La reivindicación catalana del autogobierno surge un siglo y medio después del Decreto de Nueva Planta y motivada por la decadencia castellana y la desconfianza de los catalanes con un Estado hostil.
Aparte de la derrota militar y la represión, los catalanes han tenido suficientes motivos para desconfiar de un Estado tan desconfiado que ni hacía ni dejaba hacer. El Estado español nunca ha considerado como propia la cultura y la lengua catalanas, pero tampoco ha sido sensible a las necesidades materiales de las élites sociales mejor predispuestas con la españolidad. Cuando los industriales catalanes necesitaban proteccionismo, las élites castellanas jugaban a la contra y cuando se han abierto los mercados y lo que necesitaba era promover el comercio las importaciones y las exportaciones, la administración española ha convertido en un obstáculo burocrático en vez de un promotor . El ejemplo paradigmático son las infraestructuras ligadas al progreso económico: carreteras, vías ferroviarias, puertos, aeropuertos ...
El Estado ha frenado las posibilidades de Catalunya de progresar adecuadamente por el miedo a que ese progreso tuviera un efecto centrífugo, por miedo a que Catalunya se escapara. Ahora mismo, por ejemplo, sólo una enorme inseguridad puede explicar el miedo estatal al corredor mediterráneo.
Los catalanes han tenido motivos suficientes para desconfiar de un Estado tan desconfiado que ni hacía ni dejaba hacer
Sin embargo, esta rémora del Estado ha tenido efectos sinérgicos. Ante un Estado recalcitrante, la sociedad catalana siempre ha procurado autoorganizarse y espabilarse por su cuenta. Las principales infraestructuras surgieron de la iniciativa privada, del cooperativismo y del asociacionismo. Esto vale para el tren de Mataró y para el Orfeó Català, pero también por las mutuas de salud, las escuelas autogestionadas y una red inmensa de entidades, gremios y asociaciones civiles. Es importante tener en cuenta esta actitud de disposición a sacar provecho en cualquier situación, ahora que nos encontramos en un bloqueo exasperante precisamente porque la desconfianza mutua ha crecido hasta el extremo.
El Estado le niega el pan y la sal a Catalunya y, además, se siente ahora más legitimado que nunca para hacerlo. Se han publicado datos oficiales según los cuales el Estado no invierte en Catalunya lo que le corresponde y además ejecuta sólo el 66%. Esto en época de Pujol habría generado un cierto debate y el Gobierno del Estado habría tenido que dar una explicación y seguramente anunciaría alguna medida supuestamente conciliadora que, al menos, habría servido para que el 126º president apuntara el tanto. Ahora, no ha pasado nada de esto. Unos tuits del vicepresident Aragonés y poco más.
Efectivamente la autonomía ha involucionado hasta convertirse en aún más insuficiente para resolver los problemas, pero la Generalitat sigue siendo la administración principal del país y los presupuestos de la institución aún son necesarios para atender las necesidades muchísima gente. Que le pregunten si no a la Francina Alsina, la presidenta de la Mesa d'Entitats del Tercer Sector, que reúne a 3.000 entidades sociales que trabajan mayoritariamente para colectivos vulnerables y que en buena parte dependen del presupuesto de la Generalitat.
La autonomía ha involucionado hasta convertirse en aún más insuficiente para resolver los problemas
Los presupuestos de la Generalitat se van prorrogando desde el 2017, lo que complica la vida cotidiana de muchos colectivos y personas que no pueden esperar. Pero la cosa no acaba aquí, porque las partidas son siempre insuficientes y el presupuesto catalán está en buena parte determinado por un sistema de financiación autonómica que discrimina a Catalunya y también por cierto a València y Balears. Ahora resulta que los socialistas valencianos y baleares han arrancado a Pedro Sánchez el compromiso de renegociar la financiación autonómica. ¿Y qué tiene que hacer el Govern que quiere la independencia, sentarse a negociar por enésima vez la financiación autonómica? Mal si lo hace, pero mal también si no lo hace, porque la Generalitat puede salir muy perjudicada y ahora ya sin derecho a réplica, porque como reza el refrán catalán, a la taula d’en Bernat qui no hi és no hi és comptat.
Cuando le preguntan al president Torra sobre el problema de las universidades catalanas o por el corredor mediterráneo suele recordar el déficit fiscal y plantea la independencia como la solución definitiva. Y es muy posible que tenga razón, pero hace demasiado tiempo que estamos instalados en el todo o nada sin movernos de sitio. Así que o lo reventamos todo, o siguiendo la tradición, mientras la independencia no llega, los catalanes deberán espabilarse por su cuenta, buscar la sinergia y sacar el provecho que se pueda. Y el razonamiento nos lleva a la cuadratura del círculo. Utilizar el autonomismo quizás resulte ahora muy humillante y distraiga del camino hacia independencia, pero si no se utiliza, alguna gente, quizás la más impaciente o la que más lo necesite, llegará a reclamar que vengan otros con menos escrúpulos o con planteamientos ideológicos diferentes que estén dispuestos a hacerlo