El hombre joven se llama Ibra y es atractivo y reluciente como la noche más negra, piel de berenjena recién cosechada. Una caja le llevo yo a usted. Es hijo de una pequeña ciudad catalana, pongamos por ejemplo, de Olot mismo; de Olot, Olot, de toda la vida, como otros que también tienen familia en Gambia. El anciano se llama Pep y tiene unos ojos azules cinematográficos, carne de berenjena antes de freír, blanca como la berenjena por dentro, pero no tanto como el pelo, que todavía lo tiene. También es exactamente de Olot de toda la vida pero nadie le pregunta nunca de dónde viene su familia y es una suerte porque tampoco sabría qué contestar. El hombre joven y el hombre mayor están dentro de un bar y unos cuantos conocidos me lo riñen porque le ha hablado en castellano a Ibra. Pero si habla el catalán mejor que tú, tonto, va, no hagas el ridículo. A los del bar les gusta mucho meterse en las conversaciones de los demás. Pep hace ver que lo ha entendido y suda, desconcertado, le dice dos frases pequeñas en catalán y luego vuelve a su rudimentario castellano y poderosamente inculcado. Llega un momento en que le dejan por imposible porque no sabe por qué pero lo traduce todo, se deja lleva por la inercia y a la hora de pasarle el teléfono al Ibra para que le suba a casa la caja de las berenjenas, setenta y cuatro escalones gordos, junto a un número con letra de rendondilla escribe José, no le gustan nada los malentendidos y él siempre se ha sabido explicar.
Siempre se ha hecho entender en castellano, hablando con la Guardia Civil y la policía, con los militares, con los notarios, con el juez, los funcionarios, con los maestros de la escuela, con el médico y las enfermeras, con los camareros forasteros, con los vendedores forasteros, con los compañeros de trabajo forasteros, con los subordinados forasteros, con los mandamases forasteros. Quizás la primera palabra que aprendió en español es jefe y no sabría decirla en catalán, porque mandar es en castellano y cuando había pesetas como los euros, estaban en castellano. En Olot la gente mayor no dice manar dice mandar. De acuerdo con su experiencia, él ha tenido que adaptarse siempre al castellano, los castellanos o los que hablan en castellano nunca se adaptan ni hablan catalán. En cambio, y todo el mundo siempre ha hecho como él, los catalanes se han tenido que espabilar en castellano porque el castellano sirve para todo y el catalán no sirve para nada, es una lengua más pequeña. No es que le hayan obligado a expresarse en castellano, es que era imposible utilizarlo fuera de casa, fuera del grupo de amigos y vecinos, de conocidos y saludados.
Ibra es muy valiente. Yo lo miro y me daría miedo que me levantara ni un dedo. Es muy valiente porque habla en catalán con todo el mundo, incluso con los Mossos d'Esquadra racistas que le miran mal, incluso cuando ha tenido que hacer de testigo en un juicio, o cuando ha tenido que ir a Girona a renovar el DNI. Ibra sabe que tiene los mismos derechos que los demás pero por ser negro y catalán mucha gente está dispuesta a tratarlo como un ciudadano de segunda, como un humano inferior a los demás. Cuando mantiene una conversación bilingüe catalán-español se da cuenta siempre, siempre, de la tensión, de la agresividad, de la hostilidad del castellanohablante porque a él hay que hablarle siempre en cristiano. Puedes hablar la lengua que quieras pero con una te sonríen y con la otra te ponen mala cara o directamente no te entienden. Hablan de igualdad entre lenguas, entre razas, entre sexos, pero Ibra sabe que vive en una sociedad secuestrada por la hipocresía y por la intolerancia. Quieren borrar Cataluña del mapa pero, si de él depende, esto no ocurrirá nunca.