No hay nada como el miedo, no hay nada, no, nada más vivo ni excitante en el mundo. Es verdad que puede guardarte la viña, e incluso subirte a la montaña rusa, pero también sabe cómo atrapar al amor cuando sólo pasaba por la calle, entonces lo estrangula y lo embandera como un harapo al viento. Hace esto con lo que antes tanto habías deseado, necio. El miedo destruye a las personas por la parte de dentro y te mata las ganas de vivir. De repente, también te puede arrancar el tiempo de los relojes, por eso en cuanto tienes miedo te pones a imaginar lo que vendrá, lo que quizás será pero quizás no. Y piensas en lo que ya viviste, cualquier cosa menos el tiempo que ya estás respirando.
La historia de los presos y de los exiliados independentistas no se entendería sin este señor rey el miedo, sin ese desasosiego que nos hermana a todos los humanos, a los valientes y miedosos, catalanes y no, engreídos y vulgares, temerarios y gallinas. Sólo los tontos no le han conocido bien. Y como unos fueron encarcelados y después indultados, y como otros todavía están en el exilio y España ya ha descabezado a la dirección independentista del Primero de octubre, ahora todo son reproches e insultos. De los españoles que quisieran aún más venganza. De los independentistas que quisieran la independencia ahora mismo y aquí. Porque parece ser que, según algunos, romper con trescientos o quinientos años de España imperial sólo son ganas de ponerse a la obra. Y tener lo que hay que tener para tener descendencia. Y de bañarlo todo con bastante sangre, a la manera de ETA y de la confección tradicional de la butifarra negra.
De modo que la mayoría de la sociedad catalana está junto a los expresos y exiliados titulares, toda la nación se hace cargo de ese miedo y de muchas otras cosas, de otras formas de emoción humanas y animales. Que compartimos con todos los políticos independentistas perseguidos. Digo que no nos creemos mejores que nadie y por eso muchos se han metido la mano en el bolsillo para ayudar. El problema es otro. Entendemos e incluso podemos compartir el miedo y todala ristra de demás emociones. Lo que nos repugna es la mentira, la mentira tradicional de los políticos. Mitológica, arraigada. Esa obsesión tan catalana del querer quedar bien nos aplasta como sociedad avanzada y profundamente disconforme con la injusticia social. De la mentira de los políticos ya estamos hartos como ya ha entendido Jordi Pujol, ejemplo virtuoso de lo que hoy nos exaspera. No es el dinero. Es la dignidad humana, la identidad catalana, porque reclamamos verdad y no mentira para la patria aún no nacida.
“No tengas miedo” podemos leer en Solitud. Y Víctor Català añade: “Es un mal bicho el miedo, y se tiene que desnidar”. Y todavía dice esto que copio: “El miedo se lo hace uno, véase: que las cosas del cielo y de la tierra, se cuidan muy poco de nosotros...” Al final resulta que ellos preferían ser políticos presos que presos políticos. Los hechos son los que son y por eso nadie se cree que, al menos ellos, vuelvan a hacer nada. Jordi Cuixart también decía, entre barrotes, que no quería solucionar su situación personal sino el conflicto político de Catalunya. Y mírenlo ahora, con el indulto, aceptado del todo exactamente igual que los demás que se callaban. Junqueras también dijo en qué agujero del cuerpo se podían meter las autoridades españolas el indulto. Pero, al final eran políticos presos, al final era toda la vieja palabrería entre pícaros que se toman el pelo los unos a los otros, entre sietemachos, entre vendedores de alfombras, entre estafadores. Lo ha explicado muy bien Carles Mundó, sonriendo por debajo de la nariz, viendo la desfachatez cósmica de su admirado Santi Vila Saltimbanqui, el amigo entrañable de Carles Puigdemont que logró un único día de reclusión por todo aquello.
El miedo a Carme Forcadell se puede compartir o no. La vanidad, quizás también. E incluso las ganas de que, en prisión, podía tener de conversar con Pilar Urbano, la biógrafa de una persona tan rabiosamente interesante como la reina emérita de España Sofía de Schleswig-Holstein-Sonderbourg-Glücksbourg. Lo que ya es escandaloso es que se calle como una momia egipcia cuando le preguntan por el supuesto racismo del independentismo político. Cuando Urbano le pregunta si “Carles Viver i Pi-Sunyer había indicado cierta limpieza de sangre, por lo que a los funcionarios del Estado destinados en Catalunya, si no eran catalanes de origen, se les repatriaría a España”. Y resulta inadmisible que como presidenta del Parlament, segunda autoridad de la administración ordinaria del Estado Español en Catalunya, diga ahora que no estaba informada de las penas de prisión a las que se exponía. Carme Forcadell no ha hecho nada bien prestándose a propagar la idea de El Español de que la independencia de Catalunya es un montaje extranjero, imputable al lobby Independent Diplomacy de George Soros. Porque los catalanufos somos tan ínfimos y negados que no somos capaces de nada. Que fue una estrategia diseñada “desde arriba y desde fuera” del Estado español, como afirma Pilar Urbano, señora o señorita del Opus. En fin. Cuando Forcadell acusa al presidente Puigdemont de mentir y de trasladarse a Bruselas en secreto, sin informar a la masa indisciplinada, bocazas, cainita, sobreexcitada y traicionera que formaba aquel estado mayor separatista, algunos pensamos que el Muy Honorable hizo exactamente lo correcto. Muy bien. Porque Forcadell demuestra con todo lujo de detalles que no merecía ningún tipo de confianza. También porque no se trasladó a Bélgica como Puigdemont, el presidente legítimo de Catalunya, ordenó a todos los líderes independentistas. Al final sólo Toni Comín y Clara Ponsatí le apoyaron, para que nos damos cuenta de la cohesión de aquel equipo tan fuerte y diverso que debía llevarnos a la libertad. Pero, por favor, del exilio y de los exiliados hablaremos el próximo día.