La palabra más bonita es la palabra no. Es la que utiliza Oriol Junqueras cuando le piden un único partido independentista para terminar el proceso de independencia. O una alianza hasta la separación. El no mancha y realiza mucho curro puesto que sirve para volver a ser el dueño de tu casa, para protegerte de influencias externas nocivas, el no sirve para no dejarse llevar ni disolver, el no es la raíz última de la libertad, de la disidencia, de la independencia, de la tuya y de la del país. No queremos formar parte de España, no queremos que nos sigan colonizando ni reprimiendo, no queremos financiar, con nuestro esfuerzo, nuestra propia represión y sumisión, no creemos en las pistolas, que canta Raimon, no nos relacionamos con quien nos quiere suprimir, borrar, deshacer, no apoyamos a quien vive solo para que nosotros dejemos de vivir y de ser como somos. Por lo tanto, si los tres partidos independentistas son soberanos y tanto pueden decir que sí, como Esquerra y la CUP, también pueden decir que no, como Junts. De hecho, Junts debe investir a Pere Aragonés como presidente de la Generalitat porque ERC ha ganado las elecciones dentro del ámbito catalanista —ya no existe el catalanismo sin separatismo, la cosa ahora es así— y mantenerse fuera del gobierno tiene muchas ventajas, como durante tantos años hizo Jordi Pujol en Madrid, contra la opinión de Miquel Roca, de Duran i Lleida y de la derecha españolista, que llegó a ofrecerle la presidencia del gobierno de España a cambio de realizar pinza contra los del PSOE. CiU nunca formó parte de un gobierno de España. Como mucho, José María Aznar decidió nombrar ministro a Josep Piqué porque decían que era convergente y al final todo el mundo vio que lo que era, en realidad, era un firme militante individualista de sí mismo. Pujol desde fuera condicionó muchos gobiernos del PSOE y uno del PP, porque desde fuera de un gobierno puedes hacer muchísimas cosas y desde dentro, siendo el socio minoritario, lo cierto es que no tantas. O nada si el gobierno es un gobierno de la Generalitat, en la práctica despojado de cualquier poder y de cualquier margen de actuación política. Aquí la palabra no todos la sabemos, y si Esquerra la ha pronunciado tanto como le ha convenido, no hay ninguna razón para que Junts no haga lo mismo. Decir que no le sirvió a Pedro Farsánchez para llegar a la presidencia del Gobierno. Marcel Marceau, el gran mimo, decía la única palabra que se oía en la película de Mel Brooks La última locura —Silent movie— con gran convicción. Los mimos no hablan nunca, pero allí, excepcionalmente, dijo que no. Que no.
Del mismo modo que no podemos ir a la confrontación directa con el Estado, al unilateralismo, a pelearnos por la independencia sin un gran acuerdo entre Esquerra, CUP y Junts, tampoco podemos volver al autonomismo sin un gran acuerdo entre los tres. Y es el no la gran solución. Gandhi consiguió la independencia de la India abrazándose al no. No colaboró con la metrópoli colonial, no cedió, no quiso decir que sí. La misma fórmula sirve para proteger la lengua catalana. Si los colonos tienen todo el derecho constitucional de hablar solo español y no de no entender el catalán, los partidarios de nuestra lengua nacional podemos no entender el español, negarnos a tener ninguna conversación que no sea en la lengua del país. Solo una semana haciendo huelga de comprensión castellana, solo con que un amplio grupo de catalanes decidiera durante una semanita olvidar momentáneamente el español, y España estallaría en mil pedazos.