Jordi Cuixart, el presidente de Òmnium, es un hombre hecho a sí mismo, aquello que los entusiastas califican de selfmademan. Los hombres hechos a sí mismos, en todas partes, y en Catalunya especialmente, suelen ser fuertes y vehementes.
Cuando Cuixart me habla del día que descubrió la revista El Temps en la librería de su tío, cuando me cuenta cómo vibraba llevando a los chicos de la cau a la montaña o cuándo recuerda el día que se presentó en el despacho del Ramon Tremosa para preguntarle como podía ayudarlo a divulgar el déficit fiscal, le sale aquello que La Vanguardia califica de catalán de la flamarada.
En un país como este, que ha estado ocupado y arrasado cada dos o tres generaciones desde hace cuatro siglos, la flamarada es una reacción tan natural como el hambre en un pobre o el cinismo en un hombre roto. La falta de estructuras políticas hace que una parte de la energía de las personas lo bastante fuertes para tener sentido de la justicia se manifieste en forma de sentimentalismo.
Los hombres de la Renaixença, con toda su capacidad para subir negocios, eran hombres con tendencia a la llamarada, y también lo eran los modernistas, que alzaron estos edificios tan adornados y admirados por todo el mundo, o los lligaires que popularizaron el catalanismo. Cuixart comparte con aquellos pioneros el mismo sentido práctico, la misma capacidad emprendedora y el mismo sentimentalismo de ternero, que diría Josep Pla.
Dueño de una fábrica que exporta a todo el mundo, es un hombre mucho más fácil se enredar que de comprar. Cuando habla de cómo creó su negocio me recuerda a mi padre. El mismo carácter austero, creativo, autodidacta y apasionado. El mismo instinto empresarial, teñido de idealismo, las mismas ganas de imitar, a escala pequeña, los benefactores que alzaron el país cuando el Estado no llegaba en todas partes y los empresarios tenían más margen de incidencia en el país. El mismo hippi de orden 30 años más tarde, cosa que hace pensar sobre el país.
Nacido en 1975 en Santa Perpètua de Mogoda, Cuixart es hijo de una carnicera murciana y de un obrero de Badalona que se destrozó la espalda trabajando en una fábrica. Su tío por parte de madre había flirteado con el falangismo, pero se enamoró de Catalunya cuando se dio cuenta de que era un país, todavía en pleno franquismo. Cuixart recuerda haberse hecho catalanista de pequeño, en las visitas a la librería de su tío y en las tertulias que organizaba en casa.
La manía de tener una empresa también le vino entonces, con hacía los 10 años. Un día se dio cuenta de que su madre trabajaba muchas horas en la carnicería, para no ser la dueña, y decidió que de mayor sería empresario. Más tarde, un amigo de la familia que le había dado trabajo, le respondió, lleno de buena fe, cuando Cuixart le comentó que un día tendría su negocio: ¡"hombre, Jordi! ya sabes que quiero mucho a tu madre, pero trabaja en una carnicería."
Cuixart empezó a trabajar a los 16 años barriendo un taller, en una fábrica de producir sobrecitos, después de embarrancar en el BUP. Viendo que se podía pasar ahí la vida, hizo formación profesional a la escuela industrial de Sabadell, entre punkis, heavis y compañeros alocados. Con el título en la mano, el dueño del taller donde barría lo dejó subir a las oficinas a diseñar máquinas con el AutoCAD.
Después de seis años consiguió otro trabajo en una empresa del mismo sector, ahora de comercial. Para convencer al propietario aprendió inglés con un curso del Wall Street Institute, de estos que venían con casetes, y más tarde francés. En cuanto tuvo un buen sueldo se hizo socio de Òmnium, de Amnistía Internacional y de las escuelas Meces, y empezó a soñar con convertirse en un empresario patriótico.
Cuando tenía 26 años conoció al dueño de una empresa del sector que no funcionaba. Cuixart, que ya había hecho la vuelta al mundo, le hizo un informe y le propuso soluciones. Enseguida es nombrado gerente, con la misión de duplicar la facturación con la mitad de los 70 empleados que trabajaban. Dos años más tarde, con la empresa arreglada y a pleno rendimiento, pide entrar de socio con un 30 por ciento de las acciones.
Como su propuesta no es aceptada, con 29 años pone en marcha una nueva empresa, AraNow. La empresa impulsa un nuevo tipo de máquina de hacer sobres que produce más deprisa y gasta menos, y que fue ideando en sus viajes internacionales. A partir de aquí entra en Femcat como cuota independentista y después en la Junta de Muriel Casals, a propuesta de FemCat.
Cuixart fue nombrado presidente en plena desorientación del independentismo, provocada por los inventos de Mas -el 9N i el 27S. Insubmiso al ejército español y activista de tintes izquierdistas, su perfil era ideal para vender la moto del acercamiento a los Comunes, que han tardado sólo ocho meses en sufrir el mismo proceso de putrefacción que desenmascaró al PSC después de 30 años.
Cuixart es un hombre agradecido, leal y justo. Y por lo que me cuentan también es resistente al dolor y al miedo. Él ya ve que la máquina política podría ir mucho mejor de lo que va y no acaba de saber por qué. Si un día empieza a ver por dónde falla con un poco detalle, me parece que algunas vacas sagradas estarán menos contentas que ahora que presida a Òmnium.