Si entendemos el drama que las fuerzas de izquierda están sufriendo en Andalucía podremos entender por qué Laura Borràs, al final, ha terminado entendiéndose con Jordi Turull. Yo no contaba con ello pero al final se ha sabido poner de acuerdo con el veterano dirigente y preso político que quiso ser presidente de la Generalitat. Borràs ha llegado a un acuerdo porque hoy el gran peligro del independentismo es, sin duda, la disgregación interna, esas irreprimibles ganas que tenemos todos los separatistas de matarnos los unos a los otros en una inacabable y sanguinaria guerra civil. Efectivamente, al final, mira tú, la inexperta, la recién llegada a la política, ha decidido hacer política, siguiendo la sentencia que proclama en la guerra como en la guerra, y que también podría traducirse como en la política como en la política. No puedes tener la inmensa mayoría del electorado separatista pidiendo la unidad entre Esquerra, Junts y la CUP y después tensar tanto la cuerda que la rompas del todo. No puedes contribuir al desastre. Que pasemos de un lamentable sistema político con tres partidos independentistas importantes a otro de cuatro, o de cinco, o de seis, con Esquerra Republicana como hermano mayor, como partido hegemónico.
Al fin y al cabo, Laura Borràs, que viene del mundo universitario, ha entendido algo que la inteligentísima e insobornable profesora Clara Ponsatí, que la admirable Ponsatí, no ha querido o no ha podido ver. Y es que no conseguiremos la independencia con un partido sólo de radicales, de puros, de selectos, de sabios académicos. No conseguiremos la libertad sólo con cátaros. Con los cuatro convencidos. Borràs, cuando se haga mayor, no quiere ser ni Santiago Espot ni Jordi Graupera, aunque estos dos señores sean personas de la más alta calidad personal y política. Laura Borràs ha evitado, de momento, que Junts implosione en dos o tres partidos más pequeños y compactos, que se fragmente dramáticamente. Porque la alternativa al acuerdo con Turull era la destrucción efectiva de Junts. El mapa independentista, hoy, presenta una abominable sopa de letras. Incomprensible. Esquerra, Junts, la CUP. Después tenemos al Partit Demòcrata Europeu Català de David Bonvehí y Maria Àngels Chacón. Y no podemos olvidar tampoco a Demòcrates de Catalunya de Antoni Castellà. Y más allá todavía encontramos Solidaritat Catalana per la Independència (SI), Primàries de Catalunya, el Moviment Corrent Roig, el Suport Civil Català (SCAT), con perdón por el nombrecito, el Front Nacional de Catalunya (FNC), el Partit Republicà Català (RC) y el Partit Nacionalista Català (PNC) de Marta Pascal. Y todavía me debo olvidar alguno. Parece una evocación del fragmento de La vida de Brian de los Monty Python: en la película el independentismo judío está absolutamente desmenuzado y troceado entre el Frente Popular de Judea, el Frente Popular Judaico, la Unión Popular de Judea y otros movimientos que no recuerdo. Por eso mandan los romanos. Divide et impera.
Naturalmente el independentismo catalán está lleno de buenas personas que saben cómo solucionar este drama y cómo llegar a la ansiada unidad soberanista. De acuerdo. Pero, de momento, Laura Borràs es la única política de Junts con auténtica tirada electoral, la única cara nueva del independentismo que mantiene la adhesión de sus seguidores y que puede cohesionar el voto útil independentista al modo de los grandes nombres transversales de la política europea. Con este pacto con Jordi Turull, Laura Borràs tiene una oportunidad, sólo una, de darle la vuelta al ambiente de derrotismo y de conformismo. Una sola oportunidad de hacer algo diferente para dejar de lamentarse ante el Muro de las Lamentaciones en el que se ha convertido el Parlament de Catalunya. Laura Borràs ha decidido continuar, a diferencia de Elsa Artadi, políticamente exterminada por un ambiente hostil y sin piedad donde parece que sólo pueden sobrevivir los políticos de toda la vida. Veremos qué pasa y si, en breve, Borràs acaba pareciéndose a Turull o Turull a Borràs. Ambas cosas a la vez todo el mundo sabe que es imposible.