Ya están aquí las rebajas. Olvidémonos de la independencia, ahora nos venden la España plurinacional. Ya han llegado las rebajas. Lo de la normalización lingüística tampoco, sanseacabó y sálvese quien pueda, los niños y las mujeres primero. Destacados ajedrecistas de Esquerra, menestrales de la estrategia cultural del actual partido, hace años que se avienen a cualquier concesión a cambio de la hegemonía política. Son tan buenas personas que quieren entenderse con el mundo entero, de manera que si se deja gobernar al actual grupo dirigente ―Oriol Junqueras y los suyos pero sin la crítica Marta Rovira ―, si se les deja mandar, a cambio ofrecen una lluvia de bendiciones, un independentismo casi imperceptible, exageradamente amable, en modo alguno amenazador. Un independentismo tan mágico como el de Junts per Catalunya, dicho sea de paso, pero mucho mejor, porque si es de izquierdas y siendo de izquierdas siempre quedas mejor. El caso del PSOE lo demuestra. De este independentismo de ahora se ha llegado a denominar independentismo tranquilo, porque a ver si lo entendéis, ciudadanos de Catalunya, no es que el tren de Valls funcione con retraso, no señor, lo que pasa es que es un ferrocarril tranquilo, es un nuevo concepto ferroviario, moderno, más sostenible y más responsable con el medio ambiente, ¿o es que no sabéis aún que más importante que llegar a Itaca, lo que cuenta, en realidad, es el viaje? Que os lo canta el Lluís Llach, papanatas, que sois unos papanatas. El independentismo tranquilo del Molt Honorable President Pere Aragonés es mucho más realista, no compares, hombre, no compares, pero también hay que querer comprenderle. Ni es conflictivo ni se encara con el inmovilismo. Tiene una oferta irresistible, un independentismo nuevo para una nueva identidad catalana, una identidad blandita y limpita que sólo ofrece ventajas.
A ver, esta nueva forma de ser catalán, por supuesto, no se opone a otras identidades nacionales. Por poner un ejemplo, se puede ser a la vez catalán y español sin ningún problema. Aunque ser del Barça continúe siendo contradictorio con ser del Madrid, ―la actual dirección de Esquerra Republicana idolatra al F.C. Barcelona― pero ya, hasta aquí y no más, que se acabe esta contradicción entre ser catalán y español, que sólo nos ha traído que desgracias. En eso tienen razón los votantes étnicos españoles de Catalunya, celosos de su situación de privilegio lingüístico monolingüe ―¿quién, aparte de ellos, puede vivir en Catalunya con una sola y única lengua?, a ver, ¿quién?―. Hay que aclarar que ser a la vez catalán y español no lo proponen a la vieja manera de mosén Cinto Verdaguer, la de La Atlántida para entendernos, claramente monolingüe en catalán, por supuesto que no va por ahí. La catalanidad compatible que ofrecen los ideólogos de Esquerra es muy parecida a la que puede representar Inés Arrimadas, la hija del policía. Tan catalana como cualquier persona catalana, tan española como cualquier persona española, según convenga, eliminando de esta manera el dramático conflicto identitario que hoy sufre y divide a nuestra sociedad. Visto así, la identidad catalana no estaría en peligro de extinción ni estaría retrocediendo en todos los ámbitos, como denuncian varios analistas y una parte considerable de nuestros ciudadanos más críticos. Para la actual Esquerra Republicana el conflicto de identidades sólo se explica como una mala herencia de la derecha catalanista, beligerante con la española, como una responsabilidad histórica de la derecha competitiva porque la derecha siempre cree en el conflicto y lo promueve. La derecha, como todo el mundo sabe, es pérfida y malévola por naturaleza, y por ello habría sembrado esta cizaña entre los bondadosos pueblos catalán y español, que de manera natural habrían podido convivir sin mayor trascendencia. Federalmente o confederalmente. Pablo Iglesias nos espera con los brazos abiertos desde las páginas del Ara. He aquí por qué Esquerra Reublicana afirma que no es nacionalista. Porque con la palabra nacionalismo señalan a esa conflictividad inherente y culpable de las derechas catalana y española.
Joan Manuel Tresserras y Enric Marín, antiguos militantes comunistas, hoy reinventados independentistas, publican en enero de 2019 el libro Obertura Republicana. Catalunya, després del nacionalisme. Un libro muy interesante y que queda muy moderno. De entrada pretende revelar a los pobres boomers y a otros catalanistas distraídos y pasados de moda que vivimos ya en un mundo nuevo, un mundo posnacionalista, que se debe abandonar inmediatamente el nacionalismo porque “el nacionalismo de estado es más bien un obstáculo que un estímulo para la profundización de la cultura democrática”. El mundo de hoy está cambiando a todo trapo y que se producen “mutaciones” e “hibridaciones identitarias”, “nuevas texturas identitarias compartidas”. Aleluya. Parece ser que ya hemos pasado de la identidad a las co-identidades, como quien se pasa de la hora.
Marín y Tresserres justifican esta adámica perspectiva identitaria a propósito de Amin Maalouf, uno de los más viejos iconos literarios del postcolonialismo francés. Según el escritor francés disfrazado de libanés, en su libro Les identités meurtrières (1998) ―un título que, con mala leche, hace referencia implícita al grave conflicto del terrorismo islamista―, las identidades son compatibles entre sí. Marín y Tresserres se miran al espejo y determinan que: “todos tenemos una identidad compuesta hecha de pertenencias diversas, como sexual, lingüística, religiosa, ideológica, nacional, deportiva, territorial, formativa, de estatus social, etc.". Como si, por ejemplo, un nacionalista ruso como Stalin, como si un nacionalista chino como Mao Zedong, como si un nacionalista vietnamita como Ho Chi Minh, como si un nacionalista cubano como Fidel Castro no tuvieran todos también una rica identidad compuesta. Como la tenía el rey Don Jaime o el señor Ötzi, aquel que acabaron encontrando 5.276 años después congelado en los Alpes o cualquier otro ser humano. De hecho, cuando los pensadores de Esquerra hablan de co-identidad no están haciendo más que volver a reivindicar el viejo bilingüismo de toda la vida. Nos anuncian las rebajas. Una supuesta panacea social que eliminaría cualquier conflicto identitario gracias a la convivencia civilizada y democrática dentro de una Catalunya bilingüe. Como si Lluís V. Aracil no hubiera demostrado que todo fenómeno de bilingüismo es un estadio social precario, siempre provisional en el tiempo, y siempre inmediatamente anterior a la sustitución de la lengua dominada por la dominante.
El bilingüismo es la sentencia de muerte del catalán. No escoger entre catalán y español conlleva inevitablemente escoger a favor del español. El bilingüismo no es una salida conciliadora porque no hay conciliación posible, ni en el caso del español en Catalunya ni en el del francés en la Catalunya Nord, ni del italiano en L'Alguer, ni del inglés en Puerto Rico. Sin la discriminación positiva a favor del catalán, el catalán se acaba. Cuando se menciona al bilingüismo, en cambio, se penetra directamente en el chamanismo, en lo que Aracil describe tan bien en El bilingüisme com a mite dentro de sus Papers de Sociolingüística (1966 y 1982). Cuando se hace referencia al bilingüismo “por una especie de magia verbal, [se] relaja la tensión interna y [se] hace posible un precario equilibrio subjetivo”. Catalán y español no están ni han estado ni estarán nunca en un plano de igualdad. Sólo pueden convivir jerárquicamente, si la una está por encima de la otra y una lengua sólo puede ser complementaria de la otra cuando no son iguales entre ellas. Con buena voluntad y proclamas democráticas los seres humanos no cambiaremos la naturaleza jerárquica y asesina que se establece de manera espontánea e irreversible entre dos lenguas en contacto. Según el mito del bilingüismo la relación entre catalán y español podría ser armoniosa, estable, inamovible, para que los derechos lingüísticos de ningún ciudadano fueran vulnerados. Defender el bilingüismo como modelo político para una sociedad implica no querer aceptar la verdadera situación, es decir, que una lengua estrangula a la otra hasta destruirla. Defender el bilingüismo es mentir a los electores.
Porque el bilingüismo es un modelo hipócrita y mentiroso. Por un lado, se afirma que los bilingües son superiores a los monolingües, que ser bilingüe es una riqueza. Es una mentira piadosa tan grande que sólo se tragan los catalanohablantes halagados y bienpensantes. En realidad, dejando a parte algunas pequeñas excepciones, en la práctica sólo los catalanohablantes son bilingües en Catalunya. ¿Dónde están esos castellanohablantes hablando masivamente en catalán? No existe, ni ha existido nunca, reciprocidad. Alguien ha hecho alguna vez lo que hacen cada día tantos y tantos castellanohablantes en Catalunya? Me refiero a eso de encararse con alguien y decirle: “Lo siento, mira, es que no te entiendo. Si no me hablas en catalán no te entiendo. Ya sé que debería estudiar español pero no he tenido la oportunidad de tener una buena formación, no como vosotros, que sois ricos”. Yo nunca he visto ni a uno. Pero no podemos descartar que aparezcan cuando se acabe todo este teatrillo.