Ha quedado claro que el presidente gallego Alberto Núñez Feijóo renunció a liderar el PP porque le aseguraron que lo matarían, políticamente hablando se entiende, con tantas y tan reveladoras fotos que se había hecho con su amigo Marcial Dorado, conocido narcotraficante que cumple condena de 14 años de prisión. En los medios gallegos, se ha comentado que quien tenía todas las pruebas para disuadir a Feijóo de disputar la presidencia del PP era Soraya Sáenz de Santamaría, que como vicepresidenta del Gobierno y responsable política del CNI, tenía acceso a toda la documentación comprometedora del líder gallego y de cualquier hijo de vecino.
La caída de Feijóo, que partía como favorito en la disputa del liderazgo del PP español, aclaraba el camino al resto de aspirantes y ya está Soraya liderando los sondeos. Unas semanas antes también fue liquidada políticamente Cristina Cifuentes, también a golpe de dossier, cuando la entonces presidenta de Madrid no había disimulado sus ambiciones de postularse como la gran estrella renovadora para suceder a Mariano Rajoy. Y todo el mundo sabe, y muy especialmente el interesado, que fue Sáenz de Santamaría quien defenestró del Ejecutivo a un hombre con criterio propio como José Manuel García-Margallo.
La cantidad de información privilegiada que ha acumulado la exvicepresidenta del Gobierno, sumada a su ambición de poder, combinada con una manera de hacer sectaria y despótica, han convertido Soraya Sáenz de Santamaría en el personaje más temible de la política española. A algunos les recuerda cuando Alfonso Guerra era un todopoderoso vicepresidente y advertía aquello de "quien se mueve no sale en la foto". Sin embargo, Guerra, quizá porque era socialista y sobre todo porque no era abogado del Estado, no llegó a tener nunca el grado de complicidad de Sáenz de Santamaría con los sectores más reaccionarios del aparato del Estado, especialmente en el ámbito policial y judicial, desde la Policía y la Guardia Civil hasta la Agencia Tributaria y la fiscalía, sin olvidarse del control mediático.
A la exvicepresidenta se le atribuye la operación político-financiera que hizo caer simultáneamente en el tiempo los directores de los diarios La Vanguardia, El País y El Mundo, José Antich, Javier Moreno y Pedro J. Ramírez, respectivamente, para forzar un cambio de línea editorial en las tres principales cabeceras a favor de las tesis gubernamentales. Los últimos cuatro años han sido los más oscuros del periodismo español.
Y no es que Mariano Rajoy fuera un invitado de piedra, pero ha sido bajo las directrices de Sáenz de Santamaría que el Gobierno del PP decidió judicializar el conflicto político con Catalunya. Organizó un ejército de abogados del Estado para perseguir a los líderes soberanistas catalanes, utilizando sin escrúpulos las cloacas del Estado y todos los utensilios de la guerra sucia para poder reivindicar como hizo ella misma públicamente "haber descabezado" las organizaciones soberanistas como primer paso para "liquidar el independentismo".
Destruir al adversario, esta es la mentalidad de Soraya Sáenz de Santamaría que aplica indistintamente en cualquier disputa contra adversarios políticos externos o internos, por eso el gran handicap del resto de candidatos a liderar el PP es la dificultad en encontrar afiliados dispuestos a comprometerse por miedo a las represalias de Soraya.
El drama del PP y, por extensión, de la política española es que esta filosofía basada en la destrucción del adversario que ha llevado a España a la peor crisis de los últimos cuarenta años no parece tener freno. Paradójicamente, el candidato más veterano, José Manuel García-Margallo, es el único que plantea un cambio, una renovación de las formas y el discurso del partido de la derecha española, y aparece precisamente como el más castigado en las encuestas. En cambio, los "novios de la muerte", como Íñigo Méndez Vigo, han declarado su amor por Soraya.