Aquí, quien ha dejado sola como la una a la presidenta Borràs son los de Junts; catalanes, que no os engañen, son los de “Juntos que acabaremos difuntos”. La dejaron sola sobre todo los suyos, los que se suponía que son los de su partido y la dejaron a la intemperie mucho antes que los demás, estos perfectos ejemplares de políticos independentistas de ERC y la CUP. Porque el president Aragonès es el primer catalán pero también el primer político de Catalunya, lejano e inaccesible, tan interior y tan reconcentrado, tan denso él, entretenido en demostrar que es un personaje importante, qué digo importante, tan trascendental, que se ha quedado atrapado en el hieratismo del arte románico más puro. Aragonès al cabo, ni oye ni ve, indiferente como la virgen encontrada de un santuario montañoso, encontrada y ahora instalada sobre la tarima del poder celestial. Y en Manresa, precisamente en la Manresa de san Ignacio, el guerrero vasco, va y le dice, Borràs a dónde vas, le dice que no, que este president permanece y permanecerá inalterable hasta las elecciones municipales donde está la auténtica fortaleza del partido, que, como quien dice, ya estamos de cara a Navidad, que Aragonès es muy previsor y nuestro mal pide reserva.
Después tienes a Dolors Sabater que no sabes si está o te la has imaginado, y lo mismo ocurre con Eulàlia Reguant o con Carles Riera, que van tan a lo suyo que hacen del independentismo la forma más árida de la política catalana, que son tan puros como imposibles, tan impostados como inmaduros. Para mantenerse en la indefinida superioridad moral, los políticos de la CUP no deben definirse nunca, no deben hacer nada que pueda ser objeto de crítica. Inmóviles como ángeles en el hiperespacio. De hecho, más que diputados y diputadas, son una idea de diputados y diputadas, son pompas de jabón sin olor, por eso las ideas se mantienen bellas e inalterables, por eso son bellas, porque no son nada útiles en el mundo nauseabundo de la realidad. La realidad no importa, sólo existe la belleza de la verdad absoluta del marxismo entendido como religión. Por eso, de vez en cuando intentan empujar escaleras abajo a un político al que han etiquetado de derecha, como Jordi Turull o Laura Borràs. No es Margaret Thatcher ni Isabel Díaz Ayuso y es verdaderamente una lástima, porque entonces habrían presumido de lucha de clase y de otras alucinaciones sacrificiales.
Puigdemont podía haber hecho muchas cosas y ha decidido congelarse en el inmovilismo, y en apuntalar hasta sus últimas consecuencias a un favorito inmovilista como Jordi Sànchez
A Laura Borràs quienes más daño le hacen, sin embargo, son los que levitan, tan satisfechos de haberse conocido, a su alrededor. Primeramente, Joan Canadell, que para ayudar a la presidenta, va y se hace una instantánea con Alícia Romero, otra perla del PSC, otra partidaria del 155 y de la destrucción de la inmersión lingüística. Como si el ataque al Parlament le diera igual. La foto muestra un Canadell desbordado y en plena naturaleza, satisfecho y risueño, el mismo Canadell satisfecho y autista que conducía su automóvil con una representación de Carles Puigdemont en el lugar del copiloto. Canadell es partidario de la independencia, dice, pero mientras tanto hace otras cosas y muy españolas. También predica la buena nueva de la economía de mercado mientras vive del erario público porque él es así. O defiende la indefendible candidatura de los Juegos Olímpicos de Invierno junto a Sànchez Llibre y otros españolistas tan circunstanciales como efectivos.
Lo mismo, pero mucho más grave, es lo que podemos decir de este autonomista del vicepresident Puigneró, especialista en exhibirse perfectamente desvinculado de lo que quieren sus electores. También obsesionado con los Juegos Olímpicos a los que dedica un tiempo que debería dedicar a trabajar por la independencia. No fue elegido para entenderse con el anticatalanista Lambán sino para hacer posible el mandato del Primero de Octubre, no hizo nada de lo que prometió. No estáis en el Govern de la Generalitat para mostraros indistinguibles de los consejeros de ERC. No estáis haciendo más que desautorizar por el camino de los hechos, la voluntad emancipadora de Borràs, dejándola únicamente en palabras y en retórica vacía, dejándola como una predicadora en el desierto. O peor aún, como una impostora.
Porque el gran ausente, al final, y me duele decirlo, es Carles el Grande. Porque, desde hace tiempo y tiempo, ya no recuerdo cuánto, Carles Puigdemont vive entretenido en la política parlamentaria europea y poco más. Nunca ningún presidente había lanzado por la ventana tanto capital político ni durante tanto tiempo, tanto ascendente sobre la gente, para dedicarse al absentismo, a la inacción, al simbolismo más estéril. Muchos de sus colaboradores se lamentan en privado. He hablado con ellos, por eso puedo decirlo. Puigdemont podía haber hecho muchas cosas y ha decidido congelarse en el inmovilismo, y en apuntalar hasta sus últimas consecuencias a un favorito inmovilista como Jordi Sànchez. Puigdemont se inhibe de todo y, sólo cuando está de humor, hace algún tuit desde Waterloo, alguna declaración. Para entretenerse. Como pueden comprender, con esta colección de personajes Laura Borràs no puede ir ni a la esquina de la calle. Y, precisamente por eso, si no se va pronto, si no dimite, será vista como una más de esa colección de inoperantes y de incomunicados con su electorado. Más de dos millones de personas seguimos reclamando la independencia y buscando a unos dirigentes que no nos dejen tirados.