España nunca ha sido desnazificada, ni por encima ni por debajo. Ni se ha intentado nunca. La Guardia Civil continúa paseándose con un emblema fascista y no pasa nada de nada. Se enorgullecen de eso. Los jueces siguen luciendo los símbolos fascistas de la orden de San Raimundo de Peñafort y no pasa nada de nada. Se enorgullecen de eso. La FAES de José María Aznar se llama FAES —siglas que corresponden, en realidad, a Falange Española— y no pasa nada. Guiñan el ojo y se hinchan de orgullo. El pasado franquista no se ha guillotinado del presente, en seco, así que aún hoy se siguen defendiendo, justificando —o escondiéndose— horrendos crímenes del régimen, aún hay delincuentes que viven tranquila y honorablemente, mientras las víctimas y sus familiares no han obtenido reparación. Ni tampoco reconocimiento público de la injusticia que sufrieron. Y así, con la completa ambigüedad o con la subversión de los valores morales, difícilmente se pueden cerrar heridas que arrastran varias generaciones. No, así no hay luto que valga, ni concordia, ni convivencia, ni restitución de la dignidad humana. Ni, por supuesto, imperio de la ley. En España la ley no es lo que está escrito sino lo que, impunemente, digan los poderosos que dice la ley. En España el intérprete de la ley sustituye siempre a la ley. De tal manera que la Guerra Civil es una dinámica perpetua y sin enmienda, inevitable. Porque a nadie le gusta que le engañen y que, encima, se cachondeen.
En España un personaje como Rodolfo Martín Villa, antiguo ministro franquista de la Gobernación, es una figura honorable, un admirable servidor del Estado en momentos difíciles, un santísimo santo de la santísima Transición
Cada país tiene peculiaridades jurídicas, es cierto. Pero no hasta el punto de darle la vuelta al valor, al sentido de la justicia. Un asesinato es asesinato en cualquier lugar del mundo y un robo también, y una violación, y un secuestro. Y la tortura. En España se castigan actuaciones que no son reprobables ni en Bélgica, ni en Alemania, ni en Escocia, ni en el conjunto del ámbito jurídico europeo, como han demostrado los juicios a los exiliados políticos independentistas. Y a los raperos. En España se castiga la exhibición de una pancarta que pide la libertad de unos presos políticos con la destitución del presidente de una región autónoma. De un presidente legítimo, votado por el Parlamento. En España un personaje como Rodolfo Martín Villa, antiguo ministro franquista de la Gobernación, es una figura honorable, un admirable servidor del Estado en momentos difíciles, un santísimo santo de la santísima Transición. Además, con fama de honesto y riguroso, de político dialogante. Una figura merecedora del aval de los cuatro ex presidentes del gobierno vivos y de infinidad de personalidades de la vida política y cívica. Y sin embargo en la República Argentina puede ser declarado culpable de crímenes de lesa humanidad, en virtud de la jurisdicción universal. Sí, efectivamente, una cosa es, por ejemplo, la idiosincrasia salvaje, injustificable, de la corrida de los toros y otra, muy distinta, hacer creer que el toro no sufre. Que el toro no sufre y que, encima, el personal internacional será tan necio que se creerá tal falsedad. Una cosa es que España sea diferente y otra que la diferencia sea el gran refugio para los malnacidos.