Este bello ensayo, disfrazado de libro de circunstancias, es un tratado político de gran categoría y de intencionada trascendencia pública. Escrito de manera irregular, a veces con poderoso ingenio, gran amplitud y profundidad, otras veces de manera apremiada y aproximada, con todo, este Discurso es, al fin y al cabo, una obra que tiene enormes virtudes y muy pocos estorbos. Un texto compuesto de análisis y reflexión, un ejercicio de inteligencia viva sobre la Revuelta de los Catalanes, sobre la identidad nacional catalana de hoy y sobre las consecuencias políticas de un fenómeno histórico inesperado para la mayoría de la opinión pública internacional, seguramente el fenómeno histórico más importante que hemos vivido y viviremos la mayoría de los ciudadanos protagonistas. Ramón Cotarelo (Madrid, 1943) ha inscrito su libro en la venerable tradición del libelo, de la literatura de combate que nace del siglo de las Luces, la gozosa tradición de los tratados que desbordan el ámbito puramente académico, judicial o especulativo para participar del debate público en forma de panfletos, de la disidencia política a través de los populares volantes, fascículos, panfletos y otros impresos que contribuyeron al advenimiento del régimen innovador de 1789. Como le pasa a todo intelectual de severa formación alemana, Cotarelo es al mismo tiempo un heredero del pensamiento francés, un seguidor vivencial del modelo insobornable y concreto de Voltaire, como le pasaba a Federico el Grande. Las cartas del escritor llevaban al fin y al cabo la fórmula "Écr. el inf.", es decir, "Écrasez l'infâme", "Aplastad al infame", o lo que es lo mismo, acabad con los jesuitas, los infames, con la intolerancia, con la Iglesia Católica. Hay que ser siempre intolerante con el intolerable, desconfiado con las doctrinas que se presentan como soluciones mágicas, indiferente con las unanimidades, incisivo con la maldad, permanentemente divertido con la estupidez humana. Hay que molestar. Desde que se retiró a Girona, un poco como Voltaire en Fernay, su retiro ha sido un retiro frenético, lleno de actividad política, publicista e intelectual. De aquí nace este nuevo homenaje a Catalunya, este libro que ahora comentamos, dirigido prioritariamente a los catalanes de la Revuelta, a los nuevos malcontentos.
Siempre han tenido pico las ocas, y siempre los observadores externos han hecho que nos demos cuenta de la perspectiva de la historia de Catalunya, como Pierre Vilar o como Stefano Maria Cingolani. O como Voltaire, que pensaba que Catalunya "puede prescindir del universo entero, pero sus vecinos no pueden prescindir de ella". Catalunya se ha vuelto demasiado importante en el contexto político internacional para dejarla exclusivamente en manos de los catalanes, de unos catalanes desprovistos de poder y, por lo tanto, de capacidad para establecer la ley y la orden, de ejercer colectivamente la soberanía. Hoy ya es innecesario, incluso imprudente, que la reflexión sobre la revolución esté monopolizada por los catalanes accidentales que somos la mayoría, por los catalanes de nación que nos sentimos a veces superados por la vivencia. La Revuelta de los Catalanes es un asunto mundial. El profesor Cotalero, catedrático emérito de Ciencia Política, natural de la capital del Reino y hoy catalán por elección, nuevo ciudadano de Catalunya y vecino de la ciudad del Onyar, pone encima de la mesa algunas consideraciones mayores que quizás hace falta tener en cuenta desde una perspectiva más innovadora, más libre y menos apaleada. Por ejemplo, cuando dice que el derecho a la independencia de Catalunya no está en la ley, efectivamente. “¿Y qué? Las leyes y las constituciones las hacen los poderes que son, no los que aspiran a ser o pudieran ser". La desobediencia, en este caso, es una necesidad política si la voluntad democrática de los catalanes quiere imponerse, tal como ha pasado por todo el mundo desde las Leyes de Manu o Manu Smriti, felizmente superadas. Catalunya tiene que ser consciente de su condición colonial si quiere librarse, independientemente de lo que pueda proclamar el derecho internacional, sin duda un derecho que es el ámbito del no derecho.
Catalunya es una colonia, no sólo porque es explotada económicamente sin límites y porque los administradores no conocen la lengua y la cultura de los administrados. Sobre todo lo es porque los catalanes se lo consideran, somos colonia por la misma razón que somos nación. Catalunya no está tipificada legalmente ni siquiera una minoría nacional, ni siquiera una nación marginal dentro de la nación española, una circunstancia que no cambia la realidad cotidiana. Como recuerda el profesor Cotarelo, somos una nación minorizada porque nuestra supervivencia está amenazada por determinadas actividades del Estado, consideradas legales sobre el papel pero que, en realidad, son ilegales si tenemos en cuenta los derechos de los pueblos. La causa de la independencia de Catalunya es a ultranza porque no consiste en arriar una bandera para desplegar otra. La causa de la independencia es la causa por la supervivencia del país entero. España trabaja con nuestros impuestos para destruir la conciencia nacional catalana, para acabar con nuestra cultura y nuestra lengua. "Si no conoces tu propia lengua, vives esclavizado", afirma el gran escritor keniata Ngugi wa Thiong'o, que ha abandonado el inglés en favor del idioma kikuyu, un lenguaje tan fabuloso como nuestra ignorancia, como nuestra indiferencia. Cotarelo constata: "En el sistema político español hay una presión continua y creciente, sostenida por una mayoría del electorado, por proceder a una ‘uniformación’ de Catalunya según la pauta castellana; o sea, una aniquilación de Catalunya, vieja ilusión unionista española.” Y es muy cierto porque “una nación es una comunidad de integración, no de asimilación. Si una nación trata de asimilar a otra, de negarla, no es una nación; es un imperio.”
La formación filosófica, profunda, que tiene el profesor Cotarelo no la tiene de adorno, ni para decorar los textos, la tiene para abordar la cuestión catalana desde la solidez argumental, ontológica podríamos decir. Cualquer cosa que existe tiene derecho a ser. Es el derecho originario, inherente a la condición nacional de Catalunya y al derecho a la identidad, colectivo o individual. Porque la identidad sólo es competencia del individuo o del pueblo que la tiene, independientemente de si esta identidad está reconocida legalmente o no. "Frente al gobierno tiránico, la rebelión es un deber. Solo es legítimo el gobierno por consentimiento." La reflexión política no se improvisa y está estudiada, ponderada, por los profesionales del estudio del poder en las sociedades democráticas avanzadas. Existen numerosos procesos independentistas, todos diferentes según el país que lo ha protagonizado y, es por eso, que no hay ningún modelo ni nunca se puede asegurar de que al final ocurrirá lo que nadie preveía. La principal convicción del intelectual auténticamente responsable es la falibilidad de los argumentos, la supremacía absoluta del pueblo y de la realidad política que va dibujando a lo largo del tiempo. La nación es un organismo vivo que se renueva constantemente, pero al mismo tiempo es un diálogo entre los vivos y los muertos, como pensaba Goethe, la presencia indiscutible en el vivos de "la voz de los ausentes" que decía Verdaguer, utilizando esta palabra que le es tan propia y popular. Y la nación en el contexto internacional actual necesita de un Estado que la proteja, de una estructura político-jurídica que sea aceptada por los ciudadanos. La nación es la lengua y no ninguna otra cosa, no puedo estar más de acuerdo con el señor Cotarelo. Por este motivo no podemos dejar de constatar que la relación entre el catalán y el español por todos los Països Catalans no es de bilingüismo o de plácida convivencia. La relación es criminal y de diglosia, destructiva, colonial, exactamente igual que la que tiene el español en relación con la lengua vasca o con la lengua gallega. O con el asturiano o el aragonés. El español ha destruido y sigue destruyendo todas las lenguas con las que convive, tanto en la Península como en la América hispana. Como antigua potencia colonial, España tiene un ejército que ha dejado de ser un cuerpo defensivo para convertirse en un partido político que condiciona la vida política del Estado como mínimo desde la guerra del Francés. Un poder fáctico que es el principal baluarte contra la independencia de Catalunya con el rey Felipe VI al frente. España sigue siendo un Estado degradado como durante los tiempos del franquismo. Según Cotarelo, después del espejismo económico, la crisis del 2008 dejó ver un país retrasado, sin mano de obra cualificada, sin competitividad, sin investigación. Aferrado a su propia satisfacción hecha de toros, pandereta, procesiones de Semana Santa y la cabra de la Legión.
Los estudios de Frantz Fanon sobre la liberación nacional argelina vuelven nuevamente a estar cargados de sentido cuando Cotarelo procede a aplicarlos al caso catalán, que yo sepa por primera vez. La psicología de la resistencia al ocupante se completa así con la psicología adaptativa del colonizado que colabora con los imperialistas, simplemente por espíritu primario de supervivencia, por capacidad de adaptación a la desdicha. Es desde esta perspectiva de conservación en la cual el libro de Cotarelo se convierte también un importante ejercicio de comprensión de las opciones de todo el mundo, de la más pragmática a la más idealista, incluso de ejercicio de inteligente reconciliación nacional entre catalanes partidarios de España y de la independencia. La frustración colectiva no viene de nuevo con la generalización del proyecto independentista sino ante las pobres contrapartidas del pactismo sumiso en Madrid, del posibilismo que ya no es capaz de ofrecer nada más que la imposibilidad de la reforma del Estado español. El retrato que Cotarelo hace de Catalunya es amistoso pero en ningún momento adulador ni complaciente. Es un retrato tierno pero al mismo tiempo severo, lleno de empatía por un pueblo continuamente frustrado desde el punto de vista histórico y continuamente resistente a la asimilación. De empatía por un pueblo y su clase política que intenta, de nuevo, decidir su futuro en contraste con lo que pretende la actual generación de la clase política española, empantanada, extraviada en el exclusivo egoísmo personal y en dejar pasar el tiempo haciendo la menor actividad posible. En gestionar la quiebra. Para Cotarelo la experiencia de Catalunya es la experiencia del disconforme que no se conforma, tozudamente alzado. La experiencia del entusiasmo por una sociedad mejor.