En la España en la que una chica pizpireta, la sal de la vida, es condenada a prisión por hacer chistes sobre el Almirante-duque Carrero Blanco, Javier Cercas debería ser encarcelado hoy, ya mismo. En Alemania o en Francia yo creo que ya lo estaría por el enaltecimiento del franquismo y de la ultraderecha que contiene su último libro, El monarca de las sombras. Una obra que quisiera despistar diciendo que no es ficción ni es novela, ni azul ni roja, en la que nada es verdad ni es mentira, pero en la que el sí-es-no-es, en definitiva, como ocurre siempre, resulta que es. Y es porque nunca el travestí ha engañado a nadie ni tiene nada de ‘ambiguo’ como lo califican algunos cursis. Todo el mundo lo ve a la legua y todo Cristo también verá que este último título de Javier Cercas, tan bien amanerado, bien afeminado y tan trans, no es más que una reivindicación de los orígenes ideológicos de su familia, de la Falange y del golpe de Estado, degenerado en guerra civil, que terminó con la España democrática el primero de abril de 1939. Y es también una operación comercial.
El monarca de las sombras es un libro –o provocación en forma de libro– que, desde el primer momento, quiere hacer negocio con los sentimientos más bajos del lector, con el rencor y la mala conciencia de los unos, con el sentimiento de injusticia de los demás. Cercas, tras haber acumulado tantos fracasos de caja desde Anatomía de un instante, no puede continuar sin ser el más vendido por Sant Jordi y ha preparado una obra que pueda escandalizar y gustar a la vez. Que provoque a los enemigos de las connivencias oscuras y que consiga confortar a los descendientes biológicos e ideológicos del general Franco como ya consiguió con Soldados de Salamina. Todo vale. Piensen que, para los que no estén interesados en el drama de la guerra civil y la posguerra, el libro de Cercas también tiene otros perjúmenes. Relata, por ejemplo, y sin que tenga nada que ver, como Viggo Mortensen le robó la mujer a su amigo David Trueba, la bella Ariadna Gil. Ya ven que Cercas haría cualquier cosa para agradar a todo tipo de lectores y ser el mejor pagado.
La idea de encarcelarlo no es tan bárbara. Seguro que así gana más notoriedad pública. Aunque no tenga el talento literario, ni la grandeza, ni la testosterona, ni los cojones, para decirlo claro, de Louis-Ferdinand Céline, también es cierto que España no acaba de ser Francia y de lo que se trata es de montar jaleo. De figurar. De ganar dinero y de matar la tarde. Lo que le pasa a Cercas es tan elemental que incluso se podría hacer una tesis doctoral. El chico Cercas es de buena familia. Todo el drama se reduce a eso. A mí me engañó diciéndome, un día que hablamos, que era de familia inmigrante como mi abuelo Gálvez pero no, oyes, ni punto de comparación. Su padre no era como mis familiares, un funcionario colonial del ministerio de Agricultura que hacía vida en la Hípica Girona donde Cercas jugaba elegantemente al tenis de los privilegiados. Se ve que cuando no juegan al tenis estos niños pijos pueden llegar a aburrirse mucho, piensen por ejemplo en lo que hizo el señorito Nerón con la pobre Roma. Se ve que de maquinar distracciones y entretenimientos pijos, Cercas pasó a urdir fantasías, evasiones y mentiras utilizando una vieja coartada argentina que a mí también me enseñó un desvergonzado dirigente de Podemos: te lo tienes que montar para que lo que haces parezca elevado, para relacionarlo de alguna manera con Jorge Luis Borges y líala parda.
Cercas juega a ser quien no es porque sabe que al final, siempre le estará esperando su casa pija, la ducha caliente, la ropa limpia y ordenada. Se viste de pobre y frecuenta los barrios inmigrantes de la periferia de Girona. O se hace el erudito en la universidad sólo habiendo escrito novelas. Hay días que se levanta y se siente una reencarnación de Ortega y Gasset y pontifica desde El País que el liberalismo no es pecado. Y habla de buenos y malos, con el mismo nivel de complejidad que el mecanismo de un garrote. Otros días se ve a sí mismo como un seductor y termina... Bueno, la vida subpectoral de Cercas no es muy interesante. Lo que sí es digno de mención es como su obra cada vez termina siendo más ridícula, más impostada, de modo que su antepasado no puede ser simplemente su tío-abuelo. No. Debe ser ni más ni menos que Aquiles. Es el rey del halago. Y su familia, hoy, que ha progresado mucho en la vida, no queda bien que tenga unos orígenes tan rancios como los del franquismo. No. Hay que dignificarla. Cuando Sergio Vila-Sanjuán, otro premio Nobel de las letras, escribió Estaba en el aire, sostuvo que no sólo había existido una gauche caviar durante la posguerra, que también había habido una droite caviar. Él también es descendiente de una persona significada con la dictadura. Confieso que si existió esta derecha caviar, entre tantas toneladas de caspa, entre tantos cadáveres amontonados, entre tanto expolio, nunca la he conseguido ver. El franquismo a lo que más se parecía es a ETA. Si algún día sale un escritor que quiera hablar del franquismo con el valor que Thomas Bernhard o W.G. Sebald hablan del nazismo, tendré mucho gusto en leerlo y de aplaudirle. O incluso me pueden defender el lado de los totalitarios. Pero sin máscaras, nenazas, que sois unos nenazas.