Qué quieres que te diga, hay detalles, pequeños momentos, colores, formas, que solo los entiendes cuando los tienes todos juntos y comparas, como en un álbum de cromos, como en una colección de conchas de mar que has ido recogiendo de lo que te has ido encontrando por la playa. La estampa marcial, la manera solemne y hierática, todo polvo, sudor y hierro, del mayor Trapero frente a Felipe VI, rey de España, en Barcelona el otro día, fue magnífica, castrense. Se entendía perfectamente. Parecía vestido de Hugo Boss, luciendo las medallas con el emblema de la Guardia Civil que le han concedido y que todo el mundo sabe que son inequívocamente fascistas, con la espada y el haz de lictor. En una democracia auténtica, los símbolos de la ultraderecha extremista son cómo hacerle un corte de mangas a la sociedad de la convivencia y que quiere vivir y dejar vivir en paz, son una burla a los ciudadanos, un matasuegras, son como los cuernos de búfalo de aquel exaltado pasando por la puerta, entrando en el Capitolio de Washington.
Porque lo sabe perfectamente, Josep Lluís Trapero se las dejó de poner y ahora las vuelve a lucir, esas medallas de la meretérita, porque entre militares ellos se entienden bien, el monarca y el jefe de las gentes de armas de Catalunya que, como el Cid, oh mío Çid, ahora ha cambiado de señor. Al fin y al cabo, Felipe de Borbón y los Franco son familia, no podemos olvidarlo. Trick or treat pidieron al policía, al gendarme, truco o trato, des bonbons ou des coups de bâton, y le quedan tan y tan bien los guantes blancos al mayor como a la reina de Inglaterra, puñeta. Mossos Democràcia, Guilleries, Adic-INT, Agents Rurals, Adic GIR, Sector Públic per la Independència, Bloc Públic Independentista y Miquelets del Port se han quejado de esta exhibición de servilismo de la primera pistola de Catalunya, en vano.
En vano porque Trapero ya ha pasado el Rubicón sin mirar atrás, sin volver ya más a casa de Pilar Rahola a hacerle una paella y a tocar con la guitarra Paraules d’amor, senzilles i tendres, ay señor. El conseller Elena lo tiene confirmadísimo en el cargo, ya ha expresado públicamente que le da confianza, a él y a los “18.000 agentes de los Mossos d'Esquadra por igual”. Parece como si hubiera sido el conseller que se hubiera cuadrado ante ese político sagaz que hemos descubierto en el mosso Trapero, un político que da discursos sin dejar el uniforme que le queda tan y tan bien. En España la tradición es que los militares nunca dejan el uniforme, sobre todo cuando hacen política. Los chicos de Vox-Nox pueden confirmarlo cuando queramos.
Pero ya que estamos. ¿Podemos confiar en los gendarmes catalanes o en gendarmes de otros lugares? En Noia, A Coruña, un tribunal militar acaba de condenar a cuatro guardias civiles por humillar a un compañero civilón con insultos como: “Arriba España y muerte a los maricones”. Iba a traducirlo al catalán, sin embargo, queda mucho mejor en español, tú dirás. VOE, oigan si no queda bien esto: “Los maricones no deberían estar en la Guardia Civil” o “prefiero tener un hijo muerto o drogadicto que maricón”. ¿Qué debe pasar con el uso de las armas y la difusión inevitable de la ultraderecha? ¿Cómo lo hacen para que los uniformados, si es que se decantan, se decanten siempre hacia el mismo lado? Aquí, en la España colonial, estas cosas no ocurren. El año pasado Angela Merkel fulminó a una unidad de élite, entera, del ejército alemán, porque tenía vínculos con la extrema derecha. Habían acumulado parafernalia nazi y habían robado explosivos y armas en previsión de una próxima guerra civil alemana, dijeron. Merkel, en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa del 20 de abril de 2021, preguntada por la senadora de Esquerra Republicana Laura Castel sobre la ideología ultraderechista dentro del ejército español, fue tan germánica como elocuente. “En Alemania, manifestó, nuestro ejército es duro contra la extrema derecha. Hay que ser transparentes y hacer públicos los casos que se detecten. Nuestros mandos militares responden al principio de la Innere Führung, es decir, no solo están entrenados militarmente sino que deben tener una iniciativa política que promueva activamente los principios democráticos entre los soldados (...) El ejército también tiene una finalidad política, de educación política, los soldados son ciudadanos uniformados y, por tanto, deben comprometerse con los valores democráticos fundamentales del país.”
Las palabras de la canciller son aún más hirientes cuando constatamos el progresivo divorcio de nuestra sociedad con la policía, con la gente armada que debería hacernos sentir protegidos, y no asustarnos. Y no lo digo sólo porque ayer se les quedó frita una persona reducida por los Mossos de l’Esquadra con una pistola táser en Badalona, probablemente un accidente, pero un accidente inaceptable. Ni lo digo tampoco por la no resolución, por ahora, del caso de la pobre chica violada en Igualada. Lo digo porque todas las informaciones que llegan a los periodistas es que la ultraderecha se esparce como un cáncer dentro del cuerpo. También dicen que algunos políticos quieren hacer un museo de los horrores en el local de la Policía Nacional Española de Via Laietana, como si el horror fuera hoy algo solo del pasado. Cómo me gustaría equivocarme y tener que rectificar.