No sé quién ha sido. Pero alguien decidió que debían aparecer los nazis y, tú, de pronto aparecieron ayer, impunes, por primera vez en los disturbios de la noche barcelonesa. Encantados de la facha que tienen. Y es que los llaman fachas por algo. Quién sabe si les han asegurado que las bullangas van a la baja, que la noche del jueves al viernes fue más suave que las otras. No haga caso, es exactamente todo lo contrario. Ayer fue la noche más negra y más salvaje, la más vandálica. Y es que con la llegada de los nazis llegaron las armas blancas, los cuchillos carniceros, las palizas gratuitas, las banderas con la Cruz de Borgoña, con un Sagrado Corazón como una granada de mano, las estanqueras decoradas con la gallina negra de Franco. Toda la parafernalia de una guerra que todavía creen que ganaron. Ayer les soltaron.
Aparecieron los nazis en Barcelona como si fuera una compañía de paramilitares que hacen la guerra sucia que el ejército regular no se atreve a hacer, como si el tiempo no hubiera pasado. También venían de la parte alta de la ciudad el 19 de julio de 1936, cuando los de la Falange acompañaron a los soldados golpistas hasta la plaza de Catalunya, allí donde el pueblo de Barcelona los acabó derrotando. Ayer los nazis no marcaban el paso de la oca, que es muy cansado, sólo se hacían los gallitos, se hacían los niños terribles, y para acojonar al personal, a traición, le rompieron la jeta a un pobre chico que se había rezagado de su grupo. Miedo, la verdad, no daban. Más bien asco, en especial cuando las cámaras descubrieron, como si fuera amor, la íntima camaradería de uno de esos cafres con un policía uniformado. No, no se esconden. Han venido a conquistar, a provocar, a intimidar. A contribuir al fuego. A impostar e imponer. La televisión pública española los hacía aparecer en pantalla, en directo, presentándolos como “partidarios de la unidad de España” que se enfrentaban a los malvados independentistas. O sea, que la información, a la manera española, ya se ha convertido en pura propaganda, en adoctrinamiento sin vergüenza. Con más odontología que deontología, vamos, con más morro. Si la agencia EFE todavía se llama así, con efe, en honor a la Falange y a Franco, ¿por qué deberían cambiar ahora?
Los nazis catalanes creen que sólo se enfrentan a bobos antisistema o a los independentistas del lirio en la mano, pero están muy equivocados. Y es que hay que entenderles. Ser nazi y estar completamente equivocado cae por su propio peso, es que una cosa lleva a la otra. El racionalismo que gastan no es precisamente de los más brillantes. De hecho, se enfrentan a la fuerza humana más fabulosa que hay en el mundo. Verbigracia, al anhelo de libertad, al individualismo, a la disidencia, a las identidades que ya no se dejan marginar más, al rechazo a la injusticia. Al principio universal de llevar la contraria. Se enfrentan a los herederos de las revoluciones americana y francesa o lo que es lo mismo, a los ganadores de la guerra de 1945. El españolismo rampante de hoy, conducido por la ultraderecha más fantoche, tiene todos los enemigos posibles porque es un sinónimo nítido de injusticia. Porque es sinónimo de tiranía. No es que no soporten a los catalanistas, qué va, no. Tampoco pueden ni ver a los vascos ni a los gallegos, tampoco a los portugueses. Ni a los magrebíes, tampoco a los latinoamericanos. Desprecian a los orientales, a los judíos, a los indios, a los protestantes. Odian a los ingleses, a los franceses, a los yanquis, a los negros, a los homosexuales, a los bisexuales, a las feministas y a los feministas, a los ecologistas, a los pobres, a los humildes, a los marginados, a los emigrantes. La lista es infinita y podría resumirse así: los nazis odian todo lo que ellos no son. Para derrotar al independentismo democrático necesitarán algo más que cuatro insultos, cuatro palizas y cuatro fantasmas disfrazados de soldado. Ya no saben como tratar de darnos miedo. Las urnas siempre ganan, el voto siempre gana, la democracia siempre termina ganando. Incluso lo reconoció ayer Alejandro Fernández en el Parlamento. Sí, ése que trabaja en el PP.