalanes que por razones de trabajo o estudios residían fuera del país. En el colmo del ridículo, Josep Borrell creó un premio periodístico para el colega extranjero que mejor hablara de España.
Efectivamente, fue con el proceso y después con las imágenes del 1 de octubre que el prestigio de la democracia española inició su decadencia, corregida y aumentada a continuación por los casos de corrupción que afectaban a los principales partidos políticos y a la propia monarquía. Sin embargo, el auge que adquirió el movimiento soberanista propició un aumento del activismo en el exterior e hizo crecer el interés de las cancillerías, que también pedían a sus embajadores informes sobre la situación catalana. Sin ir más lejos, nunca los periodistas catalanes fuimos tan requeridos por embajadores y cónsules, pero también por personal diplomático enviado específicamente a Catalunya que nos pedían nuestra versión de la situación. Incluso de algunos países muy alejados no ya de Europa sino de la realidad social y cultural europea querían saber qué ocurría y sobre todo qué creíamos que pasaría en Catalunya y en España. Si Estados Unidos estaba tan interesado que enviaba a Barcelona a agentes específicos que invitaban a desayunar incluso a periodistas, es obvio que el interés de los rusos no podía ser menor.
Ciertamente a los distintos gobiernos españoles les preocupaba sobre todo ciertas actitudes comprensivas de países europeos y de Estados Unidos. Poco antes del referendo del 1 de octubre, Mariano Rajoy viajó a Washington y se reunió con Donald Trump. El entonces presidente de EE.UU. mantuvo la misma posición oficial que había formulado su antecesor Obama de apoyar a “una España fuerte y unida”. Sin embargo, en la conferencia de prensa en la rosaleda de la Casa Blanca, mientras Rajoy decía que “no habría referéndum”, Trump le replicaba: “El presidente [Rajoy] dice que no habrá referéndum pero me parece que si no dejan votar en la gente habrá mucha protesta”. Ese mismo día, unas horas más tarde, en el briefing cotidiano del Departamento de Estado, un periodista americano preguntó a la portavoz si Estados Unidos apoyaba o condenaba el referéndum de independencia convocado en el Kurdistán iraquí. La respuesta de la portavoz fue inequívoca. EEUU condenaba ese referéndum. Entonces el periodista repreguntó. ¿Y el referéndum de Catalunya? La portavoz respondió. "Es diferente". Y el periodista insistió: “¿Pero lo condena como el referéndum kurdo o no?”, y la portavoz lejos de condenar el referéndum catalán optó por poner el contestador automático. “Son situaciones distintas. Estados Unidos apoya a una España fuerte y unida”.
El CNI se agarró al apoyo de Julian Assange al referéndum para fabricar la teoría de intrusión rusa, que en Estados Unidos podía tener mucha aceptación, y al mismo tiempo se presentaba la iniciativa catalana como antieuropea
Ni que decir tiene que la delegación española no quedó nada satisfecha del tibio apoyo de la primera potencia y de la buena acogida que tenían en toda Europa los debates y movilizaciones diversas del soberanismo catalán. Entonces se agarraon al apoyo de Julian Assange al referéndum, para fabricar la teoría de intrusión rusa, que en Estados Unidos podía tener mucha aceptación mediática, y al mismo tiempo se presentaba la iniciativa catalana como antieuropea. Cuando se publicaron las primeras lucubraciones, unos humoristas rusos dejaron en ridículo a la entonces ministra de Defensa, Dolores de Cospedal. Haciéndose pasar por agentes de Letonia le aseguraban que Puigdemont era en realidad un agente de la inteligencia rusa y que los turistas rusos que venían a Barcelona eran espías.
Cuando The New York Times publicó la historia de una supuesta trama rusa, vinculando al presidente Puigdemont en este tipo de conspiración antieuropea, sorprendió el tono algo panfletario del artículo y el hecho de que el reportaje no lo firmara el corresponsal del diario, Rapahel Minder. Ni Times, ni Minder suelen utilizar tópicos oficialistas como los que aparecen en el texto firmado por Michael Schwirtz y José Bautista, ni tampoco conjeturas que se contradicen en el mismo texto o conclusiones indocumentadas. A Puigdemont le presentan como un “un experiodista con una melena al estilo de los Beatles”, que se ha “autoexiliado” y que en su desesperación pretendía de Moscú “un salvavidas político”, conclusión no confirmada en ningún párrafo del texto. Luego resulta que Puigdemont apoyaba a la oposición bielorrusa contra el sátrapa pro-Putin Alexandr Lukashenko. Admiten que "no está claro" que Josep Lluís Alay conociera las responsabilidades parece que secretas y conspirativas de sus interlocutores rusos; que tampoco “no está claro” qué tipo de ayudas ha proveído el Kremlin a los independentistas catalanes, y resulta también que agentes de un grupo militar ruso relacionado con intentos de golpe de Estado viajó a Catalunya en días cercanos al referéndum '1 de octubre "pero España no ha presentado ninguna evidencia de que tuvieran ningún papel activo". A pesar de que todo está tan poco claro, el reportaje hace afirmaciones tan tendenciosas como ésta: “Pocos meses después de los viajes de Alay a Moscú estallaron las protestas en Cataluña” y entonces se refiere a las acciones del Tsunami Democràtic sin citar que las protestas surgieron cuando el Tribunal Supremo hizo pública la sentencia que condenaba a 99 años de cárcel para los líderes independentistas y que en los años anteriores las protestas ya habían sido mucho más multitudinarias.
Lo que más interesó del reportaje es que cita como fuente un documento de la “inteligencia europea”, que ahora, Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, no ha tenido más remedio que desmentir su existencia y añadir que se ignora a quien la ha podido escribir. También dice que “los análisis de inteligencia del INTCEN se basan principalmente en los análisis estratégicos de inteligencia de los servicios de inteligencia y seguridad de los Estados miembros de la UE”, que es una manera de decir que “ puede que hayan sido los españoles”. Y esto lo deja todo muy claro. La mayor parte de los datos que presuntamente aportan más jugo a la historia del Times hacen referencia a la policía española y no a la inteligencia europea. Para que la historia del Times tuviera credibilidad no podía ser atribuida a la Guardia Civil ni al CNI, porque son parte interesada y porque se han hartado de fabricar informes contra líderes independentistas que después se ha comprobado que eran falsos y que nadie asumía su paternidad. Sabiendo estos antecedentes, to be honest el Times debería haberlo recordado. Según los firmantes del reportaje del Times, todo ha sido corroborado por "oficiales españoles". Obviamente si son españoles y son oficiales no le enmendarán la página a la Guardia Civil ni al CNI y si piensan por ejemplo como Josep Borrell, menos.
Los servicios españoles están tan inseguros de su inteligencia y de su escaso prestigio que necesitan hacer pasar un papelón suyo como si lo hubieran escrito funcionarios europeos imparciales para que así se lo pudiera tragar un medio de prestigio
Los servicios españoles están tan inseguros de su inteligencia y de su escaso prestigio que necesitan hacer pasar un papelón suyo como si lo hubieran hecho funcionarios europeos imparciales y que así se lo pueda tragar un medio de prestigio. Si como ha insinuado uno de los autores, les han desmentido los mismos que les pasaron la información, les han traicionado y por tanto aquí no vale el derecho a no revelar las fuentes. Por el contrario, tienen la obligación de denunciarles y de informar a sus lectores si se trata como parece de responsables institucionales que han transmitido fake news. Al final siempre acabamos con la conocida teoría cínica del periodismo, según la cual la realidad no debe impedirte un buen titular, ni empañar una buena historia. En todas partes, también en el Times, cuecen habas.