Que los presidentes Torra y Sánchez hablaran ayer no es la noticia. Porque todos sabemos que se puede charlar mucho, departir, cotorrear, perorar y, en definitiva, no decir nada. Se puede hablar perfectamente sin decir nada, como nos enseñaron Joan Capri y Mario Moreno Cantinflas. A los políticos profesionales les gusta ser verbosos y oscuros, falsamente sutiles, porque tienen mucho que callar, porque si habláramos claro, como tratamos de hacer algunos comentaristas, no saldrían muy bien parados. Tienen mucho más por callar que por decir. Porque viven de nuestro bolsillo. El descrédito de los políticos profesionales, en nuestra sociedad, ha ido creciendo a medida que la política se ha vuelto cada vez más una necesidad popular, a medida que se ha generalizado el uso de las redes sociales, a medida que la Revuelta los Catalanes se ha convertido en una realidad permanente. A medida que el pueblo soberano se informa por sí mismo, libremente, a través de internet, el periodismo tradicional se ha puesto en cuestión. Pero sobre todo, se ha puesto en cuestión lo que dicen los políticos, porque lo que dicen contrasta enormemente con lo que hacen. El pueblo catalán es consciente cada vez, con más certeza, del enorme poder que tiene la unidad popular, la fabulosa capacidad de cambio que tiene una sociedad que ha decidido ser dueña de su propio destino. Y el personal no está dispuesto a vivir en el engaño si lo puede evitar.
Quim Torra, el intelectual reconvertido en presidente vicario, claramente interino, no gusta nada a los políticos profesionales, y especialmente, a los españolistas más febriles y poseídos de la verdad imperial. A mi me gusta precisamente porque no es nadie, no es un hombre ni poderoso ni importante, porque no le apoya ningún poder fáctico, sólo cuenta con la simpatía de los indepedentistes desengañados de los partidos políticos. Porque no cede y no tiene ningún compromiso secreto con ningún poder oscuro. Y porque es lector de Dickens, una manera como otra de tratar de ser feliz. Si ayer nos hubiéramos informado por los medios de comunicación de Madrid hubiéramos podido pensar que Barcelona era, nuevamente, la rosa de fuego, una ciudad sublevada en armas (¿qué armas, si las fuerzas españolas las tienen todas?), Una ciudad sin ley ni orden , en la que, el maléfico presidente de la Generalitat llamaba a la insurrección y a la violencia. Pero no. Barcelona fue, como siempre una ciudad colonial, tomada por la policía, con algunos manifestantes testimoniales. Sensatez, saber estar, cordura y educación a la catalana, seca. Después de la orgía de mentiras y de exageraciones de la prensa españolista, lo cierto es que Quim Torra i Pla quiso hablar, hizo admirablemente de anfitrión, departió con el presidente Sánchez y le intentó hacer entender que la represión no es solución ninguna para el conflicto catalán. Que un día u otro quizá se cansarán de mentir, de provocar, pero que el independentismo ni cede ni piensa ceder. Que el independentismo no es una aventura. Que según las últimas encuestas el independentismo ya es la opción del sesenta por ciento de los catalanes. Seguramente gracias a la ayuda inestimable de los sagaces hombres de Estado de España ya que la clase política independentista, infame, no hace más que pelearse y distraerse en luchas absurdas. La verdadera noticia de ayer no fue la reunión gris con Pedro Sánchez sino que Carles Puigdemont, Marta Rovira y Maria Sirvent, representantes de los tres partidos independentistas, en Ginebra, reclamaron nuevamente la unidad de acción de los partidarios de la separación de España. Y que el Estado español deberá responder internacionalmente por haber vulnerado los derechos humanos. Quim Torra no ha cedido a la provocación, esta es la otra gran noticia.
El president Torra habla y es razonable. Pide a los independentistas que no cedan porque él no piensa ceder en absoluto. Piensa que la vía eslovena es una vía honorable, porque no es una vía violenta sino democrática, porque los muertos no forman parte de la vía eslovena. Quim Torra conversa y continúa hablando aunque le calumnien, aunque le escupan, aunque lo quieran encarcelar, aunque todos los políticos profesionales estén conjurados en contra de él. A mí me admira este hombre tímido, feo, con gafas, que se siente incómodo con el protocolo, que no le gusta mandar ni que le manden. Que tiene ganas de irse a casa cuando haya terminado lo que ha venido a hacer. A mí me admira que tengamos una democracia tan madura en que un político que no es profesional quiera hablar en nombre de Catalunya, de todos nosotros, y defender nuestro derecho a la independencia política, nuestro derecho a la libertad como pueblo.