Esperaron a que otro partido ganara las elecciones en Catalunya. Para sus planes les daba igual el PSC, ERC, Ciudadanos, cualquiera ya les iba bien, lo importante era que no ganara Carles Puigdemont. Y una vez el partido del president Puigdemont —llamarle partido es una exageración; decir que es de Puigdemont es una mentira podrida— fue derrotado en las urnas, prohibieron la candidatura del president Puigdemont a las elecciones europeas. Un puñetazo sobre la mesa. Podrían haberlo envenenado como a Pau Claris, o provocado un accidente de coche, de hecho podían y pueden hacer cualquier cosa. Y les da igual quedar bien o mal en el contexto internacional, ya han llegado demasiado lejos para volverse atrás. De modo que ahora tenemos unos independentistas buenos, que sí se pueden presentar a las elecciones y unos independentistas malos, que no se pueden presentar. La CUP, por poner un ejemplo, no es ninguna amenaza real para el sistema pero Carles Puigdemont sí lo es. Como dijo esa gran persona, Joan Tardà, ese político con ese gran corazón, si era necesario sacrificar a Carles Puigdemont, debía sacrificarse, en el altar de la patria, en el altar de la conveniencia. Porque en esto están todos de acuerdo, de Vox al independentismo retóricamente más revolucionario. No a Carles el Grande. El enemigo número uno de España también es el enemigo número uno de algunos independentistas que no explican su porqué.
No sé si se entiende lo que quiero decir. Puigdemont molesta a todos los partidos políticos precisamente porque la lógica política de los partidos va en contra de la democracia real, de la democracia dinámica. La democracia está en peligro, lo están pervirtiendo, secuestrando, hundiendo, todos los partidos políticos, incluido Junts per Catalunya. Ahora esta jugada extraña, ahora aquella corrupción, después aquella otra payasada, aquella otra manipulación de la auténtica voluntad popular, aquella situación poco clara. En la sociedad de internet, donde todo se sabe —o donde se saben muchísimas más cosas que antes de internet—, todo el mundo ve que los partidos políticos no representan la voluntad popular sino los intereses inconfesables de unos cuantos listillos. Los partidos políticos son gestorías de intereses, sin democracia interna, sin ningún respeto por la voluntad popular a la que no representan.
Pero parece que ya nos va bien lo que está pasando. Parece que la sociedad catalana encuentra aceptable que esto sea así. Han prohibido el amarillo, han prohibido la estelada, han prohibido a Carles Puigdemont pero seguimos silbando y mirando hacia arriba, haciendo como si no pasara nada. Todos los partidos independentistas se presentarán a las próximas elecciones como si no hubiera pasado nada, como si la prohibición de Puigdemont no fuera inaceptable. Como si la carrera electoral fuera limpia. Nadie moverá ni un dedo. No habrá ni huelgas, ni concentraciones, ni protestas. No habrá ningún movimiento de solidaridad con Puigdemont. La ANC y Òmnium continuarán paralizando a la sociedad civil. Quizás se publica algún artículo como éste, de gente extemporánea que siempre protesta, pero no mucho más. Los catalanes estamos haciendo como los judíos en el Gueto de Varsovia, exactamente el mismo proceso mental. Creemos que cuanto más paralizados estemos menos nos van a dar, cuando es justamente, exactamente, al contrario. Cuanto más nos arrodillemos más daño nos propinarán, más buscarán nuestra destrucción como sociedad y como individuos. Catalunya es una gran nación, con una larga y gloriosa historia. Pero los catalanes de aquí y ahora hemos decidido, más allá de las buenas palabras y de las gesticulaciones, convertirla en una nación en miniatura. Un destino turístico en el que vivir tranquilos. Estoy con todos vosotros, conciudadanos míos, como siempre. Pero damos vergüenza, qué vergüenza más espesa y más roja.