No creo en las casualidades; el cosmos, en realidad, es un caos y no existen las coincidencias. El asesino siempre vuelve a la escena del crimen, no vuelve porque sí, vuelve precisamente porque es el asesino. Buenos días. Creo más en la desconfianza, me hace sentir mejor, tío, porque ya me han engañado muchas veces, porque a menudo me he sentido estafado, y no quiero que me tomen más el pelo. Ya es suficiente. A ver, los hechos son los hechos, bastante objetivos. Y tenemos el hecho, indiscutible, que cuando yo no escribía sobre política, en esta misma columna, fue la época en la que Catalunya estuvo más cerca de la independencia. Curioso, ¿verdad? Hace días que pienso en ello. Al hacerme cargo de este pedacito de El Nacional,el independentismo comenzó a tener graves problemas, hasta llegar al fatídico primero de octubre de 2017. Un poco de memoria. ¿Dónde estaba yo ese día? Pues sí, yo estaba en Sant Julià de Ramis, dentro del polideportivo que asaltaron militarmente, a dos metros escasos de la urna presidencial en la que debía votar Carles Puigdemont. Y luego, cuando se fue la Guardia Civil, qué sorpresa, también se me pudo ver cerca de Cayetana Álvarez de Toledo, con la que no intercambié ni media palabra. ¿Podemos estar seguros de lo que significa esta inesperada coincidencia en el tiempo y el espacio? Yo, francamente, no. A veces la mano derecha no sabe lo que hace la mano izquierda. A veces pensamos que nos hemos pasado la noche durmiendo y no hemos dormido en realidad. Y que yo no recuerde algunos momentos de mi biografía no quiere decir nada. O tal vez, precisamente, toda esa amnesia significa algo. Sí, de acuerdo, desde los quince años me he manifestado como independentista, pero precisamente, está claro, los agentes dobles, los traidores, son reclutados entre los que parecen insobornables. Cuanto más ecologista es una persona menos imaginas que, dentro de la bolsa de basura, ha metido el plástico sin separarlo de lo orgánico. Aparte, estuve escribiendo, en español, durante once años, en La Vanguardia, una auténtica estructura de estado. De Estado español. Y no puedo decir que recuerde todo lo que viví. He cenado con Valentí Puig, con Ponç Puigdevall, he comido con Ramon Cotarelo, pero también con Joan Puigcercós y con Joan Tardà. He bailado la polca con Carme Riera. A Zoé Valdés le di besos. He comprado carquiñoles en la pastelería Puigdemont, en Amer.
El independentismo ha llegado a un punto en el que todo el mundo recela de todo el mundo, todo el mundo vigila, espía. Los políticos son dignos de poca confianza pero, quizás, sólo digo quizás, quizás los votantes no somos mejores. Todos los partidos independentistas, todos, nos han decepcionado, nos han estafado, pero los partidos españolistas tampoco es que tengan demasiado satisfechos a sus electores. La sociedad catalana está politizada como nunca lo había estado, está muy informada, y por eso ya no cree en cuentos chinos. Somos incrédulos porque somos catalanes, y como somos catalanes somos incrédulos, los más desconfiados del cosmos, o del caos, según cómo se mire. La estrategia de Esquerra, de Junts per Catalunya e, incluso, de la CUP, es siempre la misma. Ahora son independentistas radicales, rupturistas. Después son pactistas, procesistas. Ahora habla Marta Rovira, ahora habla Pere Aragonés, ahora habla Clara Ponsatí, ahora habla David Bonheví. Ahora calla Anna Gabriel, como la momia de Nefertiti. Los partidos hacen como las grandes empresas y, como la Coca-Cola, ofrecen al mercado varias opciones, varios productos, el jarabe con azúcar, sin azúcar, con cafeína, sin cafeína y sin azúcar. Sin azúcar pero con cafeína. Con vainilla. Con la chispa de la vida.
Por pragmatismo, los partidos viven de la actual situación política, viven de España. De modo que sólo los políticos con recursos propios pueden oponerse, en la práctica, realmente, al sistema clientelar, colonial, de la España que siempre puede comprar voluntades. Mas dejó de ponerse flamenco cuando vio que se podía quedar sin casa. Así que la independencia la estamos pagando y la seguiremos pagando, ya que nada es gratis. Y como el catalán es un ser humano escéptico, el independentista se convierte, a la fuerza, en un revolucionario escéptico, en un partidario de tener los pies en el suelo pero también de proyectar un mundo mejor. Hay que desconfiar siempre, pero ¿hasta donde hay que desconfiar? También tenemos que convivir con la teoría del pato. Si encontramos un animal que se mueve como un pato, que nada como un pato, que grazna como un pato y que tiene el aspecto de un pato, lo más probable es que sea un pato. Lo más prudente es no poner todos los huevos, del pato, en el mismo cesto.