Hoy es el día. Hoy se produce la manifestación como una fuerza vidente y viviente de la naturaleza, venga, va, detente un momento y levanta los ojos para contemplarla si puedes, si sabes, si ves su belleza, su dulce majestad, aquí la tienes, la manifestación toda que no podrás con ella, es el pueblo que se ha levantado en desarmes, el pueblo que se levanta en alarmas, la nación mediterránea de pie y serena, que se planta una vez más para decir que ya está, que el futuro ya ha llegado y que la libertad debe imponerse. La manifestación son millones de catalanes unidos en una camiseta multitudinaria que cívicamente, de manera adocenada, chabacana, festiva, sudada y desvergonzada, que de manera popular, impertinente y descomunal, tozudamente, se levanta contra el caos y la injusticia para expresarse. Da igual que algunos sabios hayan sentenciado que no se conseguirá una independencia con manifestaciones, los sabios siempre sentencian que los pobres sólo saben hacer de sabios, porque no lo entienden, porque nadie acaba de entender exactament qué es esta manifestación pero aquí la tenemos, efectivamente, desbordándose por las calles. Un año más para mostrar pacíficamente al mundo la existencia viva de la nación catalana, para mostrarse a sí misma como se muestra el cuerpo desnudo de una persona frente al espejo y se reconoce que, con el sexo al aire, es una presencia tan impúdica como rotundamente auténtica. La manifestación es la manera catalana que la reciente tradición ha consolidado para reclamar la democracia del siglo XXI, para exigir el voto vinculante de la mayoría frente a la tiranía del colonialismo y también contra la tiranía egoísta de los partidos políticos. La manifestación es la manera en que un pueblo pacífico y determinado demuestra su fuerza cuando le han prohibido el voto con violencia, represión, prisión y exilio. Nadie sabe cómo se hace pacíficamente una independencia pero la manifestación lleva años dispuesta a averiguarlo y a continuar insistiendo. Si España es violencia, decir que no a la violencia es continuar diciendo que no a España.
Si España es violencia, decir que no a la violencia es continuar diciendo que no a España
Ved la bandera de España y después la de Catalunya. Dejad por un momento el hecho que la una proceda de la otra, que incluso en esto el españolismo es un excesivo ejercicio de apropiación. Fijémonos ahora sólo en los colores que son los mismos, idénticos, el oro y el gules, o como se llaman popularmente, el amarillo y el rojo. Para los unos, los de la nación imperial que hoy retiene los últimos trozos del imperio en liquidación, cuando contemplan estos dos colores, ven lo que quieren ver, quieren ver el oro del imperio y la sangre derramada por los valientes, incluso la arena amarilla y la sangre de la plaza de toros. Siempre os hablarán de la presencia obscena de la sangre. Y curiosamente la bandera de las cuatro barras no es vista como rojigualda sino como oriflama, porque los catalanes también hacemos lo mismo y vemos lo que queremos ver. En este caso la combinación del oro de la opulencia del comercio y del desarrollo, el oro brillante del intercambio, el amarillo de la disidencia, de la discrepancia, de la alarma, acompañado del rojo, de la llama del fuego que calienta el hogar y la conciencia del espíritu, la llama ardiente que es un clamor de vida.
Hoy se desarrolla la manifestación que merece ser mirada y vista aunque habrá quién no la quiera ver, quién la niegue o se burle de ella. Esto no es lo más importante. Lo importante, como ocurre con el ejemplo de las banderas, es saber qué vemos nosotros, qué queremos ver y de qué nos sentimos legítimamente capaces, determinados, contra cualquier forma de inclemencia.