Pobre gente. Unos más que otros, al final todos quisieron creer en la justicia española. Repasad la bibliografía internacional y comprobaréis que la contribución de España a la jurisprudencia del planeta es igual a cero. Pero los presos políticos no estaban para sutilezas y quisieron confiar. Estaban mentalmente aturdidos y necesitaban creer en la justicia, como aquel que se fía de un desconocido que pasa por la calle. Necesitaban creer en la ecuanimidad de la sala segunda del Tribunal Supremo. Estaban entre barrotes y decidieron que colaborarían, que pactarían juego limpio. Después de todo eran y son políticos. Les aconsejaron que colaboraran y, por ello, dejaron hacer y se dejaron hacer, delegaron esperando clemencia. “No. No se atreverán, sería demasiado gordo si nos juzgaran con enemistad, con repulsión o con odio. El mundo nos está mirando. Es la sala especializada, precisamente, en los asuntos penales, la que puede hacer más daño a los acusados”. Pues precisamente por eso. De modo que algunos, de buena fe, contrataron al abogado Xavier —o Javier— Melero, que conoce bien las complejas mentalidades carpetovetónicas, aquellos enjutos españolazos y españolazas, incluso aquellos insólitos bocadillos de calamares sin noticia alguna del pantumaca. Otros escogieron al cosmopolita Andreu van den Eynde, otros al sentimental Jordi Pina. Incluso hicieron participar a Marina Roig y a Olga Arderiu. Benet Salellas cometió la enormidad de ponerse una de las pocas corbatas de su vida para que no lo echaran a la calle a patadas.
Y entonces ocurrió lo mismo que acaba de pasar y que hoy traen todos los periódicos. Lo que ha reportado, escandalizado, Luis Navajas, el teniente fiscal del Tribunal Supremo, el adjunto, como si dijéramos, de la fiscal general del estado, doña Dolores Delgado —la gran amiga de Baltasar Garzón—. Consuelo Madrigal, fiscal especialista en menores, y Fidel Cadena, fiscal antiabortista, se levantan cada mañana decididos a construir un mundo mejor. Se esfuerzan mucho en su tarea. Y no solo trabajan, porque sobre todo contribuyen a la salvación de la humanidad. Para ello no hay nada mejor que separar las manzanas podridas de las sanas. No hay nada más sano que destruir las vidas de los acusados con una severa corrección carcelaria de varias décadas. Así aprenderán. Con enorme ponderación solo pidieron 25 años de ergástula para Oriol Junqueras, por ejemplo, mucho menos que los 74 años que pedía la acusación particular de Vox. Es una actividad penosa, mortificante, la de Consuelo Madrigal y Fidel Cadena pero alguien tiene que hacerla. Es como pasar la escoba o la fregona para que todo quede impecable. Y cuando no es suficiente con eso siempre pueden contar con la ayuda de la potente aspiradora del gran Javier Zaragoza. El fiscal que se hizo muy popular entre los independentistas catalanes y al que no sorprende encontrar como miembro de la Unión Progresista de Fiscales. El progresismo español es fácil de identificar.
Tanta limpieza han querido extender Madrigal y Cadena que se les ha ido la mano, sin querer. Una cosa es meter en el talego a unos cuantos catalanes —¿quién, en España, no se ha visto obligado a hacerlo?— y otra muy diferente es incriminar penalmente a todo un presidente del gobierno. Un poco de mesura, por favor, ni covid ni leches. Una cosa es perseguir a los enemigos de España y otra cosa es reclamar prisión para un español de verdad, aunque sea socialista. Luis Navajas ha tenido que recordar el pacto de no agresión entre todos los españoles de bien, la santa alianza que existe de Abascal hasta Pablo Iglesias pasando por Josep Borrell y Enric Millo. El mundo de la justicia española es muy entretenido, ¿no les parece? Todas esas personas tan interesantes, con esos apellidos sugerentes: Madrigal, Cadena, Navajas, Berdugo, Porres, Salas Carceller, Espín Templado, Borrego Borrego, Cuesta del Castillo, García-Perrote, Fernández Valcarce, De la Rosa Cortina, Adán del Río...